viernes, 3 de junio de 2016

Por qué marchamos

Una fue baleada por su ex y quedó viva de milagro. Otra busca aportar desde el arte. Las dos explican su presencia hoy en el Congreso.


Por Mariana Carbajal
CORINA FERNANDEZ, UNA SOBREVIVIENTE

“Siento mucha impotencia”
“Es dolorosa la impunidad con la que se sigue cometiendo la matanza de mujeres, es casi una epidemia y ante las epidemias se toman medidas de urgencia”, dice Corina Fernández. Ella es una sobreviviente de la violencia machista más extrema. El 2 de agosto de 2010, su ex marido la quiso matar en la puerta del colegio al que iban las dos hijas de ambos, en pleno barrio porteño de Palermo. Le apoyó un revólver en su pecho y le apuntó. Corina se salvó de milagro. Dos balas impactaron en el tórax y un tercer proyectil, en el abdomen. Pero sobrevivió. Dos años después, Walter Claudio Weber, con quien había estado casada 12 años, fue condenado por aquel hecho a 21 años de prisión por intentar matarla, en el primer fallo en el país que nombro ese delito como “tentativa de femicidio”, antes incluso de que la figura fuera incorporada como agravante al Código Penal. Corina marchó el año pasado y se prepara para la movilización de hoy. “La sociedad lo pidió hace un año, todos lo entendimos, menos la justicia que parece seguir haciendo oídos sordos a los reclamos de todo un país que pide justicia y dice ‘basta de femicidios’”, sostiene en una entrevista de Página/12. Corina pudo recomponer su vida, con terapia, y hoy ayuda a otras mujeres que, como ella buscan salir de una relación de pareja atravesada por la violencia machista.
“El 3 de junio volvemos a gritar #Niunamenos”, dice Corina. La marcha del año pasado la sorprendió “no solo por la unión de mujeres de todos los ámbitos comprometidas con la violencia de género sino por lo que nos impresiono a todos, la gran convocatoria social, más de 150 mil personas”. Tiene 52 años. Y trabaja en la Dirección General de la Mujer, del gobierno de la ciudad de Buenos Aires, desde donde fue convocada para acompañar a otras víctimas. También está impulsando su propia ONG que lleva un nombre esperanzadora “Hay Salida” y desde ese espacio interactúa con la Asociación Argentina de Prevención de la Violencia Familiar, que encabeza Graciela Ferreira, quien en su momento la ayudó a ella a salir adelante.
Corina convivió con Weber más de una década, años en los cuales ella sufrió violencia psicológica y maltrato físico. Hasta que un día él le dio una paliza brutal. Fue el 6 de abril de 2009. Vivían en un PH del barrio de Flores. Ese día su casa se convirtió en una sala de torturas. Weber murió en la cárcel, cumpliendo la condena. Pero antes de que la Justicia llegara a escuchar las denuncias de Corina, Corina se cansó de denunciar. Llegó a realizar hasta cerca de 80 denuncias. Por la golpiza del 6 de abril de 2009 y otras situaciones en las que amenazó a Corina de muerte, Weber llegó a juicio en julio de 2007. La jueza en lo Penal, Contravencional y de Faltas que intervino lo condenó a seis meses de prisión en suspenso. Es decir, quedó libre. Y a los 15 días, disfrazado con peluca, boina, impermeable y bastón, Weber fue a la puerta del colegio de sus hijas, esperó que las niñas se despidieran de su mamá y entraran al aula. Y le disparó a Corina.
“Se necesita una justicia rápida, una mujer amenazada no puede esperar dos años para un juicio, que la ley se cumpla, que haya subsidios para esas mujeres y sus hijos y que haya abogados penalistas gratuitos porque de lo contrario el violento nunca va a ir preso”, dice. “Sobreviví a quizás la peor de las agresiones, fui acribillada a tiros. En esa época no se hablaba en los medios de esta temática como hoy y me sentía bastante sola contando mi experiencia para ayudar a otras mujeres a tomar conciencia del peligro que una mujer corre cuando es víctima de violencia, porque esa mujer está adaptada a circunstancias de maltrato de toda índole, y muchas veces esta tan naturalizado que no llega a percibirlo hasta que llega el golpe, después el moretón”, advierte Corina.
Cuenta que el 3 de junio del 2015 dejó de sentirse aislada en su lucha. “Al estar ahí en la plaza junto a los familiares de las víctimas, me sentí culpable de estar viva, frente a tanto dolor. Ellas no habían tenido mi misma suerte. Hoy, a un año de esa fecha, siento mucha impotencia porque parece que nada cambió. Hablo con mujeres a diario, apuñaladas, quemadas, ciegas por ácido, fracturadas, paralíticas, mutiladas, violadas, con hijos abusados y el agresor sigue libre, rompiendo la prohibición de acercamiento con total impunidad, nadie los detiene y son las mujeres las que tienen que escapar”, observa Corina. Pero aclara que “no bajamos los brazos” y reclama que desde los gobiernos se trabaje “en prevención y concientización”. “No se soluciona abriendo más refugios, casas de la mujer y dando botones anti pánico –opina–. Eso es como aceptar que va a haber más violencia. Por todas esa mujeres valientes que se animaron a decir ‘basta’ y por las que, como pasó en la marcha del año pasado, me confesaban que al volver a su casa después de la marcha las esperaba el agresor, por las que ya no están, por todas ellas es que volvemos a gritar Ni una menos.”







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