lunes, 9 de enero de 2012

El nudo en la panza

En otros tiempos, la maternidad era el destino inexorable de toda mujer que buscaba realizarse como persona. Eso cambió y el mundo femenino se quitó de encima la pesada mochila. Pero hoy, con nuevos paradigmas, elegir ser madre implica otras posibilidades y también otros planteos.

Desde chica me crié pensando que, algún día, iba a tener hijos. No porque me lo hubiera propuesto, ni por haber meditado específicamente al respecto, sino porque lo daba por descontado. Todas las mujeres adultas que conocía eran madres. La ecuación era simple: mujer igual mamá (como la mía y la suya y su hermana y así). Hasta que leí El segundo sexo de Simone de Beauvoir. Tenía 20 años y pensar por primera vez en la maternidad como posibilidad y no como destino hizo que algo se me desanudara en la boca del estómago, un peso que, hasta ese momento, ni siquiera sabía que estuviera cargando. Me empecé a concebir sin hijos, es decir, sin concebir. Estaba feliz. Ser madre o no, era tan sólo una decisión. Y yo podía elegir. Cuando, tiempo después, algunos familiares empezaron a insistir con el mentado “¿para cuándo?”, les respondí suelta de cuerpo, con esa ligereza que había ganado de una vez y para siempre desde aquel día en el que el nudo hasta entonces invisible se había desatado. Y les dije que no creía que fuese a tener hijos. Que no estaba segura, pero que probablemente no los tuviera. Que, en principio, no me daban ganas. “Todavía sos chica”, dijeron. Era cierto. Y ahora que soy menos chica pero que todavía “tengo tiempo”, sé que aguardan que en algún momento cambie de idea y por fin anuncie con gesto Pampers que me llegaron las nueve lunas.

Vuelvo a insistir: por el momento, el plan no me atrae. Pero algo cambió: mis amigas más cercanas están empezando a ser madres. Soy testigo directa de sus embarazos, de los modos disímiles en que los transitan (desde “siento que tengo un alien adentro y quiero que me lo saquen cuanto antes” a “no veo la hora de volver a estar embarazada”), de sus sentimientos encontrados, de sus diferentes modos de encarar la crianza. El universo de la maternidad, ahora que ellas son sus protagonistas, pasó a ser para mí un mundo sumamente afectivo. Quiero a sus hijos. Los duermo mientras les canto canciones de Pescetti, me encanta sentirlos pegados al cuerpo, calentitos, seguros en mis brazos (que nunca se habían sentido tan fuertes hasta cargarlos a ellos). No les temo a los bebés. Tampoco encajo en el prototipo de “mujer que no quiere ser madre porque no le gustan los niños”. Los chicos me encantan. Me divierten sus juegos, sus palabras dichas a medias, su lógica, su inteligencia, sus demostraciones desmesuradas de cariño. Los adolescentes, con sus ganas de crecer, sus descubrimientos amorosos, su música a todo volumen y su deseo de conquistar e imponer sus ideas, también me caen simpáticos. No es ese el problema. En efecto, no hay problema alguno, lo que no hay son ganas y el deseo no es volitivo.


No estamos solas

Las mujeres sin hijos son actualmente la alarma demográfica en muchos países de Europa y, aunque en Argentina no se han alcanzado los niveles europeos, desde que nuestro país realizó el proceso de transición demográfica, la fecundidad ha descendido de generación en generación. También la postergación de la maternidad a edades cada vez más avanzadas es un fenómeno que se viene advirtiendo con contundencia en algunos indicadores demográficos, especialmente en la Ciudad de Buenos Aires. Mientras la fecundidad en Argentina es hoy de 2,3 hijos por mujer al final de su vida reproductiva, la tasa global de fecundidad de la Ciudad entre 2007 y 2009 fue de 1,9 hijos por mujer (la más baja del país). Otro dato: la edad promedio de las madres al momento del nacimiento de su primer hijo es de casi 30 años. Mientras hasta el 2000 la fecundidad más alta se concentró en las mujeres de 25 a 29 años, en 2009 su peso relativo disminuyó en favor del grupo de 35 a 39 años. Es decir, la tendencia muestra que, al menos en Buenos Aires, las mujeres esperan cada vez más para ser madres, tienen menos hijos y muchas deciden no tener descendencia.

Existen aspectos culturales que inciden en la decisión de las mujeres que postergan o renuncian a la maternidad. Junto al avance en los procesos de emancipación de las mujeres (su ingreso y afianzamiento en el mundo del estudio y el trabajo, la obtención de derechos, la separación entre sexualidad y reproducción) la maternidad se ha resignificado y, especialmente en los sectores medios, ya no aparece como la única vía de realización, sino como una opción entre otras. Hoy el imperativo tradicional de la “biología como destino” y los hijos como única opción valorada socialmente, conviven con otro tipo de proyectos, con un nuevo paradigma –que Zygmunt Bauman llamó “modernidad líquida”– según el cual las responsabilidades por tiempo indefinido, como los hijos, son percibidas como una pérdida de libertad y autonomía, que impiden aventurarse a otras opciones. Estos cambios culturales se dan en un contexto social de modificaciones en el mundo del trabajo (con pocas certidumbres a largo plazo) y de afianzamiento de tendencias individualistas, consumistas, hedonistas. De allí el surgimiento del término dinkies (double-income, no kids: sueldo doble sin hijos) con el que el marketing se refiere a las parejas sin descendencia interesadas en mantener dicho estilo de vida. Sin embargo, como tener hijos es un hecho naturalizado e investido de una valoración social positiva, difícilmente alguien se pregunte por qué una mujer quiere ser madre. Es algo que, culturalmente, parecería no necesitar explicación. Quienes despiertan sospechas son las que, pudiendo tener hijos, eligen no hacerlo: ¿por qué no quieren? ¿Por qué renunciarían a la maravilla de ser madres? ¿O acaso piensan vivir en un país de otras maravillas?


El “instinto” paternal

El lugar común es que las mujeres, a partir de los 30, empiezan a obsesionarse con los hijos. Que si están en pareja instalan con insistencia el tema y si no lo están, buscan desesperadamente un candidato pensando en un padre para sus hijos futuros. Son las solteras que “espantan” dentro del imaginario masculino, las que (palabras más, cuidados menos) “quieren un hijo a toda costa”. Pero hay algo novedoso: así como existen las que, al ritmo de un tic-tac frenético, buscan tener un hijo cueste lo que cueste, también hay muchos varones que se apresuran a estar en pareja con el mismo objetivo. Son los que, en la segunda cita, deslizan un “quiero ser papá”. Claro que también espantan, pero están más indemnes (e incluso puede que enternezcan): no pesa sobre ellos la espada de Damocles del tiempo biológico que amenaza. Ellos quieren porque sí, no porque después no vayan a poder, queda claro que también podrían esperar. A veces ambos se encuentran y el proyecto de formar una familia, más temprano que tarde, prospera. No necesariamente porque hayan encontrado un amor de los que aletean en la panza (que en el caso de las mujeres, dado el plan, estaría para otra cosa) sino más bien como la remake versión familiar de aquella proclama del amor libre de los sesenta: “si no estás con aquel a quien amas, ama a aquel con quien estés”. No es descabellado. Durante siglos las parejas no se centraron en el amor sino en garantizar la descendencia, con la ventaja de que actualmente son los propios interesados los que deciden con quien estar y no sus padres, por ejemplo. Son los que, aún sin estar separados, pasan a ser para el otro “el padre/la madre de mis hijos”, los que permitieron llevar a cabo ese proyecto deseado.

Y también están los que empiezan una relación dejando en claro que no quieren tener hijos. Lo aclaran porque culturalmente se supone que los hijos son el corolario de cualquier amor de pareja: son parte del plan tácito, por decirlo (o no decirlo) de algún modo.

Las combinatorias son infinitas, pero en cualquier caso, el motor de la decisión es la decisión misma, la posibilidad de decidir. Y poder decidir (y no que otros lo hagan por uno ni que la naturaleza, la biología o algún dios de la fertilidad haga lo suyo) muchas veces, angustia. Una amiga que ya fue madre lo sintetizó de esta forma: “Yo no sé si quería, le daba vueltas y vueltas al asunto y no sabía, no sé si alguna vez sabés. Si lo pensás mucho no tenés hijos. Para tener hijos no hay que pensar”. Pensar en no pensar, esa parece ser la cuestión, en tiempos en que la sexualidad ya no implica la necesaria procreación. Por mi parte sigo creyendo que los hijos son eso que a mis 20 años me desanudó el estómago: algo en lo que se puede pensar o no, una decisión.

Otro de los estereotipos instalados, en este caso respecto a las parejas estables que llevan un buen tiempo juntas, es el de la mujer que empieza a querer tener hijos y el varón que se resiste, que insiste con que es “mejor esperar”: el hombre preocupado por la pérdida de libertad que implica formar una familia. Sin embargo, hoy son muchas las mujeres que, ante las ganas de sus parejas, declaran: “él quiere, claro, total la que pongo el cuerpo soy yo”. Son las que retrasan la decisión, las que estiran los tiempos hasta no haber cumplido tal o cual plan, las que, ante la sonrisa enternecida de sus parejas ante el bebé de un amigo, sonríen y piensan: “preferiría no hacerlo”. En cualquier caso, se trata de negociaciones. A veces se cede al deseo del otro o la intensidad de su deseo convence; otras la fuerza del propio deseo hace que el otro serene o cambie el ímpetu del suyo. Tengo varios amigos que disfrutan enormemente su rol de padres. Entre ellos, uno que afirma que sus hijos le dicen que, como padre, es muy buena madre. Y es que muchas de las tareas que los padres dedicados realizan no suelen estar asociadas a la masculinidad típica. Los varones que quieren ser padres hoy, pueden plantearse una relación con sus hijos muy distinta a la que hubieran podido tener hace cien años, o incluso menos. También esta época abre nuevas posibilidades para la paternidad (aunque, como dice Lipovetzky, las mujeres aún mantengan una @relación privilegiada@ con la crianza de los hijos). Sin embargo, el privilegio no siempre resulta tal y, a pesar de la mayor participación de los varones, la herencia de la histórica división sexual del trabajo hace que las mujeres, como plantea Inés Mancini, sigan haciéndose responsables en exclusiva de la carga mental por la crianza de los hijos. No es poco. Y tampoco lo es la invisibilización de dicha carga. Aunque no exista tal cosa como el “instinto materno”, el “instinto paterno” no es igualmente valorado. De hecho, nadie habla de “instinto paternal” sino de padres que “ayudan”, que “se ocupan”. No es lo mismo.

Aunque nadie se los pregunte, ¿qué quieren en definitiva los que quieren tener hijos? Ocupar el papel ideológico-afectivo de la maternidad/paternidad: encarnar para un otro el lugar del poder, del amor incondicional, de la autoridad, de la creación. También pasan a ser madres/padres ante la mirada de sus familias, de su entorno, a exhibir esa madurez adquirida por una responsabilidad de por vida que al mismo tiempo parece exonerarlos de otras actividades y obligaciones. No puedo porque el nene tal cosa, no llego porque la nena tal otra. Se aprovechan. Y también dicen frases como “aprovechá ahora que podés, porque cuando vienen los chicos la cosa cambia”. ¿Cómo que los chicos vienen? ¿Sin que se los llame? ¿Qué hacer entonces con todos esos párrafos dedicados a la anticoncepción, a la decisión? Por mi parte, tengo una sospecha: ese lugar ideológico que ocupan quienes tienen hijos incluye la tendencia a hacer “publicidad engañosa” acerca de la maternidad/paternidad. Por eso desconfío de los padres y madres convencidos que buscan conversos. ¿Cómo era eso de mal de muchos?


Por Eugenia Zicavo

Fuente:

http://www.lamujerdemivida.com.ar/index.php?option=com_content&view=article&id=367


domingo, 11 de diciembre de 2011

"Escribo para la gente"

Carolina Aguirre cosechó tantos clicks con Bestiaria como el formato blog lo permitía allá por el 2006, cuando se cocinaba el furor de un soporte que al tiempo le quedó chico. Egresada de la Enerc, donde estudió guión, fue Ciega a citas su blog que arribó a la pantalla chica con muchísimo éxito y que ya lleva agotada su quinta edición. Ahora, acaba de publicar su primera novela, El efecto Noemí (Aguilar), o el relato de una contienda donde el amor es la excusa, la ruptura es el campo de batalla y la heladera, el arma de guerra.

Carolina Aguirre es guionista y escritora, tiene 33 años y cosecha el título de la mujer más leída del ciberespacio, gracias a su enorme capacidad para dar allí donde duele. Sus blogs Bestiaria –un inventario de estereotipos del universo femenino– y Ciega a citas –una suerte de folletín en el que una chica, de un poco más de treinta, debe conseguir novio antes del casamiento de su hermana para torcer el destino que su madre le ha fijado: gorda, fea y solterona– fueron llevados al papel. Ciega a citas tuvo también su versión en televisión con el protagónico de Muriel Santa Ana, que le puso cara, gesto y cuerpo a la abogada Lucía González y sus aventuras amorosas. Colabora con diversas publicaciones, es una asidua usuaria de Twitter (donde se peleó enérgicamente con Ursula Vargues, quien plagió un post de ella en Bestiaria y lo convirtió en nota periodística) y tiene otro blog sobre gastronomía, Wasabi, donde despunta su pasión por la comida gourmet. Entre todas estas actividades, Aguirre pasó estos últimos tres años escribiendo su primera novela, El efecto Noemí, con la que se lanza directamente al papel. Es la historia de un matrimonio que lleva décadas de casados y que habita una rutinaria normalidad, hasta que una mañana, Boris decide dejar a su mujer, Noemí, y a partir de ese día nunca más puede volver a dormir. Un tiempo después, Boris descubrirá que lo único que le devolverá el sueño, paradójicamente, será la comida hecha por ella. Porque El efecto Noemí es el relato de un divorcio pero contado a través de una heladera.

¿Cómo diseñaste el argumento de la novela?

–En realidad se le ocurrió a mi marido. Estábamos tomando una sopa que yo hago y a que él le gusta mucho pero que no sabe exactamente qué ingredientes tiene, y en broma le dije que si nos separábamos él nunca más podría tomar esa sopa tal cual yo la hago, porque sólo yo conozco la receta. Y él pensó que era una buena historia para un cuento. Así que originalmente escribí un cuento que se llamaba “La sopa” y se trataba de un matrimonio de muchos años en el que el hombre dejaba a la mujer. Pero después me di cuenta de que la gracia era pelar la historia y ver cómo explotaba esa situación. Cuál era el desencadenante por el cual un tipo se va de su casa después de un montón de años de matrimonio. Todo lo que estaba alrededor de eso me parecía más importante, entonces lo pasé a novela.

¿Por qué decidiste escribirla directamente en papel?

–Quería ver si podía escribir una novela completamente a oscuras. No me interesa hacer siempre lo mismo, me aburre. Además sentía que tenía que salir de esa situación cómoda. Mis libros anteriores primero fueron blogs y cuando salieron en papel, sabía exactamente lo que opinaba todo el mundo porque se había leído y comentado mucho acerca de los dos blogs.

Tus textos anteriores de ficción están escritos desde la perspectiva femenina, ¿por qué elegiste a un hombre para contar esta historia?

–Me parecía que era mucho más interesante contarlo desde el punto de vista de un hombre que contarlo desde la perspectiva de mujer a la que dejan. Quería contar toda la fantasía que tienen algunos hombres en la cabeza cuando se separan después de muchos años, sobre lo que van a hacer y cómo va a ser su vida después de ese matrimonio que en apariencia los hacía muy infelices.

Boris empieza a extrañar a Noemí en las cosas más inesperadas.

–En general hay algo que me interesa mucho y es poder observar cómo se da el amor en las relaciones y el rol de las mujeres y de los hombres. No me interesa la batalla de los sexos, no quería entrar en esa discusión, sino más bien retratar estas pequeñas cosas cotidianas que aparecen en la novela. Qué es lo que nos gusta del otro, la forma en la que duerme distribuido en la cama, la crema que usa hace mucho tiempo... Al mismo tiempo, son las cosas que uno recuerda cuando se separa. No hay grandes gestos. En la novela él recuerda los pequeñas detalles: el licor que ella le hacía, la forma de doblar la servilleta, los olores, su voz. Me interesaba muchísimo contar cómo esos detalles que te parecen encantadoras y maravillosas del otro de repente se vuelven una pesadilla. Y no es que sucede algo en particular, es sólo tiempo. Ese pasaje de todo lo que a él le parecía un fastidio, y al revés, todas estas cosas que le parecían repulsivas, miradas a la distancia podían ser algo bonito, delicado.

Si no te interesa la batalla de los sexos como decís, ¿dónde ponés la mirada a la hora de contar?

–A mí no me interesan mucho los temas, sino los personajes y las historias. Si tuviera que elegir un tema que me importe o sobre el cual me interesaría escribir, “la batalla de los sexos” sería el último. Todos los libros humorísticos sobre el rol de la mujer me parecen malísimos, aunque sospecho que los que son serios son todavía peores. Escribí algunas veces sobre mujeres pero como lo podría haber hecho sobre gatos, sobre jugadores de poker o sobre la vida de la gacela. Es una casualidad, no una búsqueda. Se me ocurre una historia o un personaje y lo escribo, no pienso más que eso.

¿Por qué Noemí, que es evocada todo el tiempo, casi no aparece en la novela?

–Elegí contar desde el punto de vista de él en forma estricta. Incluyendo lo que él no ve. El lector no sabe qué es lo que pasa con ella, no la ve más, pero para que ella tuviera presencia está contada a través de la heladera. El abre la heladera de su ex casa, ve cosas distintas y saca conclusiones. Si está, si se fue de viaje, si está haciendo dieta, si su familia está de visita, si está contenta o deprimida, pero son todas conjeturas de él.

¿Cómo construiste esa pareja que estuvo casada durante décadas?

–Suelo observar mucho a las parejas cuando salgo. Voy a comer y me siento cerca de algún matrimonio y observo las situaciones, cómo se miran, a veces ni se hablan y se entienden mediante gestos. La forma en la que se comportan desnuda qué tipo de pareja son. Quería que fuera verosímil, que dé la sensación que de verdad las cosas podían suceder tal cual las contaba. Me importan mucho los diálogos. Con la escritura no me interesa lucirme, sino que se luzca el personaje. Cuando sos guionista, entendés mucho más que el jefe es el lector o el espectador. No porque vayas a hacer lo que él quiera o lo que espera sino porque tenés plena conciencia de que todo lo que escribas el lector lo tiene que entender. Escribo para la gente. No quiero ser virtuosa para mostrarme. Pero sí me interesa que cuando el lector empiece el libro no le queden ganas de dejarlo y eso es muy propio del trabajo del guionista. Está esa conciencia internalizada dentro tuyo. Tengo toda la libertad para escribir sobre lo que quiero y me pasa con todo lo que hago en general. Pero quiero que el lector lo reciba de la mejor manera posible, que no se pierda nada. Que tenga todas las herramientas para tomar el relato. Quizás después no le gusta y está todo bien, pero que no sea porque no lo pudo seguir o porque no se entiende.

En tu escritura funciona cierto estereotipo a la hora de construir los personajes, sucedió en Bestiaria en el blog de “La peleadora” y también en tu novela.

–Sí y no. Nunca abordo un estereotipo desde la generalidad, “las mozas”, “los que viajan a Miami”, “los médicos”, sino desde la particularidad, “las mozas que bufan cuando te dejan una bebida”, “los que viajan a Miami y no despachan las valijas”, “los médicos que tienen la manicura mejor hecha que vos”. Hago el camino inverso, clasifico gente por cómo come un caramelo, por cómo se divorcia, por lo que dice cuando levanta el tubo. No me gusta abarcar o agrupar sino sacarle la ficha a cada uno y pelarlo hasta que se le vean los huesos.

[...]

Por Marina Navarro














La entrevista sigue en: http://www.pagina12.com.ar/diario/suplementos/las12/13-6930-2011-12-11.html


jueves, 20 de octubre de 2011

Alan Pauls sabe de lo que habla cuando habla sobre mujeres

Subrayo este párrafo de la entrevista que le realizaron al periodista y escritor Alan Pauls porque me encantó como habla sobre las mujeres.

“¿Qué les debés a las mujeres de tu vida?

Probablemente les debo casi todo. Siempre me intrigó de una manera casi sobrenatural el modo en que las mujeres piensan el mundo, viven el mundo, miran el mundo... Y en un punto las considero como marcianas, son como lo otro absoluto, en relación conmigo, con los hombres... y siempre fueron para mí como un objeto de análisis, de curiosidad. Cuando mi mujer quedó embarazada y me enteré que iba a tener una hija dije: ¡esta es la mía!, ¡voy a ver cómo se forman!(lo dice frotándose las manos). Uno ve siempre a las mujeres ya formadas, incluso cuando tenés cuatro años y te las encontrás en el jardín de infantes o en la plaza, ya las ves formadas, no sabés muy bien cómo llegaron ahí. Así que cuando me dijeron que sería una nena pensé que iba a estar muy cerca del secreto, de ver cómo se forma el secreto. Y por supuesto, las mujeres son tan geniales que ni siquiera un bebé te muestra el secreto. Te lo muestra, y cuando vos querés agarrarlo, te lo quita. Después empiezan a crecer, y la narrativa del crecimiento es tan genial que ya te olvidás de que lo que querés es el secreto, lo único que querés es ser atontado, narcotizado. O sea que todo eso fue fallido, pero creo que a mi pobre hija también la estoy convirtiendo desde hace rato en un objeto de análisis. Me parece que les debo casi todo porque son la diferencia, y asomarme a esa diferencia para mí es una experiencia genial. Nunca en la vida me aburrí con una mujer, puedo haber odiado a mujeres, me pueden haber maltratado, puedo haber sufrido, pero nunca tuve una experiencia de tedio con una mujer. Puede sonar como abusivo lo que digo, como que las uso, pero creo que las relaciones entre los hombres y las mujeres son un poco así. Las protagonistas de mis novelas son mujeres, siempre hay como falsos hombres que protagonizan. Así que me siento deudor, sobre todo de ese interés que me inspiran, de esa curiosidad.”

La entrevista sigue en http://www.radiomontaje.com.ar/literatura/pauls.htm

viernes, 7 de octubre de 2011

Nobel de la Paz con perfume a primavera

El reconocimiento compartido fue para la presidenta de Liberia, Ellen Johnson-Sirleaf, de 72 años y en campaña para su reelección; su compatriota Leymah Gbowee, de 39; y la joven periodista yemení Tawakkul Karman, de 32, quien dedicó el galardón al proceso social y político de reformas en los países árabes y de los cuales ella es una de las referentes de su país por ser presidenta de la asociación "Periodistas sin cadenas", que lucha contra el régimen. De las tres se destacó su "lucha pacífica por la seguridad de las mujeres y por el derecho de las mujeres de participar íntegramente en la obtención de la paz", señalaron los cinco miembros del comité noruego, quienes además definieron: "Hemos enviado una señal importante de que no puede haber democracia ni desarrollo pacífico sin la inclusión de las mujeres".

El secretario del Comité Thorbjorn Jagland destacó el papel de Karman como precursora de la ola de revueltas que sacude al mundo árabe. "Ya se había levantado y mostraba valentía cuando la primavera árabe estaba aún lejos". También se refirió a Johnson-Sirleaf, quien como presidenta "consiguió bajo condiciones muy, muy difíciles mantener con vida el desarrollo democrático en Liberia", aseguró. Mientra que de Gbowee destacó que es considerada como una de las artífices de la paz alcanzada en 2003, en su país.

La yemenita declaró que su premio es "una victoria para la revolución" en Yemen, en la que ella tiene un papel primordial. "Este premio es una victoria para la revolución por el carácter pacífico de esta revolución" contra el régimen presidente Alí Abdalá Saleh.

Por su parte, la presidenta liberiana Ellen Johnson Sirleaf dijo que su reconocimiento es "un premio para todo el pueblo liberiano". "Estoy muy feliz con este premio que es el resultado de mis años de combate por la paz" en Liberia, país que en 2003 puso fin a 14 años de guerras civiles, dijo Sirleaf en declaraciones a la prensa. "Este premio es compartido con Leymah (Gbowee), otra liberiana, y es también un premio para todas las mujeres liberianas", agregó Sirleaf.

Leymah Gbowee fue una de las grandes artífices del proceso de paz que puso fin a los 14 años de guerra civil en Liberia en 2003. Se convirtió hace una década en coordinadora de Mujeres en el Programa de Construcción de Paz/Red de África Occidental para la Construcción de Paz (WIPNET/WANEP) y fundó un año después el grupo Mujeres de la Acción Masiva de Liberia por la Paz. El grupo consiguió reunir a miles de mujeres musulmanas y cristianas para rezar y más tarde organizar protestas pacíficas contra el gobierno presidido entonces por Charles Taylor.

Es la primara vez que el premio se otorga a tres mujeres en conjunto, y con ellas suman 15 las que lo recibieron desde 1901. Se entregará en Oslo el 10 de diciembre, en el aniversario de la muerte de Alfred Nobel, y está dotado con diez millones de coronas suecas (casi 1,5 millones de dólares). El ganador del año pasado fue el disidente chino Liu Xiaobo. Un año antes fue premiado el actual presidente de Estados Unidos, Barack Obama.

Amnistía Internacional destacó que el reconocimiento a las tres activistas pone de manifiesto que la igualdad es esencial para construir sociedades justas. El secretario general de la organización humanitaria, Salil Shetty, señaló que "el incansable trabajo de estas e innumerables activistas nos acerca a un mundo en el que las mujeres vean sus derechos protegidos y tengan cada vez más influencia en todos los niveles del Gobierno".

Fuente:
http://www.pagina12.com.ar/diario/ultimas/20-178427-2011-10-07.html


viernes, 30 de septiembre de 2011

Un nuevo rincón

Gente, les paso el nuevo blog (http://librosenestereo.blogspot.com/)
que armamos con Marcelo Zuccotti (de Hablando del Asunto). Vamos a ir subiendo textos propios. Acá va el primero… espero que les guste:
http://librosenestereo.blogspot.com/2011/09/el-alumno-supero-al-maestro.html

miércoles, 21 de septiembre de 2011

Cuando el folklore tiene cara y perfume de mujer

Intérpretes y compositoras, no se contentan con presentar lo propio, en cartel individual, sino que eligen compartir escenario con otras colegas, cruzar ensayos y zapadas y hasta componer en colaboración a partir de lo que se genera en estos encuentros.

Dos ciclos de mujeres del folklore, así presentados –con el género como marca aglutinante e identitaria, dentro del otro género, el musical–, se extienden durante todo este mes y dan cuenta de algo que puede ser entendido como una marca de época: la creciente presencia de mujeres haciendo folklore. Cantándolo, tocando y también componiendo, hablando desde una sensibilidad propia, en un género que, como consigna el periodista especializado Marcelo Simón en su opinión, ha tenido una marca de origen en la misoginia.

A lo largo de septiembre, los ciclos Encuentro de Mujeres Argentinas hoy... en el folklore y Viernes de cantautoras están poniendo en escena las voces, las canciones y los talentos de intérpretes y compositoras, con una particularidad: estas mujeres no se contentan con presentar lo propio, en cartel individual, sino que eligen compartir escenario con otras colegas, cruzar ensayos y zapadas y hasta componer en colaboración, a partir de lo que se genera en estos encuentros. Todos los miércoles en Los 36 Billares (ver aparte) se reúnen en el Encuentro de Mujeres, de a dos voces cada vez, Luciana Jury, la entrerriana Marita Alondra, la cordobesa Paola Bernal, Laura Ros, la salteña Mariana Carrizo, la misionera radicada en La Pampa Sylvia Zabzuk, María de los Angeles Ledesma y Carolina Peleritti, que está comenzando a delinear, con la lentitud de quien no quiere dar pasos en falso, una carrera como cantante de folklore. Y Georgina Ha-ssan, Ariadna Prime, la peruana Sandra Peralta y la brasileña Tatiana Parra son las protagonistas de los Viernes de cantautoras en el Café Vinilo (ver aparte).

Las mujeres de este último ciclo le han dado una vuelta de tuerca a lo que llamaron “Locro, ceviche, farofa”, para dar cuenta de que las une “el amor a la preparación de delicadas canciones, comidas y tertulias compartidas”. Cada viernes es la noche especial de cada una de ellas, pero no están solas. “Las otras mujeres no pueden quedarse sentadas, así nomás, expectantes, en la platea”, explican ellas. Así que van apareciendo como invitadas de la que a su turno oficia de anfitriona, interpretando temas ajenos que se van volviendo propios, con arreglos especialmente pensados. Para el final han preparado un concierto compartido, con una banda integrada por músicos de las bandas de cada una. Y también con algunas canciones que van apareciendo compartidas en autoría, y que quizás algún día formen parte del disco que ya empiezan a imaginar.

“Es un proyecto femenino –no feminista– en el que explotamos esa complicidad tan particular que sabemos generar las mujeres”, advierte Prime, impulsora de la juntada. “En lugar de ponernos a competir entre nosotras, decidimos sumar voluntades. Hay algo allí, en el ponerse a cocinar juntas. Cuando las mujeres no podían salir de sus casas, se juntaban a coser y a bordar. Uno imagina esas reuniones como espacios de sumisión, pero seguramente allí se pasaban información valiosa, seguramente se divertían entre ellas”, analiza. En la comparación que delinea una idea de “lo femenino” en el folklore también aparece la idea de la cocina que utilizaron para nombrar el ciclo: “Todas sabemos lo que es llevar adelante una casa y tener que inventar recursos. Sabemos lo que es abrir la heladera y decir: a ver, con esto tengo que darle de morfar a toda la familia, ¿qué hacemos? Hay algo más flexible en lo femenino, y eso aparece cuando nos reunimos a imaginar este ciclo, y a imaginar las canciones”.

Luciana Jury, una de las Mujeres Argentinas que se lucirán esta noche en Los 36 Billares, tiene una larga carrera compartida con otros, y recién ahora se ha lanzado a editar como solista el exquisito Canciones brotadas de mi raíz. “En ningún momento de mi historia con la música pensé que me embarcaba a un mundo musical folklórico desde el género, pero sí es claro que a las mujeres nos cuesta un poco más, como nos cuesta en todas las cuestiones de la vida, remar un lugar de consideración y respeto”, advierte ella sobre su rol en un ciclo “de mujeres”. “El pretexto de la juntada de mujeres es interesante, porque nos permite compartir una fuerza común, que es justamente esa energía femenina que nos mueve. A lo mejor tiene que ver con derribar el mito de la fragilidad y mostrar toda la fuerza que tenemos, hacernos cargo de los lugares que podemos ocupar. Poner todo lo que tenemos que poner, que es mucho, en este momento tan propicio para construir espacios. De eso se trata.”

El ciclo Los viernes música, que Página/12 organiza todos los años, también durante septiembre, es otro que puede ser leído –escuchado– como una marca de presencia femenina, aunque involuntaria, no planeada como tal. Este viernes actuarán en el Auditorio de la Sociedad de Distribuidores de Diarios, Revistas y Afines las chicas de La Jaula, entre las que se cuentan Lidia Borda, Rita Cortese y Dolores Solá. Ya pasaron Liliana Vitale y Verónica Condomí, restan Sara Mamani y Melania Pérez. El único ejemplar masculino del ciclo ha sido Acho Estol. Como integrante de La Chicana, que comparte con Dolores Solá.

Por Karina Micheletto

Fuente:
http://www.pagina12.com.ar/diario/suplementos/espectaculos/3-22964-2011-09-21.html

sábado, 17 de septiembre de 2011

Palabra autorizada

Un taller de la Unidad 31 de la Cárcel de Ezeiza reúne a un grupo de mujeres privadas de su libertad para analizar la evolución de la prisión moderna... desde la prisión moderna.

Dos años atrás, un documentalista –David Bond– se preguntó si acaso era posible tener privacidad en Gran Bretaña. Su respuesta fue un film llamado Erasing David, donde el realizador y productor probó desaparecer un mes, con detectives privados –que sólo tenían su nombre y su foto– al acecho. Gracias a redes sociales, bancos de datos y cámaras de seguridad, en menos de 30 días Bond fue capturado. “Después de China y Rusia, Inglaterra es el tercer país más vigilado del mundo, con (casi) una cámara por persona; es una locura”, expresó el justificadamente paranoico muchacho brit.

El caso (un caso más) es sintomático: La sociedad de control está que arde y un simbólico panóptico de Bentham –aquel que permitía que el guardia echase el ojo sin ser visto– goza de tan buena salud que la publicación de 1975 de Michel Foucault no pierde vigencia. Con Vigilar y castigar, el –siempre lúcido– francés arrimó una explicación sobre las cárceles y el traslado del castigo físico a la “corrección disciplinaria”, de la ejecución pública y el calabozo a formas carcelarias más “blanquecinas”, formas donde la visibilidad se volvía (se vuelve) una trampa.

Más allá del evidente logro historizador al describir y teorizar sobre el desarrollo, las tecnologías y la economía del castigo en la era moderna, Foucault alcanzó un estadio analítico superior: Demostró que la prisión es un continuo, que la sociedad toda está atada a métodos de control no evidentes. La vida diaria y sus manifestaciones institucionales son vigiladas en pos de la “normalización” generalizada. El panóptico caló tan profundo que las torres son las personas, el otro, los espacios laborales y, así, al infinito.

Resulta –por lo menos– irónico entonces que 35 años después de su primera edición, el célebre texto haga el camino inverso y, tras transitar el campo académico con su tan difundida metáfora de realidad, vuelva –una vez más– tras las rejas, como lo hace cada quince días, a través de un taller de lectura y pensamiento llamado “En los bordes andando” (ELBA), organizado por el músico y docente universitario Luis “El Chino” Sanjurjo en la Unidad 31 de la Cárcel de Ezeiza.

Jueves sí, jueves no, Silvina, Liliana, Cynthia, Sandra, María José y otras internas –privadas ellas de su libertad– se reúnen en la biblioteca del penal y, en franco recorrido analítico, leen Vigilar y Castigar; repasan el nacimiento de la cárcel... desde la cárcel, mientras, por lo alto, una ventanita les hace de velador y deja pasar algunos hilos de luz filtrados por barrotes y un continuo de alambre de púa.

“Lo que se intenta es generar un espacio recreativo que permita la emergencia de la voz propia y sinceramente creo que, sin apelar a textos fuertes, se puede llegar a buen puerto. No es necesario buscar lo explícito-que-te-rompe-el-corazón. Lo positivo de Foucault es justamente el equilibrio: Es encarnizado pero tiene la distancia de la reflexión teórica”, repasa para Las12 Sanjurjo.

Entonces, de buenas a primeras, ya en clase, pide a las chicas que piensen la realidad como una olla de fideos; que el libro sea su colador. “¿Cuál es la cualidad específica de la hebra que están por sacar?”, inaugura Luis. “Pienso en conceptos como ‘Encarcelamientos readaptadores’, ‘Dispositivos de disciplina’ o ‘Política del cuerpo’, pero sigo sin encontrarle sentido a acumular personas para volverlas dóciles”, comenta Silvina, que –luego– explicará cómo agradece el espacio generado(r) para usar “la herramienta intelectual que te permite vivir de pie”.

Liliana –autora de Obligado Tic Tac, un libro cartonero que escribió en la cárcel y ha sido publicado– sacude la pluma; lee unas palabras que son suyas: “Ya no es el cuerpo; es el alma. A la expiación que causa estragos en el cuerpo, debe suceder un castigo que actúe en profundidad sobre el corazón, el pensamiento, la voluntad, las disposiciones...”. Para ella, la “evolución” del penitenciario tiene sus bemoles: “Ok, no tenés el castigo físico, pero hoy estás acá y mañana te mandan a La Pampa. A veces me pregunto si la gente sabe lo que eso significa para un ser humano...”. Silvia aporta su dosis de sentido: “¿Qué utilidad puede tener una persona que está pensando que la van a trasladar al sur cuando ya se acostumbró a un determinado lugar, tiene su trabajo y está estudiando?”.

No es la primera vez que el taller debate tópicos. La experiencia de ELba lleva tres años, varios autores y notables logros: Además de leer a Aníbal Karkowski, al Marqués de Sade, Maurice Merleau-Ponty, entre otros, ya han publicado tres revistas (la última, dedicada a los textos cortos que surgieron a partir de Vigilar y Castigar) e incluso realizaron una intervención artística en la Plazoleta del Obelisco el pasado abril (sus textos y frases estaban encerrados en jaulas y eran “liberados” por transeúntes curiosos). También participaron del disco homónimo de la banda Pléyades, Reggae Foucaulteano (del que Sanjurjo es vocalista) y, este año, dieron un recital en el penal que, según Sandra y Cynthia, “fue hermoso” y donde “no había diferencias entre autoridades e internas”: En total armonía.

Al fin y al cabo, se trata de conquistar terreno con batallas microscópicas y un objetivo en mente: Humanizar la experiencia carcelaria. “Ahora mucha gente dice: ‘Estas mujeres piensan’. No creen que solamente estamos comiendo guiso. Aunque todavía existen prejuicios muy arraigados como ‘¿en serio las presas escriben?’”, destaca Liliana. “La información que el grueso de la gente recibe está asociada a lo marginal, a lo tumbero y ni siquiera es crítica sobre el sistema; refuerza el morbo del preso como amenaza”, comenta Luis quien, en su taller, palpa la fisura, la mide, la parte. Porque, como explica la contratapa de la revista ELBA, “‘ser’ no es lo mismo que ‘estar’ preso”.


Por Guadalupe Treibel

Fuente:

http://www.pagina12.com.ar/diario/suplementos/las12/13-6750-2011-09-16.html