domingo, 16 de diciembre de 2012

Justicia debajo de las piedras

Micaela lloró lo que tenía que llorar. Después se enjuagó las lágrimas despacito, con cuidado de no olvidarse nunca de ellas porque la abuela Susana le dijo que esta vez había que ser más fuertes. Para seguir luchando por encontrar a Marita, su mamá, pero también para volver a buscar justicia aunque sea debajo de las piedras de este mundo. Porque en Tucumán se les había escurrido de las manos. Los ojos de Micaela son grandes, oscuros y profundos, como los de su madre, y siempre miran con firmeza y tranquilidad, como los de su abuela. El martes no la dejaron observarles las caras a los camaristas que absolvieron de culpa y cargo a todos los imputados por el secuestro y prostitución de Marita. Curiosa decisión después de diez meses de audiencias y de presencia sostenida de la niña en los tribunales. Hoy Mica, como le dicen, ni siquiera puede reprocharles a tres jueces la estafa moral y espiritual de la que fue víctima. La obligan a seguir construyendo su vida desde las ausencias, desde lo que no se puede ver, ni escuchar, ni reclamar, porque no le está permitido. “Se crió con la verdad, se crió viéndome luchar por su madre, buscarla sin parar y sufrió muchísimo, pero ese sufrimiento la hizo una persona fuerte y valiente.” Susana Trimarco suele repetir estas palabras como un mantra cuando dedica la luz de sus ojos a Micaela. Habla de la adolescente con orgullo, si a los tres años la acompañaba con una manito estrujándole la pollera para no perderse en pasillos y oficinas de organismos públicos y juzgados. Mica siempre estuvo ahí, en alertas matizadas con pequeñas siestas que a veces tomaba en los sillones de despachos para sacarle la lengua a una espera interminable. Diez años y ocho meses, para ser más precisos. Alberto Piedrabuena, Emilio Herrera Molina y Eduardo Romero Lascano, de la Sala II de la Cámara Penal de Tucumán, le metieron una trompada en medio del pecho. No es posible por estas horas imaginar los pensamientos o los estados de ánimo que atraviesan a una adolescente de 14 años cuando le borran la esperanza de un plumazo. Preguntas obvias que nunca se agotan en sí mismas: ¿qué va a pasar cuando Micaela se cruce por la calle con alguna/o de las/os que gozan de la absolución desde el martes último? ¿Qué garantías de seguridad se les abren a las testigos víctimas de trata que durante el juicio se enfrentaron con sus captores/secuestradores/explotadores sexuales? ¿Cómo no pensar en una Justicia vidriosa cuando se habla de mujeres víctimas? ¿Dónde apoyar la confianza cuando todo lo que debería sostenerla la arroja al vacío de un momento al otro? José D’Antona, uno de los abogados que representa a Susana Trimarco, advirtió indicios agoreros desde el comienzo de las audiencias, en el caso omiso del tribunal a las amenazas abiertas que proferían en la sala los imputados a las testigos, en la violación judicial a protocolos internacionales como el de la Convención de Palermo en cuanto a los procedimientos y resguardos que debieran haberse tomado durante las declaratorias de las víctimas de trata y tráfico, en irregularidades de procedimientos y en la desestimación de pruebas presentadas en los diez meses transcurridos. También en las sonrisas irónicas que policías tucumanos les dedicaron a las Madres de Plaza de Mayo Línea Fundadora mientras aguardaban para ingresar al edificio para conocer el “fallo”. Nunca una palabra describió con tanta exactitud la realidad. A contrapelo, Micaela, paciente, empeñosa, vuelve a armar la imagen de su madre “con todo lo que me cuentan de ella”. Duele, “muchísimo, porque no está conmigo”. La paleta local no da tregua: a tres cuadras de los tribunales del escándalo, Susana Trimarco detectó un prostíbulo disfrazado de estudio jurídico y el miércoles, en una intervención poco feliz, la senadora nacional Beatriz Rojkés de Alperovich, esposa del gobernador de Tucumán, le dijo a Trimarco en un cruce radial que “la prostitución existe y va a existir siempre”. Micaela, por cierto, no anhela recibir demasiadas enseñanzas del mundo adulto. Muchos de sus profesores le preguntaban con incredulidad por qué las víctimas de trata no pueden escaparse; algunos sugerían que estaban de vacaciones. Ella, como le enseñó Susana, aspira hondo y relata lo inexplicable una y otra vez, amasando su propia justicia como el único horizonte posible. Por ahora.

Por Roxana Sandá




jueves, 13 de diciembre de 2012

Unas putas y nada más

Cinco jóvenes mujeres, sobrevivientes de redes de trata declararon, en el juicio que culminó el martes con una vergonzosa sentencia absolutoria, que vieron a Marita Verón en distintos burdeles de La Rioja, donde ellas mismas estuvieron cautivas y sufrieron todo tipo de vejámenes. Lloraba en todo momento, con las pupilas dilatadas. No tenía equipaje. Les comentó que tenía una hija de tres años llamada Micaela, que ella tenía el nombre artístico de Lorena. Una de las víctimas rescatadas la vio con peluca de cabellos rojos y con lentes de contacto. Contaron que cuando los proxenetas se enteraban –por filtraciones policiales– de que podía haber un allanamiento, a Marita la sacaban del burdel y la llevaban para otro lado.
Por el veredicto que dictó la Sala II de la Cámara en lo Penal de Tucumán, las palabras de esas cinco víctimas de mafias prostibularias no fueron tenidas en cuenta. No valieron como prueba. El tribunal no les creyó.
El martes próximo se conocerán los fundamentos del fallo. Se podrá entender un poco más sobre el resultado de un juicio oral y público que demandó diez meses y convocó a más de un centenar de testigos, pero cuya investigación judicial llevó una década. ¿Cómo ponderaron los jueces la prueba testimonial? Esa es la gran pregunta. En el juzgamiento de delitos complejos –como la trata–, y como ocurre en la investigación de los delitos de lesa humanidad cometidos durante la última dictadura militar, los estándares probatorios se flexibilizan cuando no hay otro tipo de prueba y se ponderan el contexto en el que sucedieron los hechos, los indicios. Tal vez no existían pruebas suficientes para determinar cómo fue secuestrada Marita, por las deficiencias en la instrucción del caso. Pero Marita fue vista –según declararon varias víctimas de trata– en distintos prostíbulos riojanos, regenteados por Irma “Mamá Lili” Medina y sus hijos, José “Chenga” Gómez y Gonzalo “Chenguita” Gómez, tres de los trece imputados absueltos. Y antes, semanas después de su desaparición, en mayo de 2002, en la casa de Daniela Milhein, acusada de dedicarse a reclutar chicas para ser explotadas en los prostíbulos.
Los proxenetas que esclavizan a muchachas para explotarlas sexualmente convierten a las mujeres en mercancías, las cosifican: son objetos que pueden comprarse y venderse. Las despersonalizan a fuerza de violaciones, dosis de droga y otros malos tratos y torturas, para “ablandarlas” y que sean dóciles ante los clientes-prostituyentes. Ser escuchadas por un tribunal es el primer paso para empezar a recuperar su condición de sujetos, de ciudadanas con derechos. Es el primer paso para poder sanar tantas heridas. El hecho de que sus palabras no sean creídas las revictimiza. Y tiene un efecto disciplinador hacia otras sobrevivientes que pueden aportar datos valiosos para perseguir el delito de la trata. A partir de este fallo, preferirán el silencio: para qué exponerse a que los proxenetas se venguen con sus hijos, como siempre las amenazan, pensarán muchas.
Ayer uno de los abogados de la Fundación María de los Angeles que representaron a Susana Trimarco en el juicio, Carlos Garmendia, recibió múltiples mensajes de apoyo en su celular, como todas aquellas personas vinculadas con el caso. Pero el que más conmovió a Garmendia fue enviado por una joven rescatada de un prostíbulo en Catamarca, que no conoció a Marita, nunca la vio, ni declaró en el juicio: “Doctor, después de lo que hizo la Justicia ayer, me doy cuenta de que es una mierda, que para ellos somos unas putas y nada más. Fuerza doctor y hoy todos somos Marita”, le escribió la chica. Unas putas y nada más. ¿Quién le cree a una puta? Ese parece ser el nudo del veredicto.
Por último: se observa en la sociedad una generalizada indignación ante la sentencia que dejó en libertad a todos los imputados. Valdría la pena recordar que si hay trata de mujeres es porque hay muchos varones de esta misma sociedad que pagan por esos cuerpos esclavizados y otros varones –funcionarios públicos, de fuerzas de seguridad, del poder político y de la corporación judicial– que amparan esas mafias.

Hoy somos todas Marita.

Por Mariana Carbajal



martes, 11 de diciembre de 2012

Samanta Schweblin recibió el Premio Juan Rulfo en París

Con el cuento "Un hombre sin suerte", la narradora porteña que vive en Berlín, se quedó con el galardón el último año que llevará el nombre del escritor mexicano.

La joven escritora argentina Samanta Schweblin recibió hoy el premio de cuento Juan Rulfo por su cuento "Un hombre sin suerte" en la Casa de América Latina en París. "Me pone muy contenta haber ganado este premio, porque cuando uno se presenta a un concurso tiene ilusión de ganar pero nunca espera hacerlo", dijo Schweblin antes de la ceremonia de premiación. Y prosiguió: "El Rulfo es uno de los grandes premios de cuento en español. Como cuentista sé que el cuento tiene un lugar bastante desplazado desde el plano editorial, por eso la vigencia de este premio viene a hacerle justicia al género".

El premio de cuento Juan Rulfo, que este año celebra su 30ma edición, es organizado por Radio Francia Internacional (RFI), el Instituto Cultural de México en París y la Casa de América Latina de París y será la última edición que dicho premio lleve el nombre del célebre escritor mexicano, dado que los organizadores accedieron al pedido de los familiares de Rulfo de retirar su nombre. No obstante, los que estan al frente de este galardón adelantaron que el tradicional concurso de cuentos continuará con otro nombre.

"Este cuento tiene algo especial con respecto a todos mis anteriores, pues hasta la mitad es prácticamente autobiográfico y súper realista, mientras los anteriores se centraban mas en lo anormal o lo absurdo", revelo Schweblin sobre el relato premiado. El jurado, compuesto por el argentino Alan Pauls junto a Eduardo Ramos Izquierdo, Grecia Cáceres, Juan Villanueva Chang, Aline Schulman y Elmer Mendoza, recibió este año 2.200 cuentos, provenientes principalmente de México (606), Argentina (374), Colombia (272), España (191) y Venezuela (103).
Schweblin precede al argentino Marcos Crotto, quien el año pasado gano el Rulfo con su cuento ?Comunión?, y al también argentino Gustavo Daniel Ripoll, que en 2010 ganó con el cuento "El Arenero".

Invitada a París para recibir su premio de 5.000 euros, la joven narradora porteña, que llevó a cabo estudios de cine y televisión en la UBA, se destaca desde hace tiempo entre los cuentistas argentinos.  Su primer libro de cuentos "El núcleo del disturbio" (2001), obtuvo los premios Fondo Nacional de las Artes y Haroldo Conti. Y su segundo volumen de relatos, "Pájaros en la boca" (2009), que se tradujo a once lenguas y fue publicado en veintidós países, fue distinguido con el premio Casa de las Américas.

Actualmente, la argentina de 34 años vive en Berlín, donde se encuentra realizando una residencia de escritura, una beca otorgada por el gobierno alemán. "Estoy escribiendo un proyecto propio porque la beca es totalmente generosa y desinteresada. La beca dura un año y estoy en la mitad de la estadía disfrutando por primera vez de un periodo largo en Europa, de otra vida sin las obligaciones de siempre y con largos periodos de concentración para escribir", confió Schweblin.

"Una experiencia de este tipo es muy enriquecedora porque hay muchos contactos para hacer, artistas importantes con los que uno puede conocer de otra forma. Berlín es una ciudad donde pasa de todo, hay muchas distracciones, muestras, presentaciones, espectáculos y uno no quiere perderse nada", ajustó.  El nuevo libro de la cuentista podría ser editado antes del final de 2013 e incluirá el cuento premiado con el Rulfo, "Un hombre sin suerte".

Fuente: Télam / Hernán Campaniello.

viernes, 2 de noviembre de 2012

La casa de la poesía


LITERATURA Tamara Kamenszain es constructora de poesías desde una intimidad siempre habitada por presencias entrañables, ésas que hacen de morada para las voces que la acompañan desde su primer libro, en una experiencia de casi cuarenta años de escritura. La editorial Adriana Hidalgo acaba de publicar su obra reunida bajo el nombre La novela de la poesía, donde ambos géneros ofician de refugios frente a la intemperie de aquella que escribe. Esas formas acabadas que, sin embargo, siempre abrirán un punto de suspenso e inflexión.


El escritorio donde Tamara Kamenszain trabaja es amplio, confortable, luminoso. A espaldas de la silla donde se sienta a escribir hay una altísima biblioteca y, como en toda biblioteca, además de libros en sus estantes, también tiene fotos. Fotos de amigos, con amigos. De Néstor Perlongher, por ejemplo, o con Osvaldo Lamborghini, o Marosa Di Giorgio, su familia literaria. Será porque para Tamara Kamenszain la poesía es con otros –“siempre es con otros”– que en éste, su cuarto propio, lo que se advierte es una paradojal sensación de intimidad: intimidad que aunque sólo a ella le pertenezca, es habitada por otras presencias, morada de todas las voces que desde su primer libro vienen acompañándola. Abuelos, padres, hermanos, amigos, lecturas, críticos, escritores. A lo largo de casi cuarenta años en la poesía y nueve títulos de poemas publicados, estos personajes hablan a través de sus versos y ella en sus nombres. Tamara no está sola. “La poesía es mi casita”, responde cuando se le pregunta qué papel juega la escritura poética en su vida. Y en ese pequeño reducto que el significante “casita” señala, es mucho lo que cabe, casi nada parece quedar afuera. Menos ahora, que su obra reunida termina de ser publicada por la Editorial Adriana Hidalgo. “Por Violeta Kesselman, la editora –cuenta Tamara–, yo entendí qué era reunir una obra. Entendí que debía tener un pensamiento de totalidad frente a todos los libros de poemas que escribí. Y no es tan fácil. De este lado del Mediterráneo es un libro muy joven y cuando lo publiqué yo no tenía tantas armas como ahora. En la presentación dije que los libros que me daba vergüenza mostrar eran el primero y el último. Por distintas razones. En el primero, yo no sabía cómo era lo literario todavía. Cómo era barnizar, disfrazar, velar. Mi escritura era brutal. Y ahora que ya sé demasiado me quiero sacar de encima el barniz, la literatura. Esto me deja desguarnecida.”

Playmobil de lo poético

“Es el presente del que empieza. Del que se da cuenta de que puede escribir. El presente de la potencia de la escritura que está en su estado impuro, intocado, que nadie manipuló”, dice sobre De este lado del Mediterráneo (1973). Y si algo hizo Tamara en éste, su primer libro, por contraposición con el último, fue hablar de aquella época iniciática desde la ingenuidad, fascinada por lo que los días traían: “Todo esto se entrecruzó en un punto que es el presente –dice en una de las primeras prosas–: la totalidad del caleidoscopio, el movimiento del ojo que lo espía porque sabe que en cada agujero del mundo hay una sorpresa y para cada minuto que vivimos una lámpara de Aladino de la que salen las cosas que nos rodean”. En La novela de la poesía, su libro más reciente, aquello sobre lo cual se pregunta si podrá hablar a través de sus versos se ubica en las antípodas de aquel radiante big bang de juventud: “¿Ya hablé de la muerte?/ Murió mi hermano/ murieron mis padres/ murió el padre de mis hijos/ tantos amigos murieron/ y dije y digo que no están/ ¿Eso es hablar de la muerte?”.
[…]

Hablar de la muerte

 
En tu obra hay una mirada hacia atrás, hacia las raíces familiares y literarias, y los pares literarios, lazos con vivos y muertos...
–Y cada vez siento que es con los otros mi modo de escribir. Me siento acompañada. Una familia que se va ampliando, desde los papás, a los abuelos, los amigos...
Muchos se van muriendo también...
–Sí, pero aparecen en el espiritismo.
Podría decirse que en La novela de la poesía ese espiritismo es protagónico. En primer término, porque los espíritus autorizados para hablar de la muerte a los que se refiere Tamara Kamenszain en este libro son los de los muertos. La poesía los trae a este plano, la poesía que pareciera funcionar como una especie de mediumnidad, de enlazadora de mundos. Así, esos que ya no están vuelven a estarlo. Sus nombres, según puede leerse en estos poemas, han sabido concentrar más que nadie la potestad, el saber, sobre la muerte. Dos de ellos son Osvaldo Lamborghini, que nació viejo, y Alejandra Pizarnik, que nació muerta. “Pizarnik había nacido/ enterrada Alejandra Alejandra –dice Kamenszain en uno de los primeros poemas del libro– / se hizo llamar desde chica/ y eso sí que es hablar de la muerte/ Yo solamente la cito porque nací en una generación/ y eso no es hablar de la muerte.”
Vos naciste en una generación, ¿por qué Pizarnik no?
–No en la mía. Nacer en una generación en ese libro es haber nacido en la mía. Pero de todos modos, ella no nació en una generación porque nació muerta. Ella fue un disparo, nació sola. Enterrada, fuera de. Y de hecho, eso un poco se ve en los diarios. Le costaba lo grupal, en el sentido de integrarse a la vida, a camadas de vida, a movimientos. Ella estaba ya separada, recortada en su nicho.
También decís que Osvaldo Lamborghini nació viejo, y son dos que en tu libro pueden hablar de la muerte.
En su caso es con la sabiduría del viejo Vizcacha, del tipo que lo sabe todo. Alejandra nació muerta y él, viejo Vizcacha. Pero están totalmente relacionados. Eso yo lo trabajo en un ensayo: Alejandra en la sala de psicopatología, Osvaldo en el instituto de rehabilitación. Tienen muchísimo que ver. Hay algo en común en relación con el psicoanálisis, con la locura, con cierta cosa extrema. Osvaldo era cínico, ella trágica. Ella se lo tomó más en serio. El era sórdido, tenía cierta distancia, la del viejo. Ella era una niña vulnerable. Y los dos conocieron el infierno.
[…]

Podría decirse que en la obra reunida de Tamara Kamenszain se advierte, entre otras cosas, un juego con los límites: la crítica aflorando en la poesía, el pacto autobiográfico volviéndose máscara lírica, la poesía haciéndose novela y separándose de la realidad: “Mi padre murió asustado/ no se quería enterar de nada/ preparaba la valijita para internarse/ y yo con la impunidad de la hija/ que no se arrepiente del paso del tiempo/ hasta que el tiempo pasa/ le dije mirala de frente/ él en cambio me miró a mí/ (...) y entonces habló y dijo:/ es demasiado literario/ a nadie le sirve mirar a la muerte/ esa novela que la escriban otros”, dice Tamara Kamenszain en las últimas páginas de su obra reunida, cuya publicación podría entenderse como un punto de suspenso e inflexión en su poesía. Un límite. A partir de aquí otra novela está por comenzar.
Por Paula Jimenez España