lunes, 9 de enero de 2012

El nudo en la panza

En otros tiempos, la maternidad era el destino inexorable de toda mujer que buscaba realizarse como persona. Eso cambió y el mundo femenino se quitó de encima la pesada mochila. Pero hoy, con nuevos paradigmas, elegir ser madre implica otras posibilidades y también otros planteos.

Desde chica me crié pensando que, algún día, iba a tener hijos. No porque me lo hubiera propuesto, ni por haber meditado específicamente al respecto, sino porque lo daba por descontado. Todas las mujeres adultas que conocía eran madres. La ecuación era simple: mujer igual mamá (como la mía y la suya y su hermana y así). Hasta que leí El segundo sexo de Simone de Beauvoir. Tenía 20 años y pensar por primera vez en la maternidad como posibilidad y no como destino hizo que algo se me desanudara en la boca del estómago, un peso que, hasta ese momento, ni siquiera sabía que estuviera cargando. Me empecé a concebir sin hijos, es decir, sin concebir. Estaba feliz. Ser madre o no, era tan sólo una decisión. Y yo podía elegir. Cuando, tiempo después, algunos familiares empezaron a insistir con el mentado “¿para cuándo?”, les respondí suelta de cuerpo, con esa ligereza que había ganado de una vez y para siempre desde aquel día en el que el nudo hasta entonces invisible se había desatado. Y les dije que no creía que fuese a tener hijos. Que no estaba segura, pero que probablemente no los tuviera. Que, en principio, no me daban ganas. “Todavía sos chica”, dijeron. Era cierto. Y ahora que soy menos chica pero que todavía “tengo tiempo”, sé que aguardan que en algún momento cambie de idea y por fin anuncie con gesto Pampers que me llegaron las nueve lunas.

Vuelvo a insistir: por el momento, el plan no me atrae. Pero algo cambió: mis amigas más cercanas están empezando a ser madres. Soy testigo directa de sus embarazos, de los modos disímiles en que los transitan (desde “siento que tengo un alien adentro y quiero que me lo saquen cuanto antes” a “no veo la hora de volver a estar embarazada”), de sus sentimientos encontrados, de sus diferentes modos de encarar la crianza. El universo de la maternidad, ahora que ellas son sus protagonistas, pasó a ser para mí un mundo sumamente afectivo. Quiero a sus hijos. Los duermo mientras les canto canciones de Pescetti, me encanta sentirlos pegados al cuerpo, calentitos, seguros en mis brazos (que nunca se habían sentido tan fuertes hasta cargarlos a ellos). No les temo a los bebés. Tampoco encajo en el prototipo de “mujer que no quiere ser madre porque no le gustan los niños”. Los chicos me encantan. Me divierten sus juegos, sus palabras dichas a medias, su lógica, su inteligencia, sus demostraciones desmesuradas de cariño. Los adolescentes, con sus ganas de crecer, sus descubrimientos amorosos, su música a todo volumen y su deseo de conquistar e imponer sus ideas, también me caen simpáticos. No es ese el problema. En efecto, no hay problema alguno, lo que no hay son ganas y el deseo no es volitivo.


No estamos solas

Las mujeres sin hijos son actualmente la alarma demográfica en muchos países de Europa y, aunque en Argentina no se han alcanzado los niveles europeos, desde que nuestro país realizó el proceso de transición demográfica, la fecundidad ha descendido de generación en generación. También la postergación de la maternidad a edades cada vez más avanzadas es un fenómeno que se viene advirtiendo con contundencia en algunos indicadores demográficos, especialmente en la Ciudad de Buenos Aires. Mientras la fecundidad en Argentina es hoy de 2,3 hijos por mujer al final de su vida reproductiva, la tasa global de fecundidad de la Ciudad entre 2007 y 2009 fue de 1,9 hijos por mujer (la más baja del país). Otro dato: la edad promedio de las madres al momento del nacimiento de su primer hijo es de casi 30 años. Mientras hasta el 2000 la fecundidad más alta se concentró en las mujeres de 25 a 29 años, en 2009 su peso relativo disminuyó en favor del grupo de 35 a 39 años. Es decir, la tendencia muestra que, al menos en Buenos Aires, las mujeres esperan cada vez más para ser madres, tienen menos hijos y muchas deciden no tener descendencia.

Existen aspectos culturales que inciden en la decisión de las mujeres que postergan o renuncian a la maternidad. Junto al avance en los procesos de emancipación de las mujeres (su ingreso y afianzamiento en el mundo del estudio y el trabajo, la obtención de derechos, la separación entre sexualidad y reproducción) la maternidad se ha resignificado y, especialmente en los sectores medios, ya no aparece como la única vía de realización, sino como una opción entre otras. Hoy el imperativo tradicional de la “biología como destino” y los hijos como única opción valorada socialmente, conviven con otro tipo de proyectos, con un nuevo paradigma –que Zygmunt Bauman llamó “modernidad líquida”– según el cual las responsabilidades por tiempo indefinido, como los hijos, son percibidas como una pérdida de libertad y autonomía, que impiden aventurarse a otras opciones. Estos cambios culturales se dan en un contexto social de modificaciones en el mundo del trabajo (con pocas certidumbres a largo plazo) y de afianzamiento de tendencias individualistas, consumistas, hedonistas. De allí el surgimiento del término dinkies (double-income, no kids: sueldo doble sin hijos) con el que el marketing se refiere a las parejas sin descendencia interesadas en mantener dicho estilo de vida. Sin embargo, como tener hijos es un hecho naturalizado e investido de una valoración social positiva, difícilmente alguien se pregunte por qué una mujer quiere ser madre. Es algo que, culturalmente, parecería no necesitar explicación. Quienes despiertan sospechas son las que, pudiendo tener hijos, eligen no hacerlo: ¿por qué no quieren? ¿Por qué renunciarían a la maravilla de ser madres? ¿O acaso piensan vivir en un país de otras maravillas?


El “instinto” paternal

El lugar común es que las mujeres, a partir de los 30, empiezan a obsesionarse con los hijos. Que si están en pareja instalan con insistencia el tema y si no lo están, buscan desesperadamente un candidato pensando en un padre para sus hijos futuros. Son las solteras que “espantan” dentro del imaginario masculino, las que (palabras más, cuidados menos) “quieren un hijo a toda costa”. Pero hay algo novedoso: así como existen las que, al ritmo de un tic-tac frenético, buscan tener un hijo cueste lo que cueste, también hay muchos varones que se apresuran a estar en pareja con el mismo objetivo. Son los que, en la segunda cita, deslizan un “quiero ser papá”. Claro que también espantan, pero están más indemnes (e incluso puede que enternezcan): no pesa sobre ellos la espada de Damocles del tiempo biológico que amenaza. Ellos quieren porque sí, no porque después no vayan a poder, queda claro que también podrían esperar. A veces ambos se encuentran y el proyecto de formar una familia, más temprano que tarde, prospera. No necesariamente porque hayan encontrado un amor de los que aletean en la panza (que en el caso de las mujeres, dado el plan, estaría para otra cosa) sino más bien como la remake versión familiar de aquella proclama del amor libre de los sesenta: “si no estás con aquel a quien amas, ama a aquel con quien estés”. No es descabellado. Durante siglos las parejas no se centraron en el amor sino en garantizar la descendencia, con la ventaja de que actualmente son los propios interesados los que deciden con quien estar y no sus padres, por ejemplo. Son los que, aún sin estar separados, pasan a ser para el otro “el padre/la madre de mis hijos”, los que permitieron llevar a cabo ese proyecto deseado.

Y también están los que empiezan una relación dejando en claro que no quieren tener hijos. Lo aclaran porque culturalmente se supone que los hijos son el corolario de cualquier amor de pareja: son parte del plan tácito, por decirlo (o no decirlo) de algún modo.

Las combinatorias son infinitas, pero en cualquier caso, el motor de la decisión es la decisión misma, la posibilidad de decidir. Y poder decidir (y no que otros lo hagan por uno ni que la naturaleza, la biología o algún dios de la fertilidad haga lo suyo) muchas veces, angustia. Una amiga que ya fue madre lo sintetizó de esta forma: “Yo no sé si quería, le daba vueltas y vueltas al asunto y no sabía, no sé si alguna vez sabés. Si lo pensás mucho no tenés hijos. Para tener hijos no hay que pensar”. Pensar en no pensar, esa parece ser la cuestión, en tiempos en que la sexualidad ya no implica la necesaria procreación. Por mi parte sigo creyendo que los hijos son eso que a mis 20 años me desanudó el estómago: algo en lo que se puede pensar o no, una decisión.

Otro de los estereotipos instalados, en este caso respecto a las parejas estables que llevan un buen tiempo juntas, es el de la mujer que empieza a querer tener hijos y el varón que se resiste, que insiste con que es “mejor esperar”: el hombre preocupado por la pérdida de libertad que implica formar una familia. Sin embargo, hoy son muchas las mujeres que, ante las ganas de sus parejas, declaran: “él quiere, claro, total la que pongo el cuerpo soy yo”. Son las que retrasan la decisión, las que estiran los tiempos hasta no haber cumplido tal o cual plan, las que, ante la sonrisa enternecida de sus parejas ante el bebé de un amigo, sonríen y piensan: “preferiría no hacerlo”. En cualquier caso, se trata de negociaciones. A veces se cede al deseo del otro o la intensidad de su deseo convence; otras la fuerza del propio deseo hace que el otro serene o cambie el ímpetu del suyo. Tengo varios amigos que disfrutan enormemente su rol de padres. Entre ellos, uno que afirma que sus hijos le dicen que, como padre, es muy buena madre. Y es que muchas de las tareas que los padres dedicados realizan no suelen estar asociadas a la masculinidad típica. Los varones que quieren ser padres hoy, pueden plantearse una relación con sus hijos muy distinta a la que hubieran podido tener hace cien años, o incluso menos. También esta época abre nuevas posibilidades para la paternidad (aunque, como dice Lipovetzky, las mujeres aún mantengan una @relación privilegiada@ con la crianza de los hijos). Sin embargo, el privilegio no siempre resulta tal y, a pesar de la mayor participación de los varones, la herencia de la histórica división sexual del trabajo hace que las mujeres, como plantea Inés Mancini, sigan haciéndose responsables en exclusiva de la carga mental por la crianza de los hijos. No es poco. Y tampoco lo es la invisibilización de dicha carga. Aunque no exista tal cosa como el “instinto materno”, el “instinto paterno” no es igualmente valorado. De hecho, nadie habla de “instinto paternal” sino de padres que “ayudan”, que “se ocupan”. No es lo mismo.

Aunque nadie se los pregunte, ¿qué quieren en definitiva los que quieren tener hijos? Ocupar el papel ideológico-afectivo de la maternidad/paternidad: encarnar para un otro el lugar del poder, del amor incondicional, de la autoridad, de la creación. También pasan a ser madres/padres ante la mirada de sus familias, de su entorno, a exhibir esa madurez adquirida por una responsabilidad de por vida que al mismo tiempo parece exonerarlos de otras actividades y obligaciones. No puedo porque el nene tal cosa, no llego porque la nena tal otra. Se aprovechan. Y también dicen frases como “aprovechá ahora que podés, porque cuando vienen los chicos la cosa cambia”. ¿Cómo que los chicos vienen? ¿Sin que se los llame? ¿Qué hacer entonces con todos esos párrafos dedicados a la anticoncepción, a la decisión? Por mi parte, tengo una sospecha: ese lugar ideológico que ocupan quienes tienen hijos incluye la tendencia a hacer “publicidad engañosa” acerca de la maternidad/paternidad. Por eso desconfío de los padres y madres convencidos que buscan conversos. ¿Cómo era eso de mal de muchos?


Por Eugenia Zicavo

Fuente:

http://www.lamujerdemivida.com.ar/index.php?option=com_content&view=article&id=367


3 comentarios:

  1. Un artículo interesantísimo. Me tocó de lleno porque estoy justo en mis 30 años con esa mirada lejana de la maternidad, y esas dudas que pican de a ratos de si alguna vez tendré un hijo (ni usar el plural creo poder)

    Abrazo.

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  2. Emilia, que bueno que te haya gustado, estos temas son muy interesantes y, además, nos dan una mirada diferente..

    Otro abrazo!

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  3. AMIGA, AlGUNa VEZ TENDRIAMSO QUE TENER UNa CHARLA DSOBRE FEMINISMO. sERIA INTERESANTE NO? QUE ME EXPLICARAS UN POCO

    BESOS

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