A ocho años de la primera edición de Fornicar y matar, se reedita el
libro de Laura Klein que abre un abanico de preguntas en torno de la
cuestión del aborto. Con título nuevo y edición de bolsillo, la autora
refresca esa zona incómoda que supo cultivar en 2005: la vida, la
muerte, el sexo, el amor, el patriarcado, la unidad y la multiplicidad
tocándose como piezas de encastre en el debate urgente sobre el aborto.
¿Cuánto influirá la asunción de Bergoglio en la posibilidad de una ley?
¿Por qué siempre queda encriptada la discusión en los abortos no
punibles? ¿A quién quiere complacer Macri cuando impide que se realice
un aborto autorizado por la ley? ¿Se puede legislar sobre el deseo? ¿Se
puede anclar la discusión en el binomio voluntad (libertad) y error?
Cuando salió la primera edición de Fornicar y matar
(2005), bastaba con andar con el libro bajo el brazo para provocar una
pregunta, obligar al hojeo, instigar al debate: quien escribe sobre
aborto en términos de fornicar y matar, ¿está a favor o en contra? ¿Se
puede hablar de autonomía sexual cuando lo que se pone en juego es la
vida (una potencial y otra en acto)? ¿Es esta mezcla posible? Porque una
de las dimensiones que introdujo su autora, Laura Klein (licenciada en
Filosofía, poeta y ensayista), es esa hinchazón que provoca la molestia
de pensar sin red, sabiendo que por más a favor que se esté de la
legalización ahí no empieza ni termina la experiencia de miles de
mujeres, que a la hora de abortar no piensan en términos de fetos ni
asesinatos y que ahí, en ese acto tan solitario y desnudo, se juega no
solamente la presencia de otro(s) sino la muerte (por más negada que
esté) y ese lapso tan invisibilizado y sensible como es el embarazo. Y
en ese “como si” existe una alteridad que no puede ser eludida, negada,
pero sin embargo no entra nunca a tallar en la discusión de pro y
antiabortistas.
La nueva edición de Fornicar y matar se llama Entre el crimen y el
derecho, tal vez por paliar un poco ese efecto explosivo de la entrada
al texto, una decisión editorial que como efecto dura poco. Porque Klein
empieza a tocar las llagas que duelen muy pronto en la lectura, y
fuerza a llevar los pies bien cerca del precipicio y con los ojos
abiertos. Así, en esta edición actualizada y ampliada, revisita la letra
de la ley, que soporta más ambigüedad que la propia discusión, molesta
con la insistencia de que una mujer puede no querer ser madre, y resalta
lo insoportable de esa voluntad “torcida”, que se ve reflejada tanto en
los discursos antiabortistas como en aquellos que siempre rodean la
cuestión hablando de las mujeres violadas, pobres, indefensas...
En esta reedición incluyó, además de la actualización, un anexo que
recopila artículos que publicó entre 1998 y 2012. “Escribí el libro no
como un devaneo filosófico sino como una forma de intervención, de
acción: en la sociedad, en la conciencia colectiva y de cada quien. Y
quise ahora, incluyendo estas intervenciones coyunturales, mostrar que
el pensamiento no es, como decía Hegel, el búho que levanta vuelo cuando
la vida decrece, sino que invita a formas de acción que constituyen
distintas formas de acercar el pensamiento a los problemas de la vida
cotidiana.” Por eso eligió la intervención de Menem cuando propuso el 25
de marzo como el Día del Niño No Nacido, cuando Macri puso en peligro a
la mujer violada que iba a abortar en el Hospital Ramos Mejía, la época
en que la Iglesia se oponía a la educación sexual, y la historia nada
conocida de cuando no se oponía al aborto terapéutico, hasta 1884. “Creo
que las intervenciones del anexo ponen en juego que el planteo del
libro encara otros modos de pensar: muestra que la filosofía no está en
una cueva, sino que pensando la experiencia se proponen otros novedosos y
disruptivos modos de intervención.”
La primera edición del libro fue en el 2005. ¿Qué cosas cambiaron desde entonces?
–Desde entonces a hoy tenemos la ley de matrimonio igualitario, la
Ley de Identidad de Género y el fallo de la Corte Suprema de la Nación
que ordena a los gobiernos provinciales reglamentar los procedimientos
para realizar los abortos no punibles. Además, el tema de la
legalización del aborto entró en la agenda pública: después de años de
luchas sociales, apareció en boca de un ministro de Salud de la nación
(Ginés González García) y de una jueza de la Corte (Carmen Argibay), lo
que facilitó que varios proyectos al menos se presentaran en el
Congreso. También tuvimos la bendita suerte de que eligieran a un
argentino como Papa, así que podríamos decir que dimos varios pasos
adelante y uno importante atrás.
Al revés que en Europa, donde el aborto es legal pero el matrimonio
igualitario parece una utopía de países como Argentina y Uruguay.
–Muchos dicen que es raro que se haya permitido el matrimonio
igualitario antes que el aborto, que nadie se lo esperaba, que parece
contradictorio. ¿Por qué esta reacción de sorpresa? Porque las prácticas
de aborto están –estaban– más aceptadas por la sociedad que las
relaciones homosexuales, que sobre el aborto no pesaba ningún rechazo
moral, o de ninguna manera el que pesa –o pesaba– sobre la
homosexualidad. Porque está prohibido pero las mujeres abortan, todos lo
sabemos: las católicas, las casadas, las que apoyan que sea legal pero
también las que se oponen (y lo mismo vale para los varones: apoyan o
instigan a abortar a sus esposas, hijas o amantes tanto los ateos, los
católicos como los musulmanes, aprueben la legalización del aborto o
militen en contra –acordémonos del oprobioso Menem–). Y además las
mujeres que abortan son vistas más como víctimas que como transgresoras,
mucho menos como asesinas, tampoco libres. Entonces, al parecer hubiera
sido más lógico que se legalizara antes. Pero esto entraña una serie de
supuestos de diversa índole, cada uno de los cuales merecería ser
pensado: por ejemplo que las leyes son un reflejo de la moral social,
que existe algo así como un camino escalonado, una especie de “progreso”
en las conquistas sociales y políticas, que la condena del aborto es un
problema de moral sexual y que, en la escala de los males y pecados de
la Iglesia Católica, está muy por debajo del matrimonio entre personas
del mismo sexo (el ahora papa Francisco llamó “diabólica” la ley).
Vos planteás en el libro que el eje de la argumentación antiabortista varió.
–Lo que no se ve en esas dos últimas suposiciones es que en las
últimas décadas la cuestión del aborto cambió de régimen, por decirlo de
alguna manera. Si antes se discutía junto con anticonceptivos y
planificación familiar, ahora lo encontrás junto con eutanasia y
fertilización in vitro en el campo de la bioética. De las problemáticas
de moral sexual y defensa de la familia el debate sobre el aborto se
corrió a otro ámbito bien heterogéneo: los derechos humanos y la defensa
de la vida.
Y también sostenés una crítica de la no discriminación como lo políticamente correcto.
–En ese sentido, si el matrimonio igualitario responde a no
discriminar por género, paradójicamente respecto del aborto tenemos que
discriminar por género: somos exclusivamente las mujeres quienes nos
quedamos embarazadas, exclusivamente nosotras abortamos o parimos. Y
anular esta diferencia es desconocer la experiencia misma del aborto.
Cualquier debate que desconozca esto está viciado de nulidad.
¿Por qué discutís las argumentaciones que se instalan en el terreno
del derecho –derechos de la mujer, derechos del “feto”– y sostenés, en
cambio, la idea de experiencia?
–Se trata del embarazo como el acontecimiento obvio cotidiano y casi
banal pero negado, suprimido y tachado del debate del aborto. Si fuera
sólo la vida del embrión, daría lo mismo en la probeta que en el vientre
de una mujer. Y el primero ni es persona para la ley ni se llama aborto
su destrucción. ¿Cuál es la diferencia? El embarazo. Entonces, tratar
el tema del aborto como un conflicto entre derechos de la mujer y del
feto no contempla que, durante el embarazo, son para la ley un ser muy
extraño: no dos personas en un mismo cuerpo sino dos personas y un mismo
cuerpo. Más cerca de la complejidad de la Santísima Trinidad que de un
litigio entre propietarios. ¿Te imaginás que uno de cada tres o cuatro
hombres vaya alguna vez en su vida a un consultorio clandestino y
arriesgue su vida porque no usó anticonceptivos o le fallaron? Hay una
vieja consigna de los republicanos españoles que decía “si los hombres
abortaran, el aborto sería legal” y en su versión extrema creo que
terminaba: “El aborto sería un sacramento”.
¿Qué va a pasar ahora, con la asunción de Bergoglio como papa, respecto del aborto?
–A los pocos días de la elección, Aníbal Fernández se expresó:
“Ahora sacar el aborto va a ser imposible”. El comentario sonó a
fatalidad, a cambio climático, a reconocimiento de lo inexorable. Como
si fuese uno de tantos expertos en mediciones de aperturas y cierres del
horizonte político, un mero espectador de la realidad y no un actor
privilegiado para forjarla. Como si la irrupción de un papa argentino
sometiera a la Argentina –o específicamente al Gobierno en este caso– a
doblegarse y renunciar al esforzado y aún incompleto proceso de
separación entre Iglesia y Estado. Un mal signo, realmente.
¿Inesperado?
–No exactamente.
Entonces, ¿se aleja la perspectiva de la legalización del aborto?
–Hay una ilusión que conviene a cierto estilo, cierto modo de
plantear la cuestión, que comparten, paradójicamente y por muy distintas
razones, lo más retrógrado de la Iglesia y lo más rígido o convencional
del feminismo. Estoy hablando de lo que, hasta marzo de este año, se
configuraba como el fantasma de la inminente legalización del aborto. Un
fantasma erigido por detractores y defensores: unos para azuzar a la
sociedad frente al peligro de legalizar la muerte de un inocente,
asustar la conciencia y largar a los perros; los otros para instalar el
tema discursivamente, en la agenda política y en los debates
parlamentarios, y alimentar la esperanza de que una práctica tan
extendida como el aborto, sólo por hipocresía, saña o ignorancia, pueda
seguir siendo penada.
¿Por qué decís “ilusión”, “fantasma”?
–Convengamos en que, junto a la promesa –o amenaza– de discusión
parlamentaria del estatuto del aborto, asistimos hace unos cuantos años a
un ataque sostenido contra los abortos que la media social acepta y
aprueba y que el Código Penal deja fuera de todo castigo. Me refiero al
aborto terapéutico (cuando peligra la vida o la salud de la
gestante-futura madre) y al aborto de un embarazo originado en una
violación sexual. Desde 1921, estas dos situaciones trágicas se
preservan de la criminalidad ante la Justicia, que observa un
tradicional respeto por la mujer (hoy se diría en sus derechos sexuales y
reproductivos) que se encuentra en riesgo de morir por estar embarazada
o lo estuvo al quedar encinta. Y sin embargo, hoy resulta subversivo lo
que entonces parecía de sentido común.
O sea que el camino no es lineal, que aunque la conciencia avance, o
parezca que avanza, el asunto no es lineal e incluso hay retrocesos.
–Exactamente. La Corte Suprema de la Nación tuvo que pronunciarse
para que los médicos no arrojen a los tribunales a las mujeres que
llegan con un legítimo reclamo de abortar, y para que jueces de vocación
policíaca dejen de interponer recursos y amparos extraordinarios para
obstruir la consecución en hospitales públicos de abortos permitidos por
la ley. ¿Cómo sumergirse entonces en la promesa de la próxima
legalización del aborto, cuando ni siquiera los abortos contemplados
como no punibles por la ley se realizan sin torturar a la mujer?
¿El libro es oportuno o inoportuno?
–Hay quienes dirían: qué mal momento para publicar un libro sobre
aborto: porque el debate no se va a dar, porque los proyectos se van a
cajonear, porque hasta las figuras que se hicieron un lugar en el
escenario público como adalides del aborto legal van a mirar para otro
lado, ahora que el ojo del Vaticano tiene radicado un párpado en el
país. Precisamente por eso es un buen momento: se partirán aguas una vez
más.
Vos hacés una historización de la Iglesia, que no siempre estuvo en contra del aborto...
–En realidad, siempre estuvo en contra del aborto pero no siempre
por las mismas razones. Y unas se chocan con otras. Porque lo que era
sagrada era la vida eterna, no la terrena, y más valía la salvación del
alma que la del cuerpo. Todos escuchamos hablar de eso, pero en el furor
de la contienda nos olvidamos. Entonces, durante siglos no fue el valor
de la vida del embrión lo que motivó la condena, sino la condena del
aborto como una manera de “ocultar fornicación”. La Iglesia llamaba al
uso de anticonceptivos “homicidio anticipado”, hoy lo dice del aborto. Y
está bien lejos de invocar razones de moral sexual o propiamente
religiosas: hoy invoca el ADN y los derechos humanos. Pero éstos eran
una afrenta, un desprecio, una sustitución del derecho divino (y hasta
hoy hay sectores eclesiásticos que subrayan y defienden éste contra
aquéllos). Y cuando surgió la embriología como ciencia, en el siglo
XVII, la Iglesia se resistió todo lo que pudo y fue recién en 1869 que
cambió la tesis de que la vida propiamente humana empezaba a los tres
meses del embarazo por la que sostiene hoy, que pone el inicio en la
concepción.
Es decir, la Iglesia se apropió de los argumentos que antes le
jugaban en contra, los de la ciencia y los de los derechos humanos. ¿Y
qué planteaba antes?
–Lo que es impresionante es el silencio que mantiene el Vaticano
sobre su propia historia, desde los textos –que quedan sólo para
eruditos– hasta sus creencias tradicionales –que ni a los eruditos les
resultan creíbles– y hacen malabares mentales y espirituales para
adecuarlas a los sentidos hoy imperantes. Respecto del aborto no son
detalles: Santo Tomás dijo que quien afirme que el alma entra al cuerpo
en el momento mismo de la concepción es un hereje. El alma, como el
futuro habitante en una casa, decía, sólo puede entrar cuando el cuerpo
está bien formado para recibirla. Cambiar de opinión y adecuar la moral a
los descubrimientos de la ciencia no es de por sí anticristiano, pero
el pertinaz ocultamiento de casi dos mil años de teología, ¿qué es?
Otro aspecto que me sacudió en la investigación fue enfrentarme a
que la Iglesia Católica tenía antes, con toda su intolerancia folklórica
y sanguinaria, una tolerancia y una comprensión, casi una independencia
moral podría decirte, que se ha perdido completamente. Que se ha
perdido con el auge de la verdad científica y la congruencia lógica, que
reemplazaron el examen de conciencia. Creo que el último hito, el
definitorio para la cuestión del aborto, es cuando prohíbe, en 1884, el
aborto terapéutico. Para nosotros es raro escucharlo así, porque todo
hace pensar que siempre estuvo prohibido. Pero no, ahí hay una de las
muchas puntas de iceberg donde se vuelve más humana la Iglesia, donde se
ve que no estaba sometida como hoy al imperio de la lógica (si la vida
de todos los embriones tienen el mismo valor, ningún aborto es
tolerable), sino que tenía un problema con la sexualidad no
reproductiva. No es que fuera menos represiva, es que estaba atada –y
ataba– a otras cadenas.
Una y el otro
El libro se introduce en los presupuestos de la ley respecto de cuándo se puede hablar de vida humana.
–Sí, pero precisamente para mostrar que todas las posturas, desde la
que defiende que comienza en la concepción hasta la que dice que
comenzaría a tener derechos cuando puede vivir fuera del seno materno,
pueden, todas con el mismo rigor, ser demostradas científicamente. Lo
cual nos pone en un lugar de alerta al respecto, significa que el asunto
del valor de la vida humana no es un asunto científico. Y hay un abismo
entre debatir qué es la vida humana y cómo juzgar a una mujer encinta
que no quiere continuar el embarazo.
Por eso, tampoco los códigos Civil y Penal son lo que una se espera
escuchando el debate, los argumentos de un lado y otro. Es curioso, pero
no se toman el trabajo de confrontar con la letra de la ley... la ley
que quieren cambiar. Se hace mucho ruido en el debate con la oposición
especular es un ser humano-no lo es, es sólo potencial, unos dicen que
la vida y el derecho pleno a la misma empieza con la concepción, otros
arguyen la sensibilidad o la viabilidad. Lo que a mí me resulta cada vez
más enigmático es cómo a nadie en esta discusión se le ocurre ver cómo
lo dirime la ley (repito: la ley que habría que modificar), o sea, cómo
se elude el hito del nacimiento como hito definitorio para la definición
de persona. Y digo esto no porque me parezca la mejor hipótesis, sino
porque es la que establece la ley, aquí y en todas las sociedades
democráticas modernas.
¿Y qué dice la ley?
–El Código Civil introduce una figura sui generis: la “persona por
nacer”. Antes de seguir quiero aclarar que “persona” significa “ente
susceptible de percibir derechos”, no tiene una aureola de dignidad.
Entonces el Código Civil plasma en dos artículos que prácticamente nadie
cita por completo la extraña condición de la persona embrionaria que
vive en lo que se dio en llamar el seno materno. El artículo 70 afirma
que antes de nacer pueden las “personas por nacer” adquirir algunos
derechos como si ya hubiesen nacido. Y quedan, dice textualmente el
Código, irrevocablemente adquiridos si naciere con vida, aunque fuera
por instantes después de estar separados de su madre (el estupor de para
qué le sirven esos derechos si muriere tan pronto nos lleva lejos, a
las leyes de herencia). El artículo 74 establece que si muriesen antes
de estar completamente separados del seno materno serán considerados
como si no hubieran existido. A mí lo que me llamó la atención en estos
dos artículos es que la “persona por nacer”, el feto o embrión que está
en ciernes en el debate del aborto, se halla, dentro del Código Civil,
encerrado –o amparado– entre dos “como si”. Es un “como si”, porque si
no nace nunca existió. Es y no es. Es una parte y es una individualidad.
El Código Civil contempla una contradicción lógica que el debate no
registra, el Código soporta más locura y más complejidad que la
ideología.
Entonces, para la ley el concepto de individuo no es tan claro como parece.
–Es que en el aborto hay dos en juego: una (persona, sujeto, cuerpo,
alma) que se va a partir en dos, y eso es bastante extraño. Es el único
caso donde para un mismo acontecimiento hay dos verbos: nacer y parir, y
eso da cuenta del desdoblamiento. El embarazo es una fase muy
conflictiva para lo que es la figura del individuo, porque ahí la mujer
es un individuo pero después hay dos: de ella sale un otro, entonces yo
creo que esto tiene que iluminar y problematizar la categoría individuo.
¿Qué problemas hay con la consigna “mi cuerpo es mío”?
–¿Hay otro o no hay otro? Si se lograra, que probablemente no sea
algo nada lejano, si se lograra que una mujer interrumpa su embarazo sin
que el producto de la concepción deje de existir, ¿qué dirían hoy los
que defienden el aborto alegando exclusivamente que la mujer no está
obligada a ser madre ni a ser un útero ambulante? Porque si así fuera,
nadie tendría problema en que, llegado el hipotético caso de poder
extraer un feto e implantarlo en una mujer que sí quiere tener un hijo,
en vez de un aborto donde deja de existir el óvulo fecundado, éste se
transfiere a otra mujer. Este test, por más de ciencia ficción que sea,
es buenísimo frente al argumento de “yo lo único que quiero es no estar
embarazada cuando no lo deseo, yo tengo mi autonomía, mi cuerpo es mío,
yo no soy un útero ambulante” porque lo tira abajo. De manera que las
mujeres abortamos para que no haya ese otro. Las mujeres sabemos que un
feto no es una muela, no hay que tratar de ponerlo en esos términos por
contraposición a la imagen del bebito que te pone la Iglesia, que
tampoco es.
¿Por qué es tan erosivo, tan irritante, este tema?
–Hay quienes no se hacen ciertas preguntas por miedo a las
consecuencias. Ahora, lo perturbador, por ejemplo, en aquello de si el
feto es alguien o no es nada, si es o no vida y si accede o no a
jerarquía humana: la sola idea de que estas preguntas nos podrían llevar
a una conclusión contraria a la legalización del aborto, espanta.
Entonces la cuestión más importante no es responderlas sino no
evitarlas. ¿Y por qué, desde dónde, hasta cuándo, la verdad sería un
grillete para la moral? Cuando una mujer aborta, pone en juego el íntimo
enlace entre vida y muerte. Las mujeres tenemos este poder. Una también
es víctima de su poder, depende de qué relación tengas con tus poderes.
Las mujeres tienen el poder de engendrar la vida y entonces el poder de
abortar nunca va a ser solamente un derecho, porque tienen el poder de
parir. Otra cosa que yo pensaba en estos años como algo clarísimo frente
a los debates que aplastan a las mujeres que abortan es: la que más
padece al abortar es la mujer que aborta. La que más sufre el aborto es
la que llamás asesina, ¿cómo seguís el debate después de eso?
¿Por qué para hablar de aborto tenemos que apelar a las violadas, a las víctimas de trata, a las enfermas terminales?
–O a las pobres. El punto que las justificaría es que no pueden
tener ese hijo porque serían víctimas de sus circunstancias, no porque
no quieren tener un hijo. Lo que se sale de los términos planteados
usualmente en el debate es si una mujer quiere ser madre, y eso es
nodal. Para conseguir la legalización del aborto hablemos de la muerte
de las mujeres, está bien, es gravísimo, pero es parte del problema que
sólo sea soportable el aborto victimizando a las mujeres por otro
padecimiento que el acto mismo de abortar. Porque entonces volvemos a
ese otro argumento de qué pasaría si no muriese ni una mujer por aborto.
Lo que parece que es muy difícil decir es que una mujer no quiera ni
ser madre ni tener hijos, por eso las justificaciones. Lo insoportable
es que una mujer no quiera tener hijos, haga otras cosas, o nada. Por
eso en los debates siempre se dice que si una mujer aborta es por falta
de algo: de recursos, de fuerzas, lo que sea, no por deseo. Tiene que
ver con la familia burguesa esto de la maternidad. Porque la Iglesia
hasta el siglo XVI no alentaba las familias numerosas ni estaba a favor
de la maternidad, y eso me parece muy interesante.
Entonces, las prácticas del aborto hay que pensarlas con las de la
maternidad y del embarazo, si no pareciera que son de otra calaña los
fetos que se abortan que los que después van a ser hijos.
La “madre asesina” y la “madre abnegada” no están separadas, las
separa el discurso para alienar a la mujer en la servidumbre materna y
en el asesinato del feto, digamos, ahí aparece la culpa de ambas
maneras.
Hubo gente que cuando salió el libro, aun estando a favor
totalmente del aborto, le pareció chocante, sintieron que se estaba
pensando el tema desde un punto de vista que podía confundir o desviar
el debate.
–Cierto. Porque están tan naturalizados los argumentos que dicen que
la mujer, para estar incluida plenamente como sujeto de los derechos
humanos, tiene que ejercer plena libertad de elegir, control del propio
cuerpo y autonomía, que parar mientes en qué significa todo esto en
general pero en particular respecto de la situación del aborto, donde se
juegan sexo, vida y muerte, resulta artificioso y chocante. Pero
llegados a este punto, vemos qué chocantes son los argumentos que
quieren convencer a las mujeres –¿o a la ley?– que son sujetos
autónomos, dueñas de su cuerpo, libres para elegir cuándo, cómo y
cuántos hijos tienen y con derecho a controlar su propio cuerpo y a
decidir sobre su vida privada... Una mujer que está en trance de abortar
se siente atrapada: ni quiere tener un hijo ni quiere abortar. Quedó
encinta contra su voluntad, ahora está forzada por esa falta de libertad
original. Hablarle de su situación en términos de libertad, de libre
elección, en términos que la representarían ante la ley para que su acto
dejara de ser un delito, la deja lejos de la escena que está viviendo.
Una mala compañía para las mujeres abortantes (no sólo con el aborto
prohibido). Para mí, el estatuto legal es una dimensión muy importante,
pero no la única, de la experiencia del aborto.
Es fundamental porque
con su prohibición no se salva ninguna vida –que esté condenado
penalmente no empuja a la maternidad sino a la clandestinidad–. Es
fundamental porque con su legalización se reduce drásticamente el número
de mujeres que mueren al abortar. Y es fundamental por los efectos y
resonancias que tendría para todos. Pero en lo legal no se acaba el
“problema” del aborto. Porque hay algo que no es resoluble, y eso es lo
más misterioso –y el término vale–. Pensemos en los países donde las
mujeres abortan dentro de la ley: ¿dejó de ser una experiencia
angustiosa, una decisión que corta la vida en un antes y un después? ¿Es
que alguien se imagina que abortar puede ser como tomar un vaso de
agua, sacarse una muela o ponerse un DIU? ¿Eso es una “idealización” del
acto de abortar o su negación?
En ese sentido, Entre el crimen y el derecho contempla la historia
legal y criminal del aborto y de las abortantes a lo largo de los
siglos, las ideologías y las revoluciones, y también los vericuetos
argumentales con que se implementó históricamente su condena y sus
defensas, pero lo jurídico no es un ábrete sésamo ni una panacea donde
se disuelve el dolor. “Por eso me resulta vital advertir contra las
ilusiones jurídicas, yo quiero poner en evidencia la dimensión del poder
cuando queda encubierta por el derecho. Pero la mayor parte de los
discursos a favor de los oprimidos hoy les hablan a los opresores: les
explican las reacciones irracionales o resentidas de los oprimidos, a
los que justifican como víctimas. No hacen peligrar el sistema, quieren
ser reconocidos por él. Sartre decía de Los condenados de la tierra de
Fanon: este libro es peligroso, les habla a sus compañeros, no a sus
enemigos. Muchas de las defensas del aborto legal no les hablan a las
mujeres sino a sus acusadores. Está claro que quieren justificarlas,
pero de buenas intenciones... Porque se trata, alguna vez, de dar la
espalda al tribunal y dirigirse a la sociedad. Eso es un cambio: el
banquillo de los acusados, esta vez, quedó vacío, la víctima no está
ahí, la víctima esta vez no será victimizada.”
Por
Flor MonfortEntre el crimen y el derecho se presenta el viernes 26 de abril a las 18. 30 en la sala Leopoldo Lugones de la Feria del Libro.