sábado, 17 de octubre de 2009

Lola Mora, la que nunca se doblegó


  “A comienzos del siglo XX, cuando cada noche la ciudad de Roma aquietaba su bullicio, las ventanas de la mansión de la Via Dogali   N°3 seguían iluminadas, y el ritmo del cincel golpeando el mármol se oía hasta muy avanzada la madrugada. Es que allí vivía Lola Mora, la joven escultora argentina de la que hablaba toda Europa. 
  Había nacido en Trancas –al norte de Tucumán- en el seno de una próspera familia de estancieros y profesionales. Fue una excelente alumna del Colegio Nuestra Señora del Huerto, una de las pocas que completó su escolaridad, algo llamativo para una sociedad que daba escaso valor a la educación femenina. A su innata habilidad para dibujar, pronto le incorporó técnicas que la convirtieron en destacada retratista. Las primeras exposiciones de sus cuadros la enfrentaron con los prejuicios machistas de la época: ¿por qué una mujer quería dedicarse profesionalmente al arte? ¿Para qué trabajar, si su familia tenía dinero?, ¿acaso no entendía que lo único que se esperaba de ella era un buen casamiento y la crianza de varios hijos? Pues no, esta tenaz y rebelde tucumana eligió una vida más libre, más audaz, e infinitamente más difícil para aquellos tiempos. 
  Abandonó la calma de su provincia y viajó a Europa con una beca del Estado argentino, buscando ampliar sus horizontes y perfeccionarse como pintora. Pero en Roma descubriría su verdadera vocación: la escultura. Cambiaría para siempre pinceles por cinceles, telas por mármoles y bronces, y cuadros por grandes monumentos. Discípula de Julio Monteverde, muy pronto conoció el triunfo. Las familias de la nobleza peninsular le encargaban obras, ganaba concursos internacionales, y recogía elogios en las grandes ciudades del viejo mundo. Conoció la “belle époque” frecuentando el Café Greco –reducto de la bohemia romana de artistas e intelectuales- junto a sus amigos Guillermo Marconi, Eleonora Duse o Gabriel D´Annunzio, el mismo que la bautizara “la argentinita de los cabellos peinados por el viento”. Su casa era escenario de grandes fiestas, y hasta las reinas de Italia la visitaban en su atelier para verla trabajar montada en caballetes, con amplios pantalones gauchos y cantando coplas norteñas mientras tallaba la piedra. 
  Era una mujer menuda, delgada, de mirada intensa y movimientos ágiles. Los vestidos de encajes, puntillas y los elegantes sombreros que imponía la moda de 1900 realzaban sus modales refinados. Detrás de la amabilidad de su trato se agazapaba un fuerte carácter, nutrido de decisiones firmes, principios inclaudicables y objetivos claros, que defendía con pasión. La suya no fue una rebeldía adolescente ni caprichosa; tampoco su trasgresión era la de una diva en busca de promoción. Simplemente no aceptaba el lugar pasivo que la sociedad de su tiempo reservaba a las mujeres. Tuvo que pagar un alto precio Lola por oponerse a los mandatos sociales de su época, y muchas veces su vida y obra se vieron envueltas en el escándalo. Ser la primera escultora profesional de la Argentina, reproducir en sus monumentos sensuales cuerpos desnudos, casarse con un hombre 15 años menor que ella en 1909, luego separarse de él, y hasta en su vejez, incursionar en faraónicos proyectos de ingeniería, urbanismo, técnica cinematográfica y la búsqueda de petróleo en Salta, fueron algunos hitos de su vida aventurera que le valieron críticas, censuras y calumnias. 
  Su escultura más famosa: la Fuente de las Nereidas, fue el primer monumento realizado por una mujer que se emplazó en Buenos Aires, y es aún hoy, desde su ubicación en la Costanera Sur, todo un símbolo de la belleza y sensualidad femeninas. […] 
  Pasó los últimos años de su agitada vida en la confortable casa de sus sobrinas, en la Avenida Santa Fe 3026, en Buenos Aires. Allí conoció por fin la calma y el calor familiar, recibió visitas ilustres y desde allí emprendía largos paseos en soledad, que solían terminar siempre en la contemplación de su fuente. La crónica histórica dice que un derrame cerebral apagó la luz de sus ojos a las 13:33 de un 7 de junio de 1936. Pero como todo artista, Lola Mora nunca morirá del todo mientras perduren la belleza de sus obras y la memoria de su vida ejemplar. […]… un siglo atrás se atrevió a desafiar a la sociedad más cerrada y conservadora, sin doblegarse jamás.” 

                                                                      Pablo Mariano Solá
                                                   Sobrino Bisnieto y Biógrafo de Lola Mora



(“Lola Mora, la que nunca se doblegó” de Pablo Mariano Solá. Texto incluido en “Premio Lola Mora” de la Dirección General de la Mujer. Secretaría de Desarrollo Social. Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires.) 



2 comentarios:

  1. me fascinó siempre la vida de Lola, su trangresión, su relación con el poder y la sociedad y mas aun sus obras, pero como todo gran genio, termina solo. Pero nos dejan el gran patrimonio que sus obras

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  2. de paso muy buen blog felicitaciones

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