viernes, 27 de abril de 2012

La poeta sangrienta

"El cuerpo y la obra, la vida y el verso se superpusieron y se entramaron en Alejandra Pizarnik, nuestra poeta maldita por el extremo al que llevó su búsqueda por atravesar los límites formales de palabra, por hacerla vivir, capaz de sangrar como sangró ella por pura necesidad de nombrar un deseo urgente y esquivo que se consumió demasiado rápido. A 40 años de su muerte, el Museo Larreta la homenajea con una muestra en la que hay tanto espacio para el fetiche –se exhiben, por ejemplo, sus anteojos donados por la familia– como para recorrer su correspondencia, su obra crítica y sobre todo su vida y su poesía en la voz de quienes la conocieron y la amaron.
Fue Buma, Flora y finalmente Alejandra. Se deslizó como un barco sobre un río de piedras. Escribió versos como “No es la soledad con alas, / es el silencio de la prisionera, / es la mudez de pájaros y viento, / es el mundo enojado con mi risa / o los guardianes del infierno / rompiendo mis cartas. / He llamado, he llamado. / He llamado hacia nunca”. Editó libros (La tierra más ajena, Arbol de Diana, El infierno musical, etcétera), quemó libros, inspiró libros. Estudió Filosofía, Letras, Periodismo; a todas las abandonó. No ató su sexualidad. Escuchó a Janis Joplin, a Edith Piaf. Se obsesionó con las palabras crudas, transparentes; con versos melancólicos, finales; con estructuras cambiantes. Perseveró en su firme vocación de suicidio. Y, con 36 años, murió: el 25 de septiembre de 1972, tomó cincuenta pastillas de Seconal (un barbitúrico) y falleció. Dejó cartas, diarios, ensayos, entrevistas, traducciones y un séquito de entusiastas que no dudan en llamarla “la gran poeta del siglo XX”.
En el año en que se conmemoran cuatro décadas de su desaparición, el Museo Enrique Larreta decidió homenajear a Alejandra Pizarnik. Según explica Ricardo Valerga, curador de la exhibición El deseo y la palabra, “son tres los ejes que rigen: la obra (en especial, su poesía y el texto ‘La condesa sangrienta’), la biografía y las ilustraciones realizadas por Santiago Caruso. AP es la gran poeta argentina; era necesario darle esta vidriera”, asegura el –también– investigador de la institución de Juramento 2291, que este año cumple 50 años, dirigida por Mercedes di Paola de Picot.
De los exquisitos fetiches que dispondrá la muestra, Valerga recuenta “el escritorio, su máquina de escribir y los anteojos, ofrecidos por la familia, una fotografía cedida por Edgardo Cozarinsky, donde se observa a Alejandra junto a Mujica Lainez y Silvina Pizarnik” y “varios de sus dibujos, con toque surrealista”, entre otros objetos. Patricia Nobilia, historiadora del arte que también trabaja en el área de investigación del museo, suma ítem: libros de tango subrayados por ella, dedicatorias escritas por la poeta a amigos del primario cuando apenas tenía 12 años (sorprenden los casos donde ya hace referencia a la muerte), dedicatorias de Octavio Paz y Silvina Ocampo... “Los visitantes se van a encontrar con su fibra más íntima”, avisa Nobilia.
Para –justamente– profundizar la fibra, el Larreta expondrá, además, el documental Memoria Iluminada: Alejandra Pizarnik, que los realizadores Virna Molina y Ernesto Ardito realizaron el año pasado para Canal Encuentro, trazando una sentida línea cronológica donde declaraciones de amigos, vecinos, biógrafos y familiares ayudan a desentrañar aspectos clave y adyacencias: la Escuela N° 7 de Avellaneda, los libritos de 10 centavos para paliar el aburrimiento de niña (“De ahí, el bagaje”, dirá su hermana), la adolescencia desfachatada, la obsesión por la gordura, el consumo de anfetaminas, los pasajes por la facultad, el preguntarse –lo dice en sus Diarios–: “¿Por qué no me ubico en un lugarcito tranquilo y me caso y tengo hijos y voy al cine, a una confitería, al teatro? ¿Por qué no acepto esta realidad? ¿Por qué sufro y me martirizo con los espectros de mi fantasía? ¿Por qué insisto en el llamado?”; la relación con Olga Orozco (“su mamá sustituta”, según la escritora Cristina Piña), los años en París; Cortázar y Octavio Paz, el departamentito con “olor a camarón frito” frente a la iglesia de Saint Sulpice; las intertextualidades; los intentos de suicidio, el suicidio y tantísimo más.
Otro de los ejes de la exposición gira alrededor del ilustrador Santiago Caruso (ver recuadro), que exhibirá dos series –“La condesa sangrienta” y “El eco de mis muertes”, sobre el célebre texto de Pizarnik acerca de Erzébet Báthory y poesías seleccionadas–. Además, expertos en vida y obra de Alejandra darán una seguidilla de charlas y conferencias: el viernes 11 de mayo será el turno del poeta Fernando Noy, amigo de AP, y de la escritora y periodista Mariana Enriquez; el jueves 17 de mayo se reunirá la biógrafa, escritora y excelsa traductora Cristina Piña e Ivonne Bordelois –poeta, ensayista y lingüista, amiga de Pizarnik y autora de Correspondencia Pizarnik–; finalmente, el 24 de mayo, Ana Becciú, encargada de la compilación de la obra de la poeta en tres volúmenes (Poesía, Prosa y Diarios) y Silvia Hopenhayn harán lo propio."

Por Guadalupe Treibel


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jueves, 19 de abril de 2012

El femicidio ya tiene media sanción

La iniciativa fue apoyada por 204 diputados, con una sola abstención y ningún voto en contra. Incorpora al Código Penal la figura del femicidio, aunque no se incluye el término. Prevé penas mayores si en un crimen media la violencia machista.
La incorporación al Código Penal de los delitos en los que media la violencia de género y los crímenes de odio contra gays, lesbianas y personas trans obtuvo ayer media sanción en la Cámara de Diputados de la Nación. La iniciativa consiguió un respaldo total, 204 votos a favor y una abstención, y plantea agravantes que llevan las penas a prisión o reclusión perpetua a homicidios que solían atribuirse “a los celos y se definían como crímenes pasionales o de emoción violenta”, remarcó la diputada oficialista Silvia Risko. Durante el debate hubo coincidencia sobre la necesidad de acciones preventivas desde el Estado porque la respuesta penal llega siempre tarde, cuando ya ocurrió la muerte. “Lo que sigue es quitarles la patria potestad a los hombres que hayan matado a sus parejas”, propuso la diputada radical María Luisa Storani.
La iniciativa comenzó a tratarse ayer a las 19, luego de una peleada sesión por el articulado de la ley de reforma política. El diputado del Frente para la Victoria y titular de la Comisión de Legislación Penal, Oscar Albrieu, arrancó el debate marcando tres tipos de “femicidios”, aunque esa palabra no aparece en el proyecto: el íntimo o perpetrado por un conocido; el público, en el caso del asesinato motivado por el género, y el vincular, cuando “se mata a un familiar para castigar a la mujer”.
En el primer caso, se pena con perpetua “al que matare a su ascendiente, descendiente, cónyuge, o a la persona con quien mantenga, haya mantenido, o haya infructuosamente pretendido iniciar una relación de pareja”. Hubo, tras la votación, un intento del diputado del PRO Federico Pinedo de incluir la palabra “estable” cuando se habla de pareja y fue descartado con abucheos. Tampoco se toma en cuenta si hubo o no convivencia al imponer la pena. Además, se incluyen como agravantes: “Placer, codicia, odio racial, religioso, de género o a la orientación sexual, identidad de género o su expresión”.
El tipo penal es amplio en el segundo caso descripto por Albrieu, ya que se considera “un crimen hacia una mujer cuando el hecho sea perpetrado por un hombre y mediare violencia de género”. El asesinato de un familiar “para causar daño psicológico” a una pareja o ex pareja también se considera agravante. Había sólo 79 presentes cuando este diputado terminó su exposición. “Es evidente que algunas reformas son más atractivas que otras para algunos legisladores, aunque ameriten nuestra atención”, dijo al respecto Risko, en medio de los aplausos de los pocos presentes.
“La mujer no es propiedad de nadie, de ningún hombre. Puede que a cualquier víctima la haya matado la última trompada, pero seguramente antes vivía en la indiferencia. Por eso es necesario que se implementen recursos para las políticas de prevención”, exigió esta diputada, titular de la otra la comisión que intervino: Familia, Mujer, Niñez y Adolescencia. La diputada del Frente Amplio Progresista Victoria Donda coincidió con el diagnóstico y sumó otra crítica: “Cada vez que hablamos de problemática de género nos dan un minuto y medio para exponer, no me parece casual”.
El poco tiempo se debió a la rigidez del nuevo presidente de la Cámara, Julián Domínguez: el debate anterior había durado seis horas. Donda leyó las cifras obtenidas de la prensa por la Asociación Casa del Encuentro: “En 2009 hubo 231 femicidios, 68 eran ex parejas, novios o esposos y existía denuncia policial previa. En 2010 fueron 260 muertes y 282 en 2011”. El diputado del GEN Gerardo Milman, uno de los autores de los 15 proyectos que se presentaron en comisiones, señaló que esta reforma va a permitir hacer estadísticas con casos “que antes eran invisibles para la Justicia”. Laura Alonso, del PRO, evaluó que la inclusión del femicidio es un reflejo de la desigualdad imperante. “Voy a celebrar el día en que deroguemos esto porque habrán triunfado el respeto por la mujer y las libertades individuales”, dijo. Durante el debate se mencionó la cosificación sexual palpable en la televisión y la tardía incorporación de la posibilidad del ligamiento de trompas de Falopio, recién en 2006, como signos de la opresión sobre el cuerpo de las mujeres. “Y también hay que discutir otra violencia, la de la prohibición del aborto”, arrimó Jorge Cardelli, de Proyecto Sur.
Por otra parte, varios legisladores oficialistas y de la oposición reclamaron fondos para implementar el Plan Nacional integral para la erradicación de la violencia de género, aprobado en 2009. También hubo un reconocimiento de Carlos Comi, diputado de la Coalición Cívica, a las organizaciones sociales que impulsaron el debate. “Ojalá los diarios y la televisión nos den tanto espacio como a los hechos de violencia que ocurren a las mujeres, como el caso de Wanda Taddei”, agregó.
Luego de dos horas de debate, a las 21, hubo quórum. El clima era de tanto acuerdo que el jefe de la bancada oficialista, Agustín Rossi, consiguió media hora después que se votara el proyecto en general y en particular de una sola vez.

Por Emilio Ruchansky

Fuente: 
 


sábado, 14 de abril de 2012

La aventurera

Sola entre las suyas, sola defendiendo lo que todavía no se animaban a defender las otras mujeres. Madeleine Pelletier es el símbolo del feminismo más avanzado que tuvo la llamada Tercera República francesa. Como las organizaciones feministas del mil ochocientos aceptaban la maternidad como una misión natural de la mujer, los derechos ganados venían acompañados por infalibles comensales: un marido y varios hijos. No era difícil entonces que dichas organizaciones se opusieran al celibato de las maestras, claro que no lo hacían porque eso violentaba sus derechos sino porque las “privaba de manera antinatural de su función esencial, la maternidad”. En medio de tanta exaltación familiar, abnegación y fervor Madeleine desmitificaba la idea de ser madre como la esencia misma de la feminidad y la mostraba como lo que es, una opción.
Nació en París, dejó la escuela cuando era muy joven (su madre la había anotado en un colegio de monjas) y se unió a un grupo anarquista. Tiempo después rindió libre las materias del bachillerato y se anotó en la Facultad de Medicina de París. Interesada en un primer momento en la antropología, ¿quién iba a convencerla de que el tamaño del cráneo tenía que ver con la inteligencia?, eligió luego psiquiatría pero la Academia le impidió entrar y cursar en el pabellón. No iba a ser por mucho tiempo, casi sin demoras organizó una exitosa campaña de prensa (promovida a través del diario feminista La Fronde) que no sólo le permitió entrar en la especialización sino que la convirtió en la primera mujer que logró en Francia recibirse en aquel pabellón de psiquiatría y en una de las primeras en trabajar en hospitales estatales.
Militante febril, colaboraba en revistas anarquistas de educación (L’Idée libre y Libertaire) y formaba parte de La Solidarité des Femmes, una revolucionaria organización feminista de la época. Influida por las mujeres inglesas del Hyde Park, edita y dirige La sufragista (representando en Francia a las mujeres que luchaban por el voto femenino). Fue además una de las fundadoras del Partido Socialista Francés y obviamente médica de la Cruz Roja durante la Primera Guerra Mundial. Cautivada por el comunismo viajó en 1921 a la Unión Soviética y escribió Mi aventurero viaje por la Rusia comunista —publicado primero como relato en La voz de la mujer y luego editado como libro—, donde no sólo describe su mirada de viajera, sino que cuenta que se aleja y se desilusiona del comunismo por el rol que la mujer tiene dentro del partido. Pero como su militancia no terminaba en esa desilusión, decidió volver a su primer amor, el anarquismo. Autora de algunas novelas y de una autobiografía La mujer virgen (1933), se unió a mediados de los años treinta a un grupo pacifista.
La mujer de pelo corto y pantalones, la soltera vestida con traje de hombre, la que formó parte de la masonería y la que pregonaba los ideales del neo-malthusianismo (un movimiento iniciado en Inglaterra que publicitaba varios sistemas de anticoncepción, defendiendo el control de natalidad y el aborto) rechazaba de cuajo convenciones burguesas y trabajaba para modificar en lo cotidiano el tradicional lugar de la madre esposa.
Médica, defensora de los derechos de las mujeres —concibiéndolas como sujetos libres y autónomos, un concepto absolutamente minoritario en la Europa de finales del siglo XIX—, militante de la educación sexual y la planificación familiar, Madeleine realizaba abortos —gratuitos— y defendía su legalización a través de sus exposiciones y libros como lo hizo en La emancipación sexual de la mujer (1911), El derecho al aborto (1913) y La educación feminista de las niñas (1914). Una defensa llevada a la acción por la que la detuvieron y encarcelaron en abril de 1939, a los sesenta y cuatro años. Murió el 29 de diciembre hemipléjica y presa, aunque por estar enferma la cárcel se había camuflado en hospital.

Por Marisa Avigliano

 

jueves, 5 de abril de 2012

Lina Meruane: “La posición de víctima me parece de muy baja intensidad”

La escritora chilena, radicada en Nueva York, y a días de llegar a Buenos Aires, conversó con Ñ digital sobre su última novela, “Sangre en el ojo”.



Casi como un monólogo entrecortado por el dolor, las idas y vueltas, internaciones y conversaciones con un hombre, su madre y un oftalmólogo, la escritora chilena Lina Meruane, autora de “Las infantas” (una colección de cuentos publicados por Eterna Cadencia) continúa su exploración sobre el mundo de la enfermedad, la relación médico-paciente y las diversas estrategias para huir del dolor antes de convertirse en peso y víctima para los otros.

¿Existe alguna coincidencia -que no sea de superficie- entre el título de la novela y el dicho “tener la sangre en el ojo”?
No hay coincidencia; como casi todo en un libro, el título es deliberado. Buscaba uno que cumpliera con dos premisas: uno, la literalidad y otro figurado. El titulo del trabajo anterior, que luego deseché, reunía ambas cualidades: “Mal de Ojos”. Sólo que ahí lo figurado era la idea de la maldición, y por eso tuvo que partir, mientras que aquí lo figurado es la idea de la rabia, del deseo de venganza, que pienso, define bien lo que hay en el fondo de mi protagonista. Esta mujer que oscila entre la ceguera permanente y la recuperación de la vista es un personaje movilizado por la ira, por el deseo iracundo de superar la crisis, y esa energía la lleva a valerse de todo el que se le ponga por delante. Esta mujer está dispuesta a todo, menos a ser la víctima de su cuerpo.
Contabas que respecto de Las infantas, esta novela es muy distinta de aquellos cuentos. ¿Podrías explicarme qué cosas cambiaron durante todos estos años, además de la cronología?
Han pasado catorce años desde que se publicó por primera vez “Las Infantas”, que es mi primer libro, y lo que sucede es que ya no me reconozco del todo en él. Lo digo porque cuando Eterna Cadencia me ofreció volver a publicarlo, lo releí, y lo leí con algo de asombro, no porque el libro sea asombroso sino porque no sabía de qué cabeza habían salido todos esos episodios. Pero también es cierto que una no es nunca la persona que escribe. Una está parada en un lugar y lo que sucede en los libros es otra cosa. Una está y no está en sus libros. Y además de esto, considero que cada uno de los libros que siguieron fueron escritos desde cabezas distintas, desde estrategias diferentes, como si cada uno se hubiera escrito movilizado más por la necesidad del texto que por ideas predeterminadas. Para ser justa con ese primer libro, lo que vi en la relectura es que había trazado, a su manera, en el estilo de entonces, que era más seco o más frío o más contenido, el recorrido de mis preocupaciones. La ceguera y su relación con la ira ya está en ese libro.

¿Cuánto hay de autobiográfico en “Sangre en el ojo”? ¿Tiene lo autobiográfico, sea éste el caso o no, importancia en el verosímil de cualquier narración?
Lo autobiográfico en un texto es una trampa. Trampa para el lector cuyo acto de entrega al relato lo lleva a convencerse de que todo lo que se le cuenta es verdadero. Trampa también para el autor, que a veces desconfía de su imaginación y del poder simbólico de la palabra, o delega el poder de su texto en el hecho verídico que lo sustenta, si ese es el caso. Te digo esto porque es lo que descubrí escribiendo esta novela. Yo, que siempre he estado más cómoda en la ficción, porque la ficción ofrece libertades que la memoria parece no permitirnos, me pregunté qué hacer, es decir, cómo narrar un episodio dramático que mi pasado me ofrecía. En un momento pensé que escribiría una memoria (tenía en mente “Esa visible oscuridad” de William Styron, y “A Bell Jar” de Sylvia Plath) pero abstenerme de la ficción me impedía hurgar en lo que estaba detrás del evento, y que de pronto era mucho más importante. En ese momento abandoné la mímesis y me permití ir hacia el otro lugar de la novela. Y aunque el texto trabaja con el recurso del detalle minucioso, a ratos milimétrico, sin duda ésta es una trampa que se le tiende al lector para llevarlo hacia una situación imposible que le obligue a preguntarse  si es posible que todo lo demás, todo lo que leyó, pueda ser cierto.

Es muy notable la puntuación, el fraseo del texto. Los cortes suelen angustiar. Quiero decir: son los cortes en las frases los que producen un efecto de angustia más que la situación, de por sí angustiante. ¿Cómo trabajaste la escritura de la novela; cuánto tiempo te llevó escribirla; y corregirla?
La idea de fractura, es cierto, recorre todo el texto. Se fracturan las oraciones en momentos álgidos en lo que no se puede pensar lo que sigue. Se fractura también esta suerte de monólogo que es también la novela. En el tiempo de escritura, también hubo una interrupción, porque escribí el primer pedazo definitivo (después de varios intentos fallidos) mientras preparaba otra escritura, la de mi tesis doctoral; pero como no podía mantener dos escrituras tan intensas, y como se cumplía el plazo de la tesis, la novela quedó en suspenso. Entre ese primer momento y la publicación pasaron varios años, pero afortunadamente este año también se publicará el otro libro, el ensayo académico “Viajes virales” (Fondo de Cultura Económica), y si tengo suerte, también aparecerán un par de textos más cortos y rezagados.

Desde un punto de vista impresionista, Lina Meruane no "suena" chilena. Podría ser argentina, o mexicana. Pero no por una estandarización normativo-mercantil sino por un trabajo con la lengua que huye del realismo mágico y de toda la tradición lírica de tu país. ¿Esto es así? ¿Es deliberado?
Bueno, el habla de la protagonista, que usa el seudónimo literario de Lina Meruane, está atravesado de chilenismos sutiles que le pedí, tanto a los editores argentinos como a los españoles de Caballo de Troya que tuvieran el cuidado de mantener. Estoy políticamente comprometida contra la localización o la estandarización de los textos. Y no sólo eso. Este libro está poblado de personajes de otros lugares, desde el compañero que en la novela es gallego hasta la amiga castellana, desde la académica argentina que le habla de Borges sin mencionarlo, hasta el médico y toda su gente que hablan, por supuesto, en inglés. Lo que hay aquí es más bien un intento calculado de hacer convivir estos modos del español y de otras lenguas y sobre todo, de no abusar de la marca nacional a través del costumbrismo: esa sería la primera tentación y el recurso más fácil. Yo llevo muchos años fuera de Chile, y cuando estoy afuera se me suaviza mucho lo local, queda como en un suspenso y saltan mi acento, mis palabras locales, a la primera de cambio. Pero me interesa pensar que la identidad no reside, simplemente o acaso anecdóticamente, en el acento coloquial sino en la mirada.

El paso por el hospital, el trato con los médicos, la "deshumanización" de la medicina contemporánea... es un tema que te interesa? ¿Por qué te interesa? Es también notable el conocimiento que parecés tener de esa manera de tratar al paciente, que muchas veces es una víctima, pero que en mi opinión, como sea, tiene que hacerse responsable de su situación, incluso si la posibilidad de la muerte existe. ¿Qué pensás de eso?
He estado trabajando literariamente la figura del enfermo y la del médico hace mucho tiempo –esto está ya en la novela anterior, “Fruta Podrida”. Y de otro modo en mi investigación sobre el impacto del sida en la literatura, en “Viajes virales”. Es un tema que me importa a nivel personal pero sobre todo en el nivel político. Porque al margen de que hay médicos excepcionales, yo he tenido la suerte de conocer a muchos, y de poder huir de los otros, lo que hay detrás del médico es toda una institución poderosa. Y donde hay poder (y un saber que se propone incuestionable) normalmente hay maltrato e impunidad. Y hay un supuesto cultural que permite que los enfermos -prefiero llamarlos así- no se sientan autorizados a frenar esas formas de abuso. Nadie tendría por qué ser tan paciente con el médico, y menos permitir convertirse en su víctima, y sin embargo, esa relación está escrita culturalmente y lo que importa es reescribirla de otro modo. Pienso además que un enfermo no es responsable nunca de su enfermedad ni tampoco de su curación, esa idea también hay que volver a pensarla, críticamente. Quiero decir: por más que alguien fume no es culpable de su cáncer. La enfermedad está infectada por la culpa. Es importante resistirlo. Esto, por supuesto, lo sabía a la perfección Susan Sontag, a quien admiro sobremanera.


La protagonista de la novela no se victimiza nunca. Se da cuenta que sufren los que la rodean. Ella no lo dice. Se deduce de la lectura. Ella está perdida. O mejor: sabe -sin saber- que algo va a perder. La novela parece la anticipación de un duelo. ¿Cuál es tu opinión respecto de esa idea?
La posición de la víctima a mí personalmente me parece de muy baja intensidad, salvo que en ese personaje se revelen sus estrategias. Ese lugar sí me parece más poderoso, más propositivo, y es una posición que me interesa más. Yo no pienso a mi protagonista desde la pérdida sino desde el modo en que ella trama qué hacer para evitarla. Y contra el duelo, lo que veo yo, pero esta es por supuesto mi lectura, contra el duelo lo que se propone es un humor muy negro.

Escritores que te interesen, a los que volvés, los que tenés para leer. ¿Cuáles?
Aaaa, ¡me encantaría tener tiempo para volver con regularidad a ciertos escritores…! De vez en cuando los pongo en mis cursos para tener la excusa de regresar a ellos. Entre esos retornos felices de ahora último están Woolf, Camus y Beckett. Y entre los que me interesan más, ahora mismo, son algunos escritores palestinos, como Mahmoud Darwish. Y entre los nuevos, eso sí que esta complicadísimo, entonces, déjame escoger de los novisimos locales: Falco, Trías, Schweblin,  Ronsino seguido de un muy largo etcétera.

Finalmente, una curiosidad antropológica. En "Sangre..." casi no hay uso de las nuevas tecnologías de la información. La enfermedad pone cuerpo a cuerpo con la muerte, no hay distancia electrónica que pueda sostenerse. Pero ¿no creés que el uso (o abuso) de las tecnologías de la información producen un cortocircuito, fetichizado por la idea de "conexión permanente" entre el sujeto -sea escritor o no, en este caso escritora- con la finitud?
Tecnologías hay. De las médicas, muchísimas, y de la comunicación, el teléfono, que permite que aparezcan voces distantes y cercanas en el texto -la voz es uno de los ejes constructivos de este libro. Yo pienso que la necesidad de la presencia del otro no es algo nuevo sino lo que nos constituye socialmente; y el individualismo genera esa ansiedad al que las tecnologías parecen atender, con mayor o menor éxito, pero no en mi texto porque para usar las tecnologías de la información hace falta, casi siempre, la vista. La presencia real de otro es central en estas páginas, porque en la soledad esta ceguera resultaría impracticable. Toda la energía de la novela está puesta en la necesidad brutal, casi devoradora del otro, la urgencia de un otro, del cuerpo del otro, en forma permanente y total.

Por Pablo E. Chacón