domingo, 1 de julio de 2012

Cuando ellas militan


Donde están enterrados nuestros muertos (Edhasa) es la segunda novela de la académica argentina Maristella Svampa. Socióloga y filósofa, es más conocida por sus aportes teóricos que por su trabajo literario, sin embargo aquí tiende un puente entre ambos mundos y se puede decir, sin temor a equivocarse, que es la primera novela social dedicada a la megaminería contada por mujeres.
Donde están enterrados nuestros muertos empieza trágicamente. Una madre que pierde a un hijo en un accidente en la ruta. La pérdida es la experiencia que lo cambia todo: reúne a la protagonista con otras madres, marcadas también por esa tragedia abismal y, al mismo tiempo, visibiliza una tensión. La tragedia disuelve y resalta las diferencias de clase entre esas mujeres. “En el origen, es una historia que me cuenta mi propia madre, sobre la señora que trabaja hace muchísimos años en su casa, a la cual yo conozco también desde hace mucho”, cuenta.
El universo del relato es mayoritariamente de mujeres. Los espacios son de refugio interior: casas que siempre resguardan de un afuera desolador, que se siente a través de un viento que no para de soplar y de perturbar. La novela también entalla los personajes prototípicos de muchos pueblos: una ex miss (de la estepa en este caso) venida a menos, un pintor bohemio, un ex corredor de automovilismo, un político añejado y, sobre todo, un periodista cínico que debe entrevistarlos a todos por encargo del intendente.
El funcionario tiene objetivos proselitistas: festejar el centenario del nacimiento de la localidad que gobierna a través de un fresco de sus habitantes “ilustres”. El periodista, oriundo de ese pequeño pueblo que debe retratar, se ha fugado hace mucho al anonimato de la capital porteña pero ahora regresa a cargar con una tarea que se le va volviendo patética a medida que avanza.
La cuestión de la minería es un telón de fondo. Aparece en detalles, no en los discursos de los personajes. Tiene un elemento, sin embargo, que la sintetiza: las camionetas doble cabina que recorren el pueblo como síntoma de una compleja prosperidad y de la modernidad veloz que prometen las corporaciones mineras. El slogan que se repite en el pueblo Cinco Cruces, así bautizado el lugar donde transcurre la historia, es que se trata de “la gran hora de los pueblos chicos”.
“Adonde vayas, sea Jujuy o Loncopué, cordillera, precordillera o meseta, ves esas camionetas. Y la gente en los distintos lugares hace referencia a ellas. Es una figura fugitiva y omnipresente”, dice la autora que recorre el interior de manera permanente. No había reparado en su posible uso literario hasta que la imagen se hizo presente por sí misma, en su teclado. A la hora de la escritura, sin embargo, Svampa asegura que no sabía hacia dónde iba, aunque se despertaba de madrugada asaltada por la necesidad de escribir. “Muchas cosas las resolvía mientras iba escribiendo. Veía claramente que lo que escribía era una novela de alcance político y social y no quería que terminara en un discurso moralizador, dada la envergadura de las problemáticas que estaba tocando. Lo que arma la novela es la pregunta por esos pueblos del interior a los cuales se les quiere imponer un determinado destino colectivo.”
El tono que reclamaba la narración no podía ser ni de grito ni de estallido: “más bien de sollozo; quería que fuera calmo”. La novela fue escrita de un tirón en cuatro meses de verano y luego llevó un año de correcciones.
“Cuando la terminé estaba sorprendida: ¿qué hizo posible que saliera esto? Mi experiencia como investigadora y mi experiencia como provinciana hicieron síntesis en un lugar inesperado. La ficción colonizó un espacio que me parecía un cruce imposible.”
Cuando publicó su novela anterior, Los reinos perdidos (Sudamericana, 2005), Svampa declaró estar preocupada por preservar la autonomía del género literario. Con esta novela parece dar un giro sobre esa definición.
“En Argentina hay un rechazo y al mismo tiempo un temor hacia la novela social y política, bastante afianzado, como si una apuesta de este tipo atentara contra la autonomía de la literatura, o bien, no buscara otra cosa que instalar un relato pedagógico o moralizante.”
En el medio del libro un personaje confiesa que toda novela es autobiográfica y al mismo tiempo no lo es. Svampa sostiene esta frase pero se distancia de las narrativas del yo. “Encuentro que en nuestro país hay una literatura interesante alrededor de la ironía, de la búsqueda de originalidad e incluso de la exposición del yo, en clave autobiográfica, pero no es la tradición en la cual me identifico. Me reconozco más en otras tradiciones literarias, como en la novela peruana, desde Arguedas, Scorza, Cueto, el propio Vargas Llosa –más allá de mis claras diferencias políticas– o Roncagliolo. Estos autores incorporan con naturalidad la realidad política y social, la actualidad, sin renunciar por ello a la autonomía de la literatura, ni pretender terminar con discursos moralizantes. Y terminan construyendo una novelística muy potente.”

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Por Veronica Gago 

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