martes, 20 de mayo de 2014

el deseo se diluye en cualquier pareja

ENTREVISTA En Aire libre, su nueva película, Anahí Berneri –directora de Por tu culpa– filma el fin del deseo, ese momento amargo y familiar cuando el matrimonio deja de ser pasión y el amor se transforma en distante cercanía. Celeste Cid y Leonardo Sbaraglia le ponen el cuerpo a contar la vida en pareja, con escenas tan verosímiles que su intimidad parece palpable.


Por Mariano Kairuz


Que está cansada; dice ella, él insiste, los roles se invierten y el juego y la resistencia alcanzan una agresiva intensidad, pero al final todo se frustra. Esta noche, en esta cama, no habrá sexo. La situación puede ser amargamente reconocible para muchas parejas (si no para todas): hasta las pasiones más fuertes están condenadas a menguar con los años –con el matrimonio, los hijos, las preocupaciones laborales, los días saturados de ocupaciones–; la atracción que pudo haber sido enorme alguna vez se desvanece de manera inexorable, como les pasa a estos dos. Incluso, si estos dos son Leonardo Sbaraglia ¡y Celeste Cid!
“Claro que no es un detalle menor que los protagonistas sean Celeste y Leo”, dice la directora Anahí Berneri, que el próximo jueves estrena Aire libre, su cuarta película, un drama de disolución matrimonial capaz de someter a dos estrellas e iconos a las mismas penurias del más común y corriente de los matrimonios de clase media. La contracara, eso que se ve en muy pocas películas contemporáneas, es un efecto de autenticidad e intimidad único. “Esa es un poco la idea, mi statement sobre el matrimonio: que el deseo se diluye en cualquier pareja, que no tiene nada que ver con ser y mantenerse bellos. Con Celeste y Leo hablamos de corrernos de la pose: ella sabía que no iba a estar maquillada, que no iba a tener un vestuario lindo. Y se jugaron muchísimo. Leo me dijo: qué prueba para el ego es esta película. No solo por lo físico, sino por el hecho de correrse de la idea de hombría, del machismo: hasta cuando es violento, su personaje se permite ser patético y ridículo. En lo físico, claro, también: la idea de que ella le diga a él, ‘tenés tetas’, fue de Celeste. Me dijo: yo se lo voy a decir, porque así le hablo yo a mi novio. Hubo mucho de exponer la propia intimidad, y los dos se prestaron a una catarsis conjunta acerca de cómo es la vida en pareja. Para ellos fue un desafío salirse de un lugar que tienen conquistado, pero creo que después de ciertas escenas de bastante exposición, se veían y se decían: qué bueno que me animé.”
En su puesta en escena, en sus situaciones, en las reacciones de los personajes y en especial en sus diálogos, Aire libre logra esa sensación tan inusual de credibilidad total, de verosimilitud, que la emparienta con la película anterior de Berneri, Por tu culpa (en la que Erica Rivas interpreta a la madre que es sospechada de violencia familiar por los médicos que atienden a su pequeño hijo accidentado). “Los diálogos son algo que me desvela mucho”, dice la directora. “Hago un trabajo fuerte en el guión pero también amaso mucho en el set, jugamos mucho con los actores, con las diferentes maneras posibles de decir las cosas. Y robo mucho de la realidad. Hay gente, amigos, familiares, que cuando ven una de mis películas me dicen: ese diálogo tiene copyright; ese texto, esa frase, yo sé de dónde salió. Aprovecho la mirada de coguionistas hombres, como Sergio Wolf y Javier van de Couter, para poner algo de equilibrio. Porque la idea de mis últimas películas es encontrar la verdad del cotidiano y la intimidad, y también la identificación como herramienta para generar tensión dramática. No se tienen que notar los hilos, y en los diálogos es donde más se suelen notar.”
El truco de la identificación siempre puede ser una trampa, una especie de trampa buena. Cuando a través de la proyección en situaciones y personajes deliberadamente artificiosos puede tener un efecto catártico para el espectador. Pero cuando ocurre en un relato de tipo intimista, más, si se quiere, cassavetiano, que busca poner un espejo sobre algunos de los menos amables de nuestras vidas cotidianas, que nos obliga a vernos reflejados en las actitudes a veces torpes, a veces egoístas o sencillamente miserables de los protagonistas, se produce un malestar y una incomodidad que son parte esencial de la experiencia. Casada hace dieciocho años con el productor Diego Dubcovsky –el socio de Daniel Burman en BDCine–, Berneri estrena con Aire libre la primera de sus películas no producida junto a su marido: “Es que en lo profesional estábamos tomando caminos distintos, y nos llevábamos todas las peleas del trabajo a casa”, dice y se ríe. “En el rodaje hubo mucho de vivencias compartidas: Sbaraglia lleva también dieciocho años en pareja con una hija de ocho, Celeste tiene un hijo de nueve, y yo tengo dos hijos. Así que fue catártico para todos, y creo que hay que tener mucho amor para poder contar y exponer la monstruosidad del día a día, para mostrar toda esa pasión que por momentos se expresa en violencia. Los personajes tienen un vínculo emocional contradictorio: no sé si lo amo o lo quiero ahorcar; pasan del erotismo a los golpes sin ninguna transición. Quería reflejar el desencuentro, esa bronca que te da que el otro no te esté mirando o que no te escuche justo en el momento en que más lo necesitás. Creo que eso también es terapéutico en el cine, que cuando uno ve las miserias propias en pantalla se perdona más: se ve desde afuera y se reconcilia con cierta parte de uno mismo”.
Finalmente, hay en Aire libre –como ya lo había en Por tu culpa– mucho de retrato generacional, de registrar ese impulso parricida que busca derribar algunas tradiciones de las generaciones previas respecto de cómo educar a los chicos, retratar la caída de los roles fijos de otros tiempos; reírse un poco de la desintegración de la imagen del marido como macho cabrío del clan familiar, e identificar al mismo tiempo –todo parte del mismo cuadro– al cuarentón de hoy que se resiste a dejar del todo la adolescencia. En la película los protagonistas se van separando de hecho pero sin hablarlo: cada uno vuelve a la casa de sus padres mientras construyen su nueva casa fuera de la ciudad, y “esa situación, la de volver con los padres mientras se hacen la casa –dice Berneri– es común: yo la vi de cerca en dos de mis productores. Es algo muy generacional, eso de seguir siendo un poco niños y un poco dependientes”. La directora asegura que identifica en estos personajes “esta idea de desborde, de caos naturalizado que surca a nuestra generación, al menos en la clase media”. Para ellos, explica, no parece ser muy importante el hecho de no estar conviviendo, o permitirle ciertas cosas al hijo. “Entiendo un poco que seamos los que parecemos no saber poner límites a nuestros hijos, porque somos los hijos de la dictadura, y confundimos un poco poner límites con el temor a ser autoritarios. Pero también es generacional que no nos guste respetar lo ritual, que nos corramos de los roles de nuestros padres y abuelos. Y si bien es cierto que hoy a las convenciones de la familia y el matrimonio es necesario encontrarles una vuelta, me parece que si nos deshacemos del todo de lo ritual, de lo simbólico, aparecen el caos y la violencia. A lo mejor sueno un poco conservadora, pero es lo que fue moldeando la experiencia: hay que encontrar la propia forma, pero definitivamente creo en el lugar de lo simbólico, creo en el rol de la maternidad y la paternidad, y del matrimonio”.

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