miércoles, 11 de diciembre de 2013

Uno de los cuentos que más me gustan de Clarice Lispector

Felicidad clandestina

Ella era gorda, baja, pecosa y de pelo excesivamente crespo, medio amarillento. Tenía un busto enorme, mientras que todas nosotras todavía éramos chatas. Como si no fuese suficiente, por encima del pecho se llenaba de caramelos los dos bolsillos de la blusa. Pero poseía lo que a cualquier niña devoradora de historietas le habría gustado tener: un padre dueño de una librería.
No lo aprovechaba mucho. Y nosotras todavía menos: incluso para los cumpleaños, en vez de un librito barato por lo menos, nos entregaba una postal de la tienda del padre. Encima siempre era un paisaje de Recife, la ciudad donde vivíamos, con sus puentes más que vistos.
Detrás escribía con letra elaboradísima palabras como "fecha natalicio" y "recuerdos".
Pero qué talento tenía para la crueldad. Mientras haciendo barullo chupaba caramelos, toda ella era pura venganza. Cómo nos debía odiar esa niña a nosotras, que éramos imperdonablemente monas, altas, de cabello libre. Conmigo ejerció su sadismo con una serena ferocidad. En mi ansiedad por leer, yo no me daba cuenta de las humillaciones que me imponía: seguía pidiéndole prestados los libros que a ella no le interesaban.
Hasta que le llegó el día magno de empezar a infligirme una tortura china. Como al pasar, me informó que tenía Las travesuras de Naricita, de Monteiro Lobato.
Era un libro gordo, válgame Dios, era un libro para quedarse a vivir con él, para comer, para dormir con él. Y totalmente por encima de mis posibilidades. Me dijo que si al día siguiente pasaba por la casa de ella me lo prestaría.
Hasta el día siguiente, de alegría, yo estuve transformada en la misma esperanza: no vivía, flotaba lentamente en un mar suave, las olas me transportaban de un lado a otro.
Literalmente corriendo, al día siguiente fui a su casa. No vivía en un apartamento, como yo, sino en una casa. No me hizo pasar. Con la mirada fija en la mía, me dijo que le había prestado el libro a otra niña y que volviera a buscarlo al día siguiente. Boquiabierta, yo me fui despacio, pero al poco rato la esperanza había vuelto a apoderarse de mí por completo y ya caminaba por la calle a saltos, que era mi manera extraña de caminar por las calles de Recife. Esa vez no me caí: me guiaba la promesa del libro, llegaría el día siguiente, los siguientes serían después mi vida entera, me esperaba el amor por el mundo, y no me caí una sola vez.
Pero las cosas no fueron tan sencillas. El plan secreto de la hija del dueño de la librería era sereno y diabólico. Al día siguiente allí estaba yo en la puerta de su casa, con una sonrisa y el corazón palpitante. Todo para oír la tranquila respuesta: que el libro no se hallaba aún en su poder, que volviese al día siguiente. Poco me imaginaba yo que más tarde, en el curso de la vida, el drama del "día siguiente" iba a repetirse para mi corazón palpitante otras veces como aquélla.
Y así seguimos. ¿Cuánto tiempo? Yo iba a su casa todos los días, sin faltar ni uno. A veces ella decía: Pues el libro estuvo conmigo ayer por la tarde, pero como tú no has venido hasta esta mañana se lo presté a otra niña. Y yo, que era propensa a las ojeras, sentía cómo las ojeras se ahondaban bajo mis ojos sorprendidos.
Hasta que un día, cuando yo estaba en la puerta de la casa de ella oyendo silenciosa, humildemente, su negativa, apareció la madre. Debía de extrañarle la presencia muda y cotidiana de esa niña en la puerta de su casa. Nos pidió explicaciones a las dos. Hubo una confusión silenciosa, entrecortado de palabras poco aclaratorias. A la señora le resultaba cada vez más extraño el hecho de no entender. Hasta que, madre buena, entendió al fin. Se volvió hacia la hija y con enorme sorpresa exclamó: ¡Pero si ese libro no ha salido nunca de casa y tú ni siquiera querías leerlo!
Y lo peor para la mujer no era el descubrimiento de lo que pasaba. Debía de ser el horrorizado descubrimiento de la hija que tenía. Nos espiaba en silencio: la potencia de perversidad de su hija desconocida, la niña rubia de pie ante la puerta, exhausta, al viento de las calles de Recife. Fue entonces cuando, recobrándose al fin, firme y serena, le ordenó a su hija:
-Vas a prestar ahora mismo ese libro.
Y a mí:
-Y tú te quedas con el libro todo el tiempo que quieras. ¿Entendido?
Eso era más valioso que si me hubiesen regalado el libro: "el tiempo que quieras" es todo lo que una persona, grande o pequeña, puede tener la osadía de querer.
¿Cómo contar lo que siguió? Yo estaba atontada y fue así como recibí el libro en la mano. Creo que no dije nada. Cogí el libro. No, no partí saltando como siempre. Me fui caminando muy despacio. Sé que sostenía el grueso libro con las dos manos, apretándolo contra el pecho. Poco importa también cuánto tardé en llegar a casa. Tenía el pecho caliente, el corazón pensativo.
Al llegar a casa no empecé a leer. Simulaba que no lo tenía, únicamente para sentir después el sobresalto de tenerlo. Horas más tarde lo abrí, leí unas líneas maravillosas, volví a cerrarlo, me fui a pasear por la casa, lo postergué más aún yendo a comer pan con mantequilla, fingí no saber dónde había guardado el libro, lo encontraba, lo abría por unos instantes. Creaba los obstáculos más falsos para esa cosa clandestina que era la felicidad. Para mí la felicidad siempre habría de ser clandestina. Era como si yo lo presintiera. ¡Cuánto me demoré! Vivía en el aire... había en mí orgullo y pudor. Yo era una reina delicada.
A veces me sentaba en la hamaca para balancearme con el libro abierto en el regazo, sin tocarlo, en un éxtasis purísimo. No era más una niña con un libro: era una mujer con su amante.

LA HORA DE CLARICE


jueves, 15 de agosto de 2013

Fragmento del libro Escribir, de Marguerite Duras.




      “Cuando me acostaba, me tapaba la cara. Tenía miedo de mí. No sé cómo no sé por qué. Y por eso bebía alcohol antes de dormir. Para olvidarme, a mí. Enseguida pasa a la sangre, y luego uno duerme. La soledad alcohólica es angustiosa. El corazón, sí. De repente late muy deprisa.
     Cuando yo escribía en la casa todo escribía. La escritura estaba en todas partes. Y cuando veía a los amigos, a veces no acertaba a reconocerlos. Hubo varios años así, difíciles, para mí, sí, diez años quizá, quizá duró diez años. Y cuando amigos incluso muy queridos acudían a visitarme, también era terrible. Los amigos nada sabían de mí: me apreciaban y acudían por gentileza creyendo que hacían bien. Y lo más extraño era que no me importaba.
     Eso hace salvaje la escritura. Se acerca a un salvajismo anterior a la vida. Y siempre lo reconocemos, es el de los bosques, tan antiguo como el tiempo. El del miedo a todo, distinto e inseparable de la vida misma. Uno se encarniza. No se puede escribir sin la fuerza del cuerpo. Para abordar la escritura hay que ser más fuerte que uno mismo, hay que ser más fuerte que lo que se escribe. Es algo curioso, sí. No es sólo la escritura, lo escrito, también los gritos de las bestias de la noche, los de todos, los vuestros y los míos, los de los perros. Es la vulgaridad masificada, desesperante, de la sociedad. El dolor; también es Cristo y Moisés y los faraones y todos los judíos, y todos los niños judíos, y también lo más violento de la felicidad. Siempre, eso creo.”

viernes, 2 de agosto de 2013

Fragmento de Dicha, un cuento de Katherine Mansfield*



    “(…) ¿Qué se puede hacer si uno tiene treinta años y, al doblar la esquina de la propia calle, se ve repentinamente invadido por una sensación de dicha… de dicha absoluta!… como si de pronto se hubiera tragado uno un brillante trozo de ese sol del crepúsculo y le estuviera quemando el pecho, esparciendo una lluvia de chispas en cada partícula, en cada dedo de la mano y del pie?...
     Oh, ¿acaso no hay modo de expresarlo sin que a uno lo acusen de estar “en estado de ebriedad o extrema agitación?”. ¡Qué estúpida es la civilización! ¿Para qué se nos da un cuerpo si hay que mantenerlo encerrado en un estuche como si fuera un violín único y valioso?
(…)
     El comedor estaba sombrío y bastante helado. Pero de todos modos Bertha se despojó del abrigo, no podía tolerar ni un momento más la sensación de sentirse oprimida, y el aire frío cayó sobre sus brazos.
     Pero en su pecho subsistía aún ese lugar brillante y reluciente –esa lluvia de chispas que emergía de su interior. Era casi intolerable. Apenas si se atrevía a respirar por temor de avivar el fuego, y sin embargo respiraba profunda, profundamente. Apenas si se atrevía a mirarse en el frío espejo… pero se miró, y el espejo le devolvió una mujer radiante, de labios sonrientes y temblorosos, ojos grandes y oscuros y un aire de estar a la escucha, a la espera de que sucediera algo… divino… algo que ella sabía que sucedería… infaliblemente.”.





*Del libro Dicha y otros cuentos. Publicado en Argentina en 1980, por el Centro Editor de América Latina



jueves, 1 de agosto de 2013

Nacía un 28 de julio la escritora Silvina Ocampo



Envejecer

Envejecer también es cruzar un mar de humillaciones cada día;
es mirar a la víctima de lejos, con una perspectiva
que en lugar de disminuir los detalles los agranda.
Envejecer es no poder olvidar lo que se olvida.
Envejecer transforma a una víctima en victimario.

Siempre pensé que las edades son todas crueles,
y que se compensan o tendrían que compensarse
las unas con las otras. ¿De qué me sirvió pensar de este modo?
Espero una revelación. ¿Por qué será que un árbol
embellece envejeciendo? Y un hombre espera redimirse
sólo con los despojos de la juventud.

Nunca pensé que envejecer fuera el más arduo de los ejercicios,
una suerte de acrobacia que es un peligro para el corazón.
Todo disfraz repugna al que lo lleva. La vejez
es un disfraz con aditamentos inútiles.
Si los viejos parecen disfrazados, los niños también.
Esas edades carecen de naturalidad. Nadie acepta
ser viejo porque nadie sabe serlo,
como un árbol o como una piedra preciosa.

Soñaba con ser vieja para tener tiempo para muchas cosas.
No quería ser joven, porque perdía el tiempo en amar solamente.
Ahora pierdo más tiempo que nunca en amar,
porque todo lo que hago lo hago doblemente.
El tiempo transcurrido nos arrincona; nos parece
que lo que quedó atrás tiene más realidad
para reducir el presente a un interesante precipicio.

lunes, 27 de mayo de 2013

Cerca del corazón salvaje

Fauna es una mítica escritora del litoral, un personaje extraño, salvaje e ilustrado, que en su juventud solía vestirse de hombre para entrar a lugares que le estaban vedados. Un equipo de filmación quiere llevar al cine la vida de esta mujer fascinante. Para conseguir la autorización de la familia, visitan a los hijos de Fauna y allí todo el proyecto se desintegra. La nueva obra de la dramaturga, actriz y narradora Romina Paula, que acaba de estrenarse en el San Martín, es la historia de ese rodaje imposible, pero también es una compleja investigación sobre lo femenino y lo masculino y sobre cómo, finalmente, se construye una ficción.

Todo comienza con una actriz recitando un poema de Rilke. Comprendemos que se trata de un ensayo cuando al finalizar el recitado la chica recibe críticas y elogios. Estamos, en verdad, presenciando la construcción de una película. Una actriz escucha comentarios de un director sobre cómo interpretar el papel de alguien, pero ese alguien –y esto es clave– existió verdaderamente. De eso, entre otras cosas, va la nueva obra de Romina Paula. De la construcción de una ficción acerca de la vida de una mujer. Mejor aún: de una ficción sobre una mujer que también fue un hombre. Hablamos de Fauna, una escritora mítica del litoral, un personaje extraño, salvaje e ilustrado, que en su juventud solía vestirse de hombre para acceder a espacios vedados a su condición femenina. Aunque todo esto, claro, es una mentira. No existió esa tal Fauna, ni veremos jamás esa película. Todos estas problemáticas, sin embargo, están en esta bellísima y compleja obra de Romina Paula y nos empujan a pensar: ¿Cómo se construye una ficción? ¿Importa la verdad? ¿Qué valor tiene una vida en el arte? ¿Qué es exactamente ser una mujer? ¿Es lo contrario de un hombre? ¿Y qué precio hay que pagar para averiguar todas estas cosas?
Pero volvamos a la historia: Fauna, que también fue Fauno, acaba de morir y en su casa está su hija María Luisa (Susana Pampín) recibiendo a esta actriz (Pilar Gamboa) y este director (Rafael Ferro) que llegaron atraídos por la leyenda de su madre, que quieren llevar a la pantalla. María Luisa, lejos de entregarse a las veleidades de quien recibe tales atenciones imprevistas, goza poniendo permanentemente en jaque las ideas que “los artistas” han traído a su hogar. Ella también es cultivada y chúcara. Cuando llegue su hermano menor, el Santos (Esteban Bigliardi), que viene de pasar los últimos días remando bajo el sol, la atmósfera tirante se enrarecerá sin remedio. Santos trae con su presencia los trágicos y telúricos acontecimientos que lo preceden y empuja la narración hacia una suerte de estallido, pero interior. Ninguno sabrá después qué hace ahí, ni por qué, ni quién es, ni a quién ama, ni qué cree acerca de contar una historia, que a esta altura del partido, ya es el menor de los problemas.

DIARIO DE UN RODAJE

Fauna es la tercera producción de esta narradora, dramaturga y directora junto a la compañía El Silencio, integrada por Gamboa, Bigliardi, Pampín, de la que partió momentáneamente Esteban Lamothe y a la que se sumó Rafael Ferro. La primera había sido Algo de ruido hace (2008) a la que le continuó en 2009 El tiempo todo entero, sobre El Zoo de Cristal, de Tennessee Williams. Con esa última hicieron temporada en el prestigioso teatro Rond-Point de París y se presentaron en otros festivales europeos. Fue un largo tiempo conviviendo con una obra que traspolaba el encierro familiar de suburbios sureños a un aquí y ahora de Buenos Aires.
Puesta a escribir un material nuevo, Romina cuenta que quiso alejarse de ciertos tópicos que había trabajado hasta decir basta. Ni centrarse en un referente literario único, no quedarse con un registro acabadamente naturalista –“¡Por lo menos no hay un sillón! ¡Ni son una familia!”, bromea–. Y algo de eso se percibe en la experiencia de esta obra. El espacio donde sucede no es ni casa, ni campo, ni set de filmación. Y de ese escamoteo de datos espacio-temporales surge la acción inquietante, poco predecible, que caracteriza la pieza.
Hay que decir que la recurrencia en el cine, que es la clave sobre la que se construye toda la historia, no es porque sí. Toda la generación teatral a la que Romina Paula pertenece ha hecho tantas experiencias sobre las tablas como en la pantalla grande. El cine es en sí una influencia: “Cuando nosotros empezábamos a estudiar actuación, el cine y el teatro eran dos esferas separadas. No había actores de teatro en el cine. Y esto cambió completamente, ahora hay una circulación natural entre los dos espacios; los actores circulan tanto en un lado como en el otro, hay directores de cine que empiezan a dirigir obras, como Matías Piñeiro, o a la inversa. Por otro lado la experiencia del rodaje es bastante similar a cuando se ensaya teatro. Una convivencia con un grupo bastante intensa en un tiempo acotado. Algo de eso también está en la obra. Es también una obra sobre nosotros, los que la hacemos. Un grupo de personas que comparte el trabajo y la vida, y se ama y se odia”.
Por eso, más allá de lo temático de “filmar una película” son esos sentimientos intensos los que Fauna evoca. El amor, el odio, los tironeos a la hora de construir una historia en la que todos están involucrados. Grandes temas. Pretenciosos, aventurados. Hermosos en su falta total de conformismo.

FEMENINO, MASCULINO

El afiche de la obra, con la imagen de un caballo con los ojos cerrados sobre el que se ha escrito el nombre Fauna parece sugerir que la naturaleza ocupará un rol preponderante en la obra. Sí y no. Toda idea de naturaleza en la obra es discutida. No hay nada natural en esta mujer/hombre de la que estamos hablando y lo que está, está para ser cuestionado. Romina cuenta acerca de las ideas sobre el feminismo histórico que fueron parte del origen de la pieza: “Dos de las presencias iniciales de la escritura de Fauna fueron, más allá, Concepción Arenal, y más acá, María Luisa Bemberg. Leo acerca de la vida de ambas, leo cosas que han escrito o dicho. También rondan el proceso de escritura de esta obra Claude Cahun, Dorothea Lange, Katherine Anne Porte, Carson Mc Cullers, Flora Tristan. A la mayoría de estas mujeres que enumero se las define como feministas, algunas se definen a sí mismas así. Y sin embargo, no creo que haya sido lo mismo el feminismo de Concepción Arenal que el de la Bemberg, creo que no se puede descontextualizar este tipo de conceptos, lo que en un momento era cuestión de vida o muerte, en otro se convierte en un gesto político y en otro casi solo en prejuicio. A mí, ahora en el 2013 el concepto feminista no me representa. Ahora mismo me interesa más pensar acerca de lo femenino que puede haber, tanto en un hombre como en una mujer. En lo femenino y en lo masculino, habite donde habite”.
Y en ese sentido, ¿qué mejor lugar para reflexionar acerca de roles y lugares que se ocupan que el teatro, que es la puesta en abismo por excelencia de interpretar un rol? Otra de las capas de sentido que trabaja Fauna es la del “teatro dentro del teatro”: vemos a estos actores y al director ensayar escenas de la película que van a filmar y, a su vez, cambiarse los roles. El personaje de Fauna/Fauno es hecho por la actriz, luego por el director. ¿Y quién es el más femenino? Todo podría ponerse en duda.

LA VIDA ES Y SERA SUEÑO

Estos pensamientos que parecen muy contemporáneos a las discusiones de género forman parte de la historia del teatro desde siempre. En Shakespeare, como es sabido, actores hombres representaban roles femeninos, llegando al extremo de que un actor hombre interpretara a una mujer, que a su vez se vestía de hombre con algún fin. En La vida es sueño, de Calderón de la Barca, Rosaura debía vestirse de hombre para recuperar su honor perdido. “Lo que me atrae de estos personajes como Concepción Arenal, que se vestían de hombre, es más que el gesto político, el teatral. Hay una ficción, sobre tu propia vida. Nos enteramos de ciertos casos en que esto se practicaba porque eran artistas y trascendieron, pero deben haber habido muchos otros casos de los que nunca sabremos. Me divierte lo lúdico de eso. Uno cree que la discusión de género es algo sólo de ahora y no es así para nada, sólo que ha ido cambiando el foco de la discusión. Y ahí entraría el tema de la sexualidad también. Pienso acerca de roles y lugares que se ocupan: en una relación afectiva, en una familia, en el trabajo; pienso que querer definir, nombrar, es acotar, y que no se puede saber sino en el presente, y que ser y estar en el presente siempre es lo más difícil. Y pienso que el amor es un lugar que se ocupa en el presente y en presencia.”
Diciendo textos de Calderón, de Shakespeare, representando las escenas de la vida de Fauna, estos actores, y estos hijos, terminan todos enamorados. Pero esas historias son cruzadas. El amor es siempre algo que se escapa, que no se puede quedar quieto. Fauna es, en última instancia, una obra sobre el amor, sobre lo confuso e inaprensible del amor y sobre la ayuda inmensa para comprendernos en ese duro trance, que es el amor a las palabras. No por nada Romina se divide entre el teatro y la narrativa. Roberto Arlt, Horacio Quiroga, Juan L. Ortiz también aparecen en la obra, más o menos encubiertos. Pero muy lejos de la entronización a la que suele someterse a los clásicos. Como dice Romina Paula: “Estas referencias literarias parten de un profundo amor por la literatura, que no es una cuestión de enumeración. Mi relación con las palabras es vital, en el sentido de que me siento acompañada o interpelada por lo que leo, como si sucediera en el presente, y hay algo del citar que es animar esas palabras de otro, volver a darles un cuerpo. Como si el tiempo no fuera lineal y todo eso escrito y nosotros los vivos, conviviéramos en un limbo”.

Por Mercedes Halfon
Página 12

De jueves a sábados a las 21 y domingos a las 19 en la Sala 3 del Centro Cultural San Martín, Sarmiento 1551. Entrada: $60. Hasta el domingo 23 de junio.




miércoles, 8 de mayo de 2013

Para visibilizar el aborto

El film Yo aborto. Tú abortas. Todxs callamos, de Carolina Reynoso, fue preestrenado ayer. Siete mujeres, entre ellas la ex diputada Cecilia Merchán y la misma directora del film, relatan su propia experiencia sobre la interrupción de un embarazo.

“Yo aborto. Tú abortas. Todxs callamos.” La frase interpela e incomoda a la vez. Y es el título de un documental, que se preestrenó ayer, en el marco del 4º Festival Internacional de Cine por la Equidad de Género Mujeres en Foco. Y que aborda un tema que puede incomodar (a muchos). En el film, siete mujeres, de distintos sectores sociales, incluida la directora Carolina Reynoso y la ex diputada nacional Cecilia Merchán, rompen el silencio sobre sus propias experiencias en relación con el aborto clandestino, y sus palabras ayudan a derribar mitos y a reflexionar sobre una práctica –frecuente más de lo que se presume– que está penalizada en el país. En una entrevista de Página/12, Reynoso contó las motivaciones que la llevaron a realizar el documental y se mete también con la hipocresía que rodea la problemática del aborto y con la ausencia de debate legislativo en relación con la despenalización. “Son necesarias más intervenciones simbólicas como esta película para lograr una revolución cultural a tal punto que la legalización del aborto sea una problemática que no pueda de ningún modo soslayarse en la agenda política”, opinó.
Una fotógrafa de nacionalidad boliviana que vive en Buenos Aires, una psicóloga social, una psicóloga, una murguera y ama de casa y una referente mapuche son las otras protagonistas de este documental. Ellas, junto a la ex diputada y a la directora, dan la cara, cuentan y opinan sobre el aborto. Y desarman mitos.
Reynoso está emocionada por la proyección. Es su ópera prima. La película es su forma de militancia por la despenalización del aborto. “Después de que me hice un aborto pasé por un largo silencio. Un día, en una charla casual, una chica que no conocía mucho me contó con mucha naturalidad que ella se había realizado un aborto. Para mí fue revelador. Yo creía que era la única mujer en el mundo que se había hecho uno. A partir de ahí empecé a vislumbrar que éramos un montón las mujeres que interrumpimos un embarazo y que no sólo podíamos contarlo, sino que debíamos contarlo, para que otras mujeres no sean silenciadas, invisibilizadas y criminalizadas como lo habíamos sido nosotras”, dice Reynoso. Ayer se preestrenó en el Espacio Cultural Biblioteca del Congreso de la Nación (Alsina 1835), una de las dos sedes del Festival Mujeres en Foco, que se extiende hasta el sábado. La otra sede es la Alianza Francesa, en Avenida Córdoba 936.
Unos años después, Reynoso inició sus estudios de cine, y ante la posibilidad de hacer un trabajo práctico documental, inmediatamente pensó “en el derecho al aborto” como tema. “Me di cuenta de que no había una película profesional sobre la necesidad de legalizar el aborto en la Argentina y aun más cuando comencé a conocer el gran trabajo que hacían y hacen los movimientos de mujeres en nuestro papís y que estaba invisibilizado. De ese modo y luego de mucho trabajo e investigación, presentamos el proyecto al subsidio de guión que da el Instituto de Cine y Artes Audiovisuales y nos lo otorgaron, y un año después lo presentamos a subsidio para la producción y también lo ganamos. Esto, además de posibilitarnos hacer la película que realmente queríamos hacer, también nos da la posibilidad de estrenarla en los espacios Incaa de todo el país”, contó Reynoso.
–¿Qué piensa de la situación del aborto en la Argentina? –Pienso que las organizaciones de mujeres han logrado que haya más acceso a abortos seguros por medio de su militancia y de la mano del aborto medicamentoso. Distintas organizaciones, Lesbianas y Feministas o Socorro Rosa de La Revuelta, entre muchas otras, brindan información científica sobre cómo hacerse un aborto con pastillas de manera segura, evitando muchas muertes de mujeres. Pero este gran trabajo poniendo el cuerpo choca con la indiferencia del Estado. Aún no hay voluntad política para discutir este tema en el Congreso.
–¿Le costó ubicar mujeres que quieran hablar en primera persona y ante una cámara? –Los testimonios que estructuran la película son de mujeres muy diferentes entre sí, por lo cual algunas voces me costaron más que otras, especialmente las mujeres de contextos populares. De todos modos, el gran trabajo de las organizaciones feministas acompañando a mujeres con información y acceso en su decisión de abortar genera redes que facilitaron nuestro trabajo, pasándonos contactos o espacios donde buscar. También nos dimos cuenta de que muchas mujeres querían contar su historia, que no querían callar más y que querían luchar por el derecho de decidir sobre nuestros cuerpos y por el derecho a acceder a una práctica médica de manera segura y gratuita.
–¿Por qué cree que se demora el debate por la despenalización del aborto en el país? –La demora tiene que ver con la falta de voluntad política, que tiene que ver con la ideología patriarcal que estructura el poder político y judicial y con la sociedad en general. Esto no permite ver la problemática del aborto como una cuestión de derechos humanos y de respeto a la vida y a la salud de unas 500 mil mujeres al año que decidimos abortar en Argentina. A su vez, no hay que olvidar que cuando hablamos de abortar hablamos de autodeterminación del cuerpo de las mujeres, de cierta autonomía que la sociedad en general, pero especialmente el poder político, no está dispuesto a ceder fácilmente. Por otro lado, creo que influye la gran cuota de poder que sigue teniendo la religión en nuestro país. Por último, y fuertemente enlazado con lo anterior, aún hay una gran desinformación sobre lo que pedimos las organizaciones de mujeres y sobre los proyectos de ley presentados.

 Por Mariana Carbajal

Fuente: Página 12

domingo, 21 de abril de 2013

Fuera del campo de batalla

A ocho años de la primera edición de Fornicar y matar, se reedita el libro de Laura Klein que abre un abanico de preguntas en torno de la cuestión del aborto. Con título nuevo y edición de bolsillo, la autora refresca esa zona incómoda que supo cultivar en 2005: la vida, la muerte, el sexo, el amor, el patriarcado, la unidad y la multiplicidad tocándose como piezas de encastre en el debate urgente sobre el aborto. ¿Cuánto influirá la asunción de Bergoglio en la posibilidad de una ley? ¿Por qué siempre queda encriptada la discusión en los abortos no punibles? ¿A quién quiere complacer Macri cuando impide que se realice un aborto autorizado por la ley? ¿Se puede legislar sobre el deseo? ¿Se puede anclar la discusión en el binomio voluntad (libertad) y error?

Cuando salió la primera edición de Fornicar y matar (2005), bastaba con andar con el libro bajo el brazo para provocar una pregunta, obligar al hojeo, instigar al debate: quien escribe sobre aborto en términos de fornicar y matar, ¿está a favor o en contra? ¿Se puede hablar de autonomía sexual cuando lo que se pone en juego es la vida (una potencial y otra en acto)? ¿Es esta mezcla posible? Porque una de las dimensiones que introdujo su autora, Laura Klein (licenciada en Filosofía, poeta y ensayista), es esa hinchazón que provoca la molestia de pensar sin red, sabiendo que por más a favor que se esté de la legalización ahí no empieza ni termina la experiencia de miles de mujeres, que a la hora de abortar no piensan en términos de fetos ni asesinatos y que ahí, en ese acto tan solitario y desnudo, se juega no solamente la presencia de otro(s) sino la muerte (por más negada que esté) y ese lapso tan invisibilizado y sensible como es el embarazo. Y en ese “como si” existe una alteridad que no puede ser eludida, negada, pero sin embargo no entra nunca a tallar en la discusión de pro y antiabortistas.
La nueva edición de Fornicar y matar se llama Entre el crimen y el derecho, tal vez por paliar un poco ese efecto explosivo de la entrada al texto, una decisión editorial que como efecto dura poco. Porque Klein empieza a tocar las llagas que duelen muy pronto en la lectura, y fuerza a llevar los pies bien cerca del precipicio y con los ojos abiertos. Así, en esta edición actualizada y ampliada, revisita la letra de la ley, que soporta más ambigüedad que la propia discusión, molesta con la insistencia de que una mujer puede no querer ser madre, y resalta lo insoportable de esa voluntad “torcida”, que se ve reflejada tanto en los discursos antiabortistas como en aquellos que siempre rodean la cuestión hablando de las mujeres violadas, pobres, indefensas...
En esta reedición incluyó, además de la actualización, un anexo que recopila artículos que publicó entre 1998 y 2012. “Escribí el libro no como un devaneo filosófico sino como una forma de intervención, de acción: en la sociedad, en la conciencia colectiva y de cada quien. Y quise ahora, incluyendo estas intervenciones coyunturales, mostrar que el pensamiento no es, como decía Hegel, el búho que levanta vuelo cuando la vida decrece, sino que invita a formas de acción que constituyen distintas formas de acercar el pensamiento a los problemas de la vida cotidiana.” Por eso eligió la intervención de Menem cuando propuso el 25 de marzo como el Día del Niño No Nacido, cuando Macri puso en peligro a la mujer violada que iba a abortar en el Hospital Ramos Mejía, la época en que la Iglesia se oponía a la educación sexual, y la historia nada conocida de cuando no se oponía al aborto terapéutico, hasta 1884. “Creo que las intervenciones del anexo ponen en juego que el planteo del libro encara otros modos de pensar: muestra que la filosofía no está en una cueva, sino que pensando la experiencia se proponen otros novedosos y disruptivos modos de intervención.”

La primera edición del libro fue en el 2005. ¿Qué cosas cambiaron desde entonces?

–Desde entonces a hoy tenemos la ley de matrimonio igualitario, la Ley de Identidad de Género y el fallo de la Corte Suprema de la Nación que ordena a los gobiernos provinciales reglamentar los procedimientos para realizar los abortos no punibles. Además, el tema de la legalización del aborto entró en la agenda pública: después de años de luchas sociales, apareció en boca de un ministro de Salud de la nación (Ginés González García) y de una jueza de la Corte (Carmen Argibay), lo que facilitó que varios proyectos al menos se presentaran en el Congreso. También tuvimos la bendita suerte de que eligieran a un argentino como Papa, así que podríamos decir que dimos varios pasos adelante y uno importante atrás.

Al revés que en Europa, donde el aborto es legal pero el matrimonio igualitario parece una utopía de países como Argentina y Uruguay.

–Muchos dicen que es raro que se haya permitido el matrimonio igualitario antes que el aborto, que nadie se lo esperaba, que parece contradictorio. ¿Por qué esta reacción de sorpresa? Porque las prácticas de aborto están –estaban– más aceptadas por la sociedad que las relaciones homosexuales, que sobre el aborto no pesaba ningún rechazo moral, o de ninguna manera el que pesa –o pesaba– sobre la homosexualidad. Porque está prohibido pero las mujeres abortan, todos lo sabemos: las católicas, las casadas, las que apoyan que sea legal pero también las que se oponen (y lo mismo vale para los varones: apoyan o instigan a abortar a sus esposas, hijas o amantes tanto los ateos, los católicos como los musulmanes, aprueben la legalización del aborto o militen en contra –acordémonos del oprobioso Menem–). Y además las mujeres que abortan son vistas más como víctimas que como transgresoras, mucho menos como asesinas, tampoco libres. Entonces, al parecer hubiera sido más lógico que se legalizara antes. Pero esto entraña una serie de supuestos de diversa índole, cada uno de los cuales merecería ser pensado: por ejemplo que las leyes son un reflejo de la moral social, que existe algo así como un camino escalonado, una especie de “progreso” en las conquistas sociales y políticas, que la condena del aborto es un problema de moral sexual y que, en la escala de los males y pecados de la Iglesia Católica, está muy por debajo del matrimonio entre personas del mismo sexo (el ahora papa Francisco llamó “diabólica” la ley).

Vos planteás en el libro que el eje de la argumentación antiabortista varió.

–Lo que no se ve en esas dos últimas suposiciones es que en las últimas décadas la cuestión del aborto cambió de régimen, por decirlo de alguna manera. Si antes se discutía junto con anticonceptivos y planificación familiar, ahora lo encontrás junto con eutanasia y fertilización in vitro en el campo de la bioética. De las problemáticas de moral sexual y defensa de la familia el debate sobre el aborto se corrió a otro ámbito bien heterogéneo: los derechos humanos y la defensa de la vida.

Y también sostenés una crítica de la no discriminación como lo políticamente correcto.

–En ese sentido, si el matrimonio igualitario responde a no discriminar por género, paradójicamente respecto del aborto tenemos que discriminar por género: somos exclusivamente las mujeres quienes nos quedamos embarazadas, exclusivamente nosotras abortamos o parimos. Y anular esta diferencia es desconocer la experiencia misma del aborto. Cualquier debate que desconozca esto está viciado de nulidad.

¿Por qué discutís las argumentaciones que se instalan en el terreno del derecho –derechos de la mujer, derechos del “feto”– y sostenés, en cambio, la idea de experiencia?

–Se trata del embarazo como el acontecimiento obvio cotidiano y casi banal pero negado, suprimido y tachado del debate del aborto. Si fuera sólo la vida del embrión, daría lo mismo en la probeta que en el vientre de una mujer. Y el primero ni es persona para la ley ni se llama aborto su destrucción. ¿Cuál es la diferencia? El embarazo. Entonces, tratar el tema del aborto como un conflicto entre derechos de la mujer y del feto no contempla que, durante el embarazo, son para la ley un ser muy extraño: no dos personas en un mismo cuerpo sino dos personas y un mismo cuerpo. Más cerca de la complejidad de la Santísima Trinidad que de un litigio entre propietarios. ¿Te imaginás que uno de cada tres o cuatro hombres vaya alguna vez en su vida a un consultorio clandestino y arriesgue su vida porque no usó anticonceptivos o le fallaron? Hay una vieja consigna de los republicanos españoles que decía “si los hombres abortaran, el aborto sería legal” y en su versión extrema creo que terminaba: “El aborto sería un sacramento”.

¿Qué va a pasar ahora, con la asunción de Bergoglio como papa, respecto del aborto?

–A los pocos días de la elección, Aníbal Fernández se expresó: “Ahora sacar el aborto va a ser imposible”. El comentario sonó a fatalidad, a cambio climático, a reconocimiento de lo inexorable. Como si fuese uno de tantos expertos en mediciones de aperturas y cierres del horizonte político, un mero espectador de la realidad y no un actor privilegiado para forjarla. Como si la irrupción de un papa argentino sometiera a la Argentina –o específicamente al Gobierno en este caso– a doblegarse y renunciar al esforzado y aún incompleto proceso de separación entre Iglesia y Estado. Un mal signo, realmente.

¿Inesperado?

–No exactamente.

Entonces, ¿se aleja la perspectiva de la legalización del aborto?

–Hay una ilusión que conviene a cierto estilo, cierto modo de plantear la cuestión, que comparten, paradójicamente y por muy distintas razones, lo más retrógrado de la Iglesia y lo más rígido o convencional del feminismo. Estoy hablando de lo que, hasta marzo de este año, se configuraba como el fantasma de la inminente legalización del aborto. Un fantasma erigido por detractores y defensores: unos para azuzar a la sociedad frente al peligro de legalizar la muerte de un inocente, asustar la conciencia y largar a los perros; los otros para instalar el tema discursivamente, en la agenda política y en los debates parlamentarios, y alimentar la esperanza de que una práctica tan extendida como el aborto, sólo por hipocresía, saña o ignorancia, pueda seguir siendo penada.

¿Por qué decís “ilusión”, “fantasma”?

–Convengamos en que, junto a la promesa –o amenaza– de discusión parlamentaria del estatuto del aborto, asistimos hace unos cuantos años a un ataque sostenido contra los abortos que la media social acepta y aprueba y que el Código Penal deja fuera de todo castigo. Me refiero al aborto terapéutico (cuando peligra la vida o la salud de la gestante-futura madre) y al aborto de un embarazo originado en una violación sexual. Desde 1921, estas dos situaciones trágicas se preservan de la criminalidad ante la Justicia, que observa un tradicional respeto por la mujer (hoy se diría en sus derechos sexuales y reproductivos) que se encuentra en riesgo de morir por estar embarazada o lo estuvo al quedar encinta. Y sin embargo, hoy resulta subversivo lo que entonces parecía de sentido común.

O sea que el camino no es lineal, que aunque la conciencia avance, o parezca que avanza, el asunto no es lineal e incluso hay retrocesos.

–Exactamente. La Corte Suprema de la Nación tuvo que pronunciarse para que los médicos no arrojen a los tribunales a las mujeres que llegan con un legítimo reclamo de abortar, y para que jueces de vocación policíaca dejen de interponer recursos y amparos extraordinarios para obstruir la consecución en hospitales públicos de abortos permitidos por la ley. ¿Cómo sumergirse entonces en la promesa de la próxima legalización del aborto, cuando ni siquiera los abortos contemplados como no punibles por la ley se realizan sin torturar a la mujer?

¿El libro es oportuno o inoportuno?

–Hay quienes dirían: qué mal momento para publicar un libro sobre aborto: porque el debate no se va a dar, porque los proyectos se van a cajonear, porque hasta las figuras que se hicieron un lugar en el escenario público como adalides del aborto legal van a mirar para otro lado, ahora que el ojo del Vaticano tiene radicado un párpado en el país. Precisamente por eso es un buen momento: se partirán aguas una vez más.

Vos hacés una historización de la Iglesia, que no siempre estuvo en contra del aborto...

–En realidad, siempre estuvo en contra del aborto pero no siempre por las mismas razones. Y unas se chocan con otras. Porque lo que era sagrada era la vida eterna, no la terrena, y más valía la salvación del alma que la del cuerpo. Todos escuchamos hablar de eso, pero en el furor de la contienda nos olvidamos. Entonces, durante siglos no fue el valor de la vida del embrión lo que motivó la condena, sino la condena del aborto como una manera de “ocultar fornicación”. La Iglesia llamaba al uso de anticonceptivos “homicidio anticipado”, hoy lo dice del aborto. Y está bien lejos de invocar razones de moral sexual o propiamente religiosas: hoy invoca el ADN y los derechos humanos. Pero éstos eran una afrenta, un desprecio, una sustitución del derecho divino (y hasta hoy hay sectores eclesiásticos que subrayan y defienden éste contra aquéllos). Y cuando surgió la embriología como ciencia, en el siglo XVII, la Iglesia se resistió todo lo que pudo y fue recién en 1869 que cambió la tesis de que la vida propiamente humana empezaba a los tres meses del embarazo por la que sostiene hoy, que pone el inicio en la concepción.

Es decir, la Iglesia se apropió de los argumentos que antes le jugaban en contra, los de la ciencia y los de los derechos humanos. ¿Y qué planteaba antes?

–Lo que es impresionante es el silencio que mantiene el Vaticano sobre su propia historia, desde los textos –que quedan sólo para eruditos– hasta sus creencias tradicionales –que ni a los eruditos les resultan creíbles– y hacen malabares mentales y espirituales para adecuarlas a los sentidos hoy imperantes. Respecto del aborto no son detalles: Santo Tomás dijo que quien afirme que el alma entra al cuerpo en el momento mismo de la concepción es un hereje. El alma, como el futuro habitante en una casa, decía, sólo puede entrar cuando el cuerpo está bien formado para recibirla. Cambiar de opinión y adecuar la moral a los descubrimientos de la ciencia no es de por sí anticristiano, pero el pertinaz ocultamiento de casi dos mil años de teología, ¿qué es?
Otro aspecto que me sacudió en la investigación fue enfrentarme a que la Iglesia Católica tenía antes, con toda su intolerancia folklórica y sanguinaria, una tolerancia y una comprensión, casi una independencia moral podría decirte, que se ha perdido completamente. Que se ha perdido con el auge de la verdad científica y la congruencia lógica, que reemplazaron el examen de conciencia. Creo que el último hito, el definitorio para la cuestión del aborto, es cuando prohíbe, en 1884, el aborto terapéutico. Para nosotros es raro escucharlo así, porque todo hace pensar que siempre estuvo prohibido. Pero no, ahí hay una de las muchas puntas de iceberg donde se vuelve más humana la Iglesia, donde se ve que no estaba sometida como hoy al imperio de la lógica (si la vida de todos los embriones tienen el mismo valor, ningún aborto es tolerable), sino que tenía un problema con la sexualidad no reproductiva. No es que fuera menos represiva, es que estaba atada –y ataba– a otras cadenas.

Una y el otro

El libro se introduce en los presupuestos de la ley respecto de cuándo se puede hablar de vida humana.

–Sí, pero precisamente para mostrar que todas las posturas, desde la que defiende que comienza en la concepción hasta la que dice que comenzaría a tener derechos cuando puede vivir fuera del seno materno, pueden, todas con el mismo rigor, ser demostradas científicamente. Lo cual nos pone en un lugar de alerta al respecto, significa que el asunto del valor de la vida humana no es un asunto científico. Y hay un abismo entre debatir qué es la vida humana y cómo juzgar a una mujer encinta que no quiere continuar el embarazo.
Por eso, tampoco los códigos Civil y Penal son lo que una se espera escuchando el debate, los argumentos de un lado y otro. Es curioso, pero no se toman el trabajo de confrontar con la letra de la ley... la ley que quieren cambiar. Se hace mucho ruido en el debate con la oposición especular es un ser humano-no lo es, es sólo potencial, unos dicen que la vida y el derecho pleno a la misma empieza con la concepción, otros arguyen la sensibilidad o la viabilidad. Lo que a mí me resulta cada vez más enigmático es cómo a nadie en esta discusión se le ocurre ver cómo lo dirime la ley (repito: la ley que habría que modificar), o sea, cómo se elude el hito del nacimiento como hito definitorio para la definición de persona. Y digo esto no porque me parezca la mejor hipótesis, sino porque es la que establece la ley, aquí y en todas las sociedades democráticas modernas.

¿Y qué dice la ley?

–El Código Civil introduce una figura sui generis: la “persona por nacer”. Antes de seguir quiero aclarar que “persona” significa “ente susceptible de percibir derechos”, no tiene una aureola de dignidad. Entonces el Código Civil plasma en dos artículos que prácticamente nadie cita por completo la extraña condición de la persona embrionaria que vive en lo que se dio en llamar el seno materno. El artículo 70 afirma que antes de nacer pueden las “personas por nacer” adquirir algunos derechos como si ya hubiesen nacido. Y quedan, dice textualmente el Código, irrevocablemente adquiridos si naciere con vida, aunque fuera por instantes después de estar separados de su madre (el estupor de para qué le sirven esos derechos si muriere tan pronto nos lleva lejos, a las leyes de herencia). El artículo 74 establece que si muriesen antes de estar completamente separados del seno materno serán considerados como si no hubieran existido. A mí lo que me llamó la atención en estos dos artículos es que la “persona por nacer”, el feto o embrión que está en ciernes en el debate del aborto, se halla, dentro del Código Civil, encerrado –o amparado– entre dos “como si”. Es un “como si”, porque si no nace nunca existió. Es y no es. Es una parte y es una individualidad. El Código Civil contempla una contradicción lógica que el debate no registra, el Código soporta más locura y más complejidad que la ideología.

Entonces, para la ley el concepto de individuo no es tan claro como parece.

–Es que en el aborto hay dos en juego: una (persona, sujeto, cuerpo, alma) que se va a partir en dos, y eso es bastante extraño. Es el único caso donde para un mismo acontecimiento hay dos verbos: nacer y parir, y eso da cuenta del desdoblamiento. El embarazo es una fase muy conflictiva para lo que es la figura del individuo, porque ahí la mujer es un individuo pero después hay dos: de ella sale un otro, entonces yo creo que esto tiene que iluminar y problematizar la categoría individuo.

¿Qué problemas hay con la consigna “mi cuerpo es mío”?

–¿Hay otro o no hay otro? Si se lograra, que probablemente no sea algo nada lejano, si se lograra que una mujer interrumpa su embarazo sin que el producto de la concepción deje de existir, ¿qué dirían hoy los que defienden el aborto alegando exclusivamente que la mujer no está obligada a ser madre ni a ser un útero ambulante? Porque si así fuera, nadie tendría problema en que, llegado el hipotético caso de poder extraer un feto e implantarlo en una mujer que sí quiere tener un hijo, en vez de un aborto donde deja de existir el óvulo fecundado, éste se transfiere a otra mujer. Este test, por más de ciencia ficción que sea, es buenísimo frente al argumento de “yo lo único que quiero es no estar embarazada cuando no lo deseo, yo tengo mi autonomía, mi cuerpo es mío, yo no soy un útero ambulante” porque lo tira abajo. De manera que las mujeres abortamos para que no haya ese otro. Las mujeres sabemos que un feto no es una muela, no hay que tratar de ponerlo en esos términos por contraposición a la imagen del bebito que te pone la Iglesia, que tampoco es.

¿Por qué es tan erosivo, tan irritante, este tema?

–Hay quienes no se hacen ciertas preguntas por miedo a las consecuencias. Ahora, lo perturbador, por ejemplo, en aquello de si el feto es alguien o no es nada, si es o no vida y si accede o no a jerarquía humana: la sola idea de que estas preguntas nos podrían llevar a una conclusión contraria a la legalización del aborto, espanta. Entonces la cuestión más importante no es responderlas sino no evitarlas. ¿Y por qué, desde dónde, hasta cuándo, la verdad sería un grillete para la moral? Cuando una mujer aborta, pone en juego el íntimo enlace entre vida y muerte. Las mujeres tenemos este poder. Una también es víctima de su poder, depende de qué relación tengas con tus poderes. Las mujeres tienen el poder de engendrar la vida y entonces el poder de abortar nunca va a ser solamente un derecho, porque tienen el poder de parir. Otra cosa que yo pensaba en estos años como algo clarísimo frente a los debates que aplastan a las mujeres que abortan es: la que más padece al abortar es la mujer que aborta. La que más sufre el aborto es la que llamás asesina, ¿cómo seguís el debate después de eso?

¿Por qué para hablar de aborto tenemos que apelar a las violadas, a las víctimas de trata, a las enfermas terminales?

–O a las pobres. El punto que las justificaría es que no pueden tener ese hijo porque serían víctimas de sus circunstancias, no porque no quieren tener un hijo. Lo que se sale de los términos planteados usualmente en el debate es si una mujer quiere ser madre, y eso es nodal. Para conseguir la legalización del aborto hablemos de la muerte de las mujeres, está bien, es gravísimo, pero es parte del problema que sólo sea soportable el aborto victimizando a las mujeres por otro padecimiento que el acto mismo de abortar. Porque entonces volvemos a ese otro argumento de qué pasaría si no muriese ni una mujer por aborto. Lo que parece que es muy difícil decir es que una mujer no quiera ni ser madre ni tener hijos, por eso las justificaciones. Lo insoportable es que una mujer no quiera tener hijos, haga otras cosas, o nada. Por eso en los debates siempre se dice que si una mujer aborta es por falta de algo: de recursos, de fuerzas, lo que sea, no por deseo. Tiene que ver con la familia burguesa esto de la maternidad. Porque la Iglesia hasta el siglo XVI no alentaba las familias numerosas ni estaba a favor de la maternidad, y eso me parece muy interesante.

Entonces, las prácticas del aborto hay que pensarlas con las de la maternidad y del embarazo, si no pareciera que son de otra calaña los fetos que se abortan que los que después van a ser hijos.

La “madre asesina” y la “madre abnegada” no están separadas, las separa el discurso para alienar a la mujer en la servidumbre materna y en el asesinato del feto, digamos, ahí aparece la culpa de ambas maneras.

Hubo gente que cuando salió el libro, aun estando a favor totalmente del aborto, le pareció chocante, sintieron que se estaba pensando el tema desde un punto de vista que podía confundir o desviar el debate.

–Cierto. Porque están tan naturalizados los argumentos que dicen que la mujer, para estar incluida plenamente como sujeto de los derechos humanos, tiene que ejercer plena libertad de elegir, control del propio cuerpo y autonomía, que parar mientes en qué significa todo esto en general pero en particular respecto de la situación del aborto, donde se juegan sexo, vida y muerte, resulta artificioso y chocante. Pero llegados a este punto, vemos qué chocantes son los argumentos que quieren convencer a las mujeres –¿o a la ley?– que son sujetos autónomos, dueñas de su cuerpo, libres para elegir cuándo, cómo y cuántos hijos tienen y con derecho a controlar su propio cuerpo y a decidir sobre su vida privada... Una mujer que está en trance de abortar se siente atrapada: ni quiere tener un hijo ni quiere abortar. Quedó encinta contra su voluntad, ahora está forzada por esa falta de libertad original. Hablarle de su situación en términos de libertad, de libre elección, en términos que la representarían ante la ley para que su acto dejara de ser un delito, la deja lejos de la escena que está viviendo. Una mala compañía para las mujeres abortantes (no sólo con el aborto prohibido). Para mí, el estatuto legal es una dimensión muy importante, pero no la única, de la experiencia del aborto. Es fundamental porque con su prohibición no se salva ninguna vida –que esté condenado penalmente no empuja a la maternidad sino a la clandestinidad–. Es fundamental porque con su legalización se reduce drásticamente el número de mujeres que mueren al abortar. Y es fundamental por los efectos y resonancias que tendría para todos. Pero en lo legal no se acaba el “problema” del aborto. Porque hay algo que no es resoluble, y eso es lo más misterioso –y el término vale–. Pensemos en los países donde las mujeres abortan dentro de la ley: ¿dejó de ser una experiencia angustiosa, una decisión que corta la vida en un antes y un después? ¿Es que alguien se imagina que abortar puede ser como tomar un vaso de agua, sacarse una muela o ponerse un DIU? ¿Eso es una “idealización” del acto de abortar o su negación?
En ese sentido, Entre el crimen y el derecho contempla la historia legal y criminal del aborto y de las abortantes a lo largo de los siglos, las ideologías y las revoluciones, y también los vericuetos argumentales con que se implementó históricamente su condena y sus defensas, pero lo jurídico no es un ábrete sésamo ni una panacea donde se disuelve el dolor. “Por eso me resulta vital advertir contra las ilusiones jurídicas, yo quiero poner en evidencia la dimensión del poder cuando queda encubierta por el derecho. Pero la mayor parte de los discursos a favor de los oprimidos hoy les hablan a los opresores: les explican las reacciones irracionales o resentidas de los oprimidos, a los que justifican como víctimas. No hacen peligrar el sistema, quieren ser reconocidos por él. Sartre decía de Los condenados de la tierra de Fanon: este libro es peligroso, les habla a sus compañeros, no a sus enemigos. Muchas de las defensas del aborto legal no les hablan a las mujeres sino a sus acusadores. Está claro que quieren justificarlas, pero de buenas intenciones... Porque se trata, alguna vez, de dar la espalda al tribunal y dirigirse a la sociedad. Eso es un cambio: el banquillo de los acusados, esta vez, quedó vacío, la víctima no está ahí, la víctima esta vez no será victimizada.”

Por Flor Monfort

Entre el crimen y el derecho se presenta el viernes 26 de abril a las 18. 30 en la sala Leopoldo Lugones de la Feria del Libro.