sábado, 17 de septiembre de 2011

Palabra autorizada

Un taller de la Unidad 31 de la Cárcel de Ezeiza reúne a un grupo de mujeres privadas de su libertad para analizar la evolución de la prisión moderna... desde la prisión moderna.

Dos años atrás, un documentalista –David Bond– se preguntó si acaso era posible tener privacidad en Gran Bretaña. Su respuesta fue un film llamado Erasing David, donde el realizador y productor probó desaparecer un mes, con detectives privados –que sólo tenían su nombre y su foto– al acecho. Gracias a redes sociales, bancos de datos y cámaras de seguridad, en menos de 30 días Bond fue capturado. “Después de China y Rusia, Inglaterra es el tercer país más vigilado del mundo, con (casi) una cámara por persona; es una locura”, expresó el justificadamente paranoico muchacho brit.

El caso (un caso más) es sintomático: La sociedad de control está que arde y un simbólico panóptico de Bentham –aquel que permitía que el guardia echase el ojo sin ser visto– goza de tan buena salud que la publicación de 1975 de Michel Foucault no pierde vigencia. Con Vigilar y castigar, el –siempre lúcido– francés arrimó una explicación sobre las cárceles y el traslado del castigo físico a la “corrección disciplinaria”, de la ejecución pública y el calabozo a formas carcelarias más “blanquecinas”, formas donde la visibilidad se volvía (se vuelve) una trampa.

Más allá del evidente logro historizador al describir y teorizar sobre el desarrollo, las tecnologías y la economía del castigo en la era moderna, Foucault alcanzó un estadio analítico superior: Demostró que la prisión es un continuo, que la sociedad toda está atada a métodos de control no evidentes. La vida diaria y sus manifestaciones institucionales son vigiladas en pos de la “normalización” generalizada. El panóptico caló tan profundo que las torres son las personas, el otro, los espacios laborales y, así, al infinito.

Resulta –por lo menos– irónico entonces que 35 años después de su primera edición, el célebre texto haga el camino inverso y, tras transitar el campo académico con su tan difundida metáfora de realidad, vuelva –una vez más– tras las rejas, como lo hace cada quince días, a través de un taller de lectura y pensamiento llamado “En los bordes andando” (ELBA), organizado por el músico y docente universitario Luis “El Chino” Sanjurjo en la Unidad 31 de la Cárcel de Ezeiza.

Jueves sí, jueves no, Silvina, Liliana, Cynthia, Sandra, María José y otras internas –privadas ellas de su libertad– se reúnen en la biblioteca del penal y, en franco recorrido analítico, leen Vigilar y Castigar; repasan el nacimiento de la cárcel... desde la cárcel, mientras, por lo alto, una ventanita les hace de velador y deja pasar algunos hilos de luz filtrados por barrotes y un continuo de alambre de púa.

“Lo que se intenta es generar un espacio recreativo que permita la emergencia de la voz propia y sinceramente creo que, sin apelar a textos fuertes, se puede llegar a buen puerto. No es necesario buscar lo explícito-que-te-rompe-el-corazón. Lo positivo de Foucault es justamente el equilibrio: Es encarnizado pero tiene la distancia de la reflexión teórica”, repasa para Las12 Sanjurjo.

Entonces, de buenas a primeras, ya en clase, pide a las chicas que piensen la realidad como una olla de fideos; que el libro sea su colador. “¿Cuál es la cualidad específica de la hebra que están por sacar?”, inaugura Luis. “Pienso en conceptos como ‘Encarcelamientos readaptadores’, ‘Dispositivos de disciplina’ o ‘Política del cuerpo’, pero sigo sin encontrarle sentido a acumular personas para volverlas dóciles”, comenta Silvina, que –luego– explicará cómo agradece el espacio generado(r) para usar “la herramienta intelectual que te permite vivir de pie”.

Liliana –autora de Obligado Tic Tac, un libro cartonero que escribió en la cárcel y ha sido publicado– sacude la pluma; lee unas palabras que son suyas: “Ya no es el cuerpo; es el alma. A la expiación que causa estragos en el cuerpo, debe suceder un castigo que actúe en profundidad sobre el corazón, el pensamiento, la voluntad, las disposiciones...”. Para ella, la “evolución” del penitenciario tiene sus bemoles: “Ok, no tenés el castigo físico, pero hoy estás acá y mañana te mandan a La Pampa. A veces me pregunto si la gente sabe lo que eso significa para un ser humano...”. Silvia aporta su dosis de sentido: “¿Qué utilidad puede tener una persona que está pensando que la van a trasladar al sur cuando ya se acostumbró a un determinado lugar, tiene su trabajo y está estudiando?”.

No es la primera vez que el taller debate tópicos. La experiencia de ELba lleva tres años, varios autores y notables logros: Además de leer a Aníbal Karkowski, al Marqués de Sade, Maurice Merleau-Ponty, entre otros, ya han publicado tres revistas (la última, dedicada a los textos cortos que surgieron a partir de Vigilar y Castigar) e incluso realizaron una intervención artística en la Plazoleta del Obelisco el pasado abril (sus textos y frases estaban encerrados en jaulas y eran “liberados” por transeúntes curiosos). También participaron del disco homónimo de la banda Pléyades, Reggae Foucaulteano (del que Sanjurjo es vocalista) y, este año, dieron un recital en el penal que, según Sandra y Cynthia, “fue hermoso” y donde “no había diferencias entre autoridades e internas”: En total armonía.

Al fin y al cabo, se trata de conquistar terreno con batallas microscópicas y un objetivo en mente: Humanizar la experiencia carcelaria. “Ahora mucha gente dice: ‘Estas mujeres piensan’. No creen que solamente estamos comiendo guiso. Aunque todavía existen prejuicios muy arraigados como ‘¿en serio las presas escriben?’”, destaca Liliana. “La información que el grueso de la gente recibe está asociada a lo marginal, a lo tumbero y ni siquiera es crítica sobre el sistema; refuerza el morbo del preso como amenaza”, comenta Luis quien, en su taller, palpa la fisura, la mide, la parte. Porque, como explica la contratapa de la revista ELBA, “‘ser’ no es lo mismo que ‘estar’ preso”.


Por Guadalupe Treibel

Fuente:

http://www.pagina12.com.ar/diario/suplementos/las12/13-6750-2011-09-16.html

2 comentarios:

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  2. La pregunta es qué dispositivo pensó Foucault. Si pensó en el dispositivo meramente carcelario, o bien - que es lo que muchos pensamos - pensó un enorme dispositivo social que no solamente castigue los delitos policiales, sino también los económicos.

    En lo que a mí respecta, pienso que Foucault pensó más en lo segundo que en lo primero. Sin dudas él vivió las matanzas que cometió el ejército de su país en Argelia, los abusos policiales que seguramente se habrán perpetrado en el Mayo Francés, o las crónicas sobre las colonias penitenciarias francesas en Sudamérica.

    Pero a veces cuesta pensar que tal eminencia se haya limitado a la cuestión carcelaria solamente. El hombre o la mujer que cometen un crimen deben ser encarcelados, no hay duda: en la cárcel hay que examinar sus condiciones, sus posibilidades, activar mecanismos de reinserción social, etc.; pero el sitio fundamental de quien delinque debe ser la cárcel, como un paso principal para evaluar los eventos que lo llevaron a su condición de delincuente.

    En Comunicación se estudia la visión foucaultiana de las cárceles, sí, pero para entender otros fenómenos: la sociedad de la vigilancia, pero no la camarita que me filma mientras paseo a mi perro por la plaza, sino más bien de la enorme e inabarcable red tecnológica que, desde unos pocos servidores - "el panóptico", en definitiva - vigila nuestras actividades económicas y financieras con una tenacidad tal que, sin que nos demos cuenta, internalizamos conductas de automatización a las que nos "sometemos" de una forma irremisible, casi esclavista. En ese sentido, el hallazgo de Foucault es demoledor, porque pone en juego estructuras y sobreestructuras ideológicas y culturales que, en un modo casi althusseriano, sirven para demostrar los determinantes del comportamiento humano.

    El texto es hermoso, lo disfruté muchísimo, y es una atrocidad que una persona de Buenos Aires sea enviada, sin motivo alguno, a La Pampa. Dotar a las convictas de actividades que desarrollen su personalidad es una labor maravillosa. Y el abuso policial y penitenciario ha sido, por años, una cuestión que solamente en los últimos tiempos ha recibido la atención que corresponde. Pero la sensación que me da - y pido perdón si no la comparten - es que, ni los talleres de esta cárcel tienen que ver con Foucault, ni el francés pensó en estos casos tan concretos.

    Yo tengo la sensación de que, lamentablemente, a veces hay personas que deben pasar un tiempo en la cárcel - en las condiciones más dignas posibles -; entre esas personas muchas veces se incluyen políticos, economistas y diplomáticos. En el ejemplo que nos concierne, muchas veces estas personas son mujeres, y nos resulta terrible la realidad de que a veces ellas deban ser encarceladas. Pero Foucault habló de esto - al menos en su teoría de los dispositivos de vigilancia - desde lo metafórico: él no hubiese desaprobado los procedimientos carcelarios a los que fueron sometidos personajes como José López Rega, por ejemplo, y da la sensación de que entendía que si alguien le roba la cartera a una señora, debe ir a la cárcel. Sin vueltas.

    Celebro la iniciativa de este artículo. Deseo la pronta libertad de las mujeres del que habla el mismo. No tengo problema en colaborar o contribuir con programas de reinserción social de ex convictos; no tengo prejuicios. Pero no nos confundamos: en esta parte de la Historia y en esta parte del mundo, se terminaron hace tiempo los juicios sumarios y los confinamientos por, digamos, razones extrapoliciales. No sé si estoy de acuerdo con una postura que analiza el stress de una prisionera desde el punto de vista de Foucault; me parece mucho más viable analizar el stress que sufre un padre de familia que pasa una noche sin dormir por no poder pagar la cuota de la tarjeta de crédito con que compró los útiles para sus hijos. Ahí es donde, pienso yo, apuntó el filósofo francés.

    Ezequiel

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