jueves, 29 de octubre de 2009

Arguye de inconsecuentes el gusto y la censura de los hombres que en las mujeres acusan lo que causan.

Hombres necios que acusáis 
a la mujer sin razón, 
sin ver que sois la ocasión
de lo mismo que culpáis, 

si con ansia sin igual 
solicitáis su desdén 
¿por qué queréis que obren bien
si las incitáis al mal? 

Combatís su resistencia 
y luego, con gravedad,
decís que fue liviandad 
lo que hizo la diligencia. 

Parecer quiere el denuedo
de vuestro parecer loco,
al niño que pone el coco, 
y luego le tiene miedo. 

Queréis, con presunción necia, 
hallar a la que buscáis, 
para pretendida, Thais,
y en la posesión, Lucrecia.

¿Qué humor puede ser más raro
que el que, falto de consejo,
él mismo empaña el espejo 
y siente que no esté claro?

Con el favor y el desdén  
tenéis condición igual: 
quejándoos si os tratan mal
burlándoos si os quieren bien. 

Opinión ninguna, gana
pues la que más se recata, 
si no os admite, es ingrata,
y si os admite, es liviana. 

Siempre tan necios andáis
que con desigual nivel
a una culpáis por cruel
y a otra por fácil culpáis. 

¿Pues cómo ha de estar templada 
la que vuestro amor pretende,
si la que es ingrata ofende
y la que es fácil enfada? 

[…]

Bien con muchas armas fundo
que lidia vuestra arrogancia,
pues, en promesa e instancia 
juntáis diablo, carne y mundo. 


Sor Juana Inés de la Cruz 

(Sor Juana Inés de la Cruz, Poemas. Bureau Editor)

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