viernes, 30 de octubre de 2009

La Gran Chavela


  “Nacida en Costa Rica el 17 de abril de 1919, Chavela Vargas o Isabel Vargas Lizano –su verdadero nombre- confesó abiertamente su lesbianismo y lo contó en su autobiografía, titulada: “Y si quieren saber de mi pasado…”. En un relato exquisito, la cantante pone blanco sobre negro su elección sexual diferente, en una época en la que una lesbiana era considerada, por lo menos, rara. 
  “(…) Habrá quien espere que hable aquí de camisones y acostones, y quien busque la lista de mis amantes, de las mujeres que me amaron y a las que amé. Pero éste no es el lugar; para ellos escribiré una carajada de libro que se titule: ´Vida de la Vargas fornicando ante el sagrario´. O aún mejor: ´Chavela, la mamá del condón´. De todos modos, creo que se dieron cuenta de que yo era homosexual desde muy niña. Entre otras razones porque siempre andaba detrás de la hija de la cocinera. Y mis padres, mis hermanos, mi familia, los conocidos y muchos desconocidos, utilizaban para mi homosexualidad la palabra ´rareza´. Yo era un ser raro, una persona rara. Lo cierto es que no me gustaba jugar con las niñas, ni me interesaba entretenerme con muñecas, ni andar de acá para allá con los cacharritos. Prefería los rifles, las pistolas, las piedras y fingir que andábamos en guerra”. 
  A Chavela no le dolía ser homosexual, lo que la dañaba era que su condición sexual fuera vista como una peste. “Hace falta tener mucha ponzoña en el alma para lanzar los cuchillos sobre una persona sólo porque sea de tal o cual modo –cuestionó en su libro-. Mi sobrina Giselle, hija de mi hermana Ofelia, me ha llamado ´lesbiana de mierda´. Cuando era pequeña me dijeron que me iban a excomulgar por ser lesbiana. Yo era lo peor que se podía ser, y había llegado al límite de donde podía llegar”. 
  En su autobiografía aclara que nunca le ha robado nada a nadie. Que si las “señoras venían conmigo era porque querían, que yo a nadie obligaba. Por supuesto, yo les decía piropos, pero eso no hace mal a nadie y, para ser sinceros, a la mayoría de las mujeres les encanta que las halaguen. Y en España, si las mujeres se divorciaban porque me querían, no era cosa que yo pudiera evitar –se jactó-. Dado que a mí me gustaban las mujeres, la mayoría de los hombres eran mis rivales. Sin embargo, apenas tuve enfrentamiento con ellos. Ya saben: los hombres son demasiado hombres en México y en España. Demasiado machos”. 
  Chavela también aceptó que casi todas las mujeres con las que se había involucrado sentimentalmente, le habían sido infieles. “Casi todas me ponían los cuernos. Parecía yo venado, no podía entrar por ninguna puerta”. Y refleja en sus palabras su personalidad arrolladora. 
  “Me han dicho algunas veces que mi amor era dulce y suave. La leyenda negra supone que mi amor era fuerte y violento. No niego que hubo alguna agarrada, y que en alguna despedida se dijeron palabras bien altas. Era celosa, es verdad. Nunca fui promiscua, ni me gustó jugar a lesbiana, ni jamás jugué con los amores. Me gustaban y me gustan todas, por supuesto, pero no hermosísimas, guapérrimas, recostadas en mi cama y en los sillones –relata-. Habían sobornado al gerente, le habían pagado para que les abriera la puerta de mi habitación. No más: estaban allí para que yo pudiera elegir a la que más me gustase, o para probar cuál de todas podría enamorarme. (…) Nunca pensé en formar una familia porque jamás hubiera tenido un hijo, no tenía espíritu maternal”. 

                         Mónica Soraci 

(“¿Hijos? No, gracias”, de Mónica Soraci. Longseller.) 

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