jueves, 8 de octubre de 2009

La libertad que soñé de niña a través de las palabras de Simone

  “Lo que me deslumbró cuando llegué a París en setiembre de 1929 fue primeramente mi libertad. La había soñado desde la infancia cuando jugaba con mi hermana a “la señorita grande”. De estudiante, ya he dicho con qué pasión clamaba por ella. De pronto la tenía; en cada uno de mis movimientos me maravillaba mi agilidad. Por la mañana, en cuanto abría los ojos, me revolcaba con júbilo. Alrededor de los doce años había sufrido por no tener en casa un rincón que fuera mío. Leyendo en Mon Journal la historia de una colegiala inglesa había contemplado con nostalgia la fotografía que representaba su cuarto: un pupitre, un diván, estanterías cubiertas de libros; entre esas paredes de colores vivos ella estudiaba, leía, tomaba té, sin testigos: ¡Cómo la envidiaba! Yo entreveía por primera vez una existencia más favorecida que la mía. Ahora ¡yo también estaba en mi habitación! Mi abuela había sacado de su sala todos los sillones, mesitas, adornos. Yo había comprado muebles de pino que mi hermana me había ayudado a barnizar. Tenía una mesa, dos sillas, una gran cofre que servía para sentarse y para guardar de todo, estanterías para poner mis libros, un diván que hacía juego con el papel naranja con que había empapelado las paredes. Desde mi balcón del quinto piso dominaba los plátanos de la calle Denfert-Rochereau y el león de Belfort. Para calentarme encendía una estufa de querosén que daba muy mal olor: me parecía que ese olor defendía mi soledad y me gustaba. ¡Qué alegría poder cerrar mi puerta y pasar mi días protegida de todas las miradas! Durante mucho tiempo me resultó indiferente el decorado en el cual vivía; a causa quizá de la imagen de Mon Journal prefería los cuartos con un diván y estanterías; pero me las arreglaba con cualquier rincón: me bastaba poder cerrar la puerta para sentirme feliz. 
  Le pagaba un alquiler a mi abuela y me trataba con tanta discreción como a sus demás pensionistas; nadie vigilaba mis idas y venidas. Podía volver al alba o leer en la cama durante toda la noche, dormir en pleno día, quedarme encerrada durante veinticuatro horas seguidas, bajar bruscamente a la calle. Almorzaba con un bortsch en Dominique, de noche tomaba en la Coupole una taza de chocolate. Me gustaban el chocolate, el bortsch, las largas siestas y las noches en vela, pero sobre todo me gustaba mi capricho.”


                                                                                 Simone de Beauvoir

(“La plenitud de la vida”, de Simone de Beauvoir. Editorial Sudamericana). 

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