martes, 25 de mayo de 2010

LA DAMA VAGUE

“Yo soy única pero a la vez soy todas las mujeres”, decía una joven rubia entre otras, arrugadas, lánguidas, espigadas, adiposas, embarazadas, que respondían a la pregunta de Agnès Varda: “¿Qué es ser una mujer?”. El documental de ocho minutos fue filmado por la realizadora belga para la televisión francesa en el año ’70. El mismo corto interroga al grupo: “¿todas las mujeres quieren ser madres? “Yo sí, yo no”, decían unas y otras. Una voz de hombre: “La mujer que no conoce la maternidad no es una mujer”, y una de las chicas, desnuda sobre un fondo blanco, divertida entre el grupo, desafía a cámara: “¿Y un hombre que no conoce la paternidad no es un hombre?”.

Este material estaba produciendo la directora Agnès Varda en los ’70, la década después de las reivindicaciones, cuando la militancia era sostenida, abandonada o transformada, pero nunca podía manifestarse indiferente respecto del fervor de los ’60. Y ella, en esos años de juventud fue, junto al grupo de notables que se mencionan siempre –Truffaut, Godard, Rohmer–, la mujer que rompió la homonorma de la Nouvelle Vague.

La dama de la NV es hoy una señora de 82 años. Recibió en Cannes el merecido galardón Carrose d’Or, el premio que la Quincena de Realizadores entrega a los directores por su “coraje, innovación e independencia”, y en la charla relajadísima, según dicen las crónicas de aquel día de la semana pasada, Varda conversó con el también octogenario documentalista Frederick Wiseman y, entre risas, lo acusó de moralista. Es que ella es lo más parecido a alguien que casi siempre hizo lo que quiso. Se interesó primero por la fotografía, pero impulsada por aquel principio generacional de que el director es el que escribe con la cámara, se decidió a hacer películas desde que filmó por primera vez, para un amigo enfermo, en el pueblo pesquero de Séte, contando con imágenes lo que él ya no podría ver con sus propios ojos. En 1954 apareció entonces su primer film, La Pointe Courte, que narra el devenir de una pareja por los bordes de la ciudad, y esa manera de Varda de difuminar los límites entre documental y ficción que tanto caracteriza su filmografía. Y ese contacto con lo real, ese finísimo hilo que traza con planos que escarban en el detalle pero nunca se pierden la textura de las verdaderas cosas, se marca con un ritmo vital en Cléo de 5 à 7, donde una mujer, estrella pop ella, camina por París en un lapso de dos horas, tiempo real-fílmico, a la espera de los resultados de un análisis. Un tarotista le había predicho la muerte, y, enfrentada a esta posibilidad, Cléo se pregunta por sus verdaderos deseos, se asquea del mundo y de sí misma en su obsesión por la imagen, hasta ahora, perdida en su propia belleza.

En Le Bonheur (La felicidad) retrata el amor libre de los 60 plasmado en una pareja de tres que, con hijos y todos, son el colmo de la dicha. El trío retoza, naturalizando una unión diferente... lástima que fuera un él con dos mujeres y no al revés, como le reclamaron tantas feministas. Pero si hay algo que reconocerle es la amplitud con la que Varda ve al mundo, sus rígidos límites monogámicos y la posibilidad de entregar una historia, como ella misma definió, “un verdadero acto de libertad creativa”.

Varda tiene más de 40 objetos audiovisuales en su producción, el León de Oro del Festival de Venecia, varias películas en honor a su difunto marido, el también cineasta Jacques Demy (Jacquot de Nantes, L’Univers de Jacques Demy y Les demoiselles ont eu 25 ans) y un ritmo para generar material acorde a nuevas problemáticas.

Unica pero siempre mostrando a otras, inteligentes, sexualmente libres, bellas, reflexivas, Varda, quien interviene con su voz muchos de sus films, ya es una directora fundamental del siglo XX y una figura que vale conocer, y como ella misma dijo, aun a sus 82, “en pleno proceso de cambio”.

Por Flor Monfort


Fuente: http://www.pagina12.com.ar/diario/suplementos/las12/13-5740-2010-05-24.html

martes, 18 de mayo de 2010

He construido un jardín...











("El jardín en otoño"
de Vincent Van Gogh)



He construido un jardín como quien hace
los gestos correctos en el lugar errado.
Errado, no de error, sino de lugar otro,
como hablar con el reflejo del espejo
y no con quien se mira en él.
He construido un jardín para dialogar
alli, codo a codo en la belleza, con la siempre
muda pero activa muerte trabajando el corazón.
Deja el equipaje repetía, ahora que tu cuerpo
atisba las dos orillas, no hay nada, más
que los gestos precisos -dejarse ir- para cuidarlo
y ser, el jardín.
Atesora lo que pierdes, decía, esta muerte
hablando en perfecto y distanciado castellano.
Lo que pierdes, mientras tienes, es la sola compañia
que te allega, a la orilla lejana de la muerte.
Ahora la lengua puede desatarse para hablar.
Ella que nunca pudo el escalpelo del horror
provista de herramientas para hacer, maravilloso
de ominoso. Solo digerible al ojo el terror
se la belleza lo sostiene. Mira el agujero
ciego: los gestos precisos y amorosos sin reflejo
en el espejo frente al cual, la operatoria carece
de sentido.

Tener un jardín, es dejarse tener por él y su
eterno movimiento de partida. Flores, semillas y
plantas mueren para siempre o se renuevan. Hay
poda y hay momentos, en el ocaso dulce de una
tarde de verano, para verlo excediéndose de sí,
mientras la sombra de su caída anuncia
en el macizo fulgor de marzo, o en el dormir
sin sueño del sujeto cuando muere, mientras
la especie que lo contiene no cesa de forjarse.
El jardín exige, a su jardinera verlo morir.
Demanda su mano que recorte y modifique
la tierra desnuda, dada vuelta en los canteros
bajo la noche helada. El jardín mata
y pide ser muerto para ser jardín. Pero hacer
gestos correctos en el lugar errado,
disuelve la ecuación, descubre páramo.
Amor reclamado en diferencia como
cielo azul oscuro contra la pena. Gota
regia de la tormenta en cuyo abrazo llegas
a la orilla más lejana. I wish you
were here amor, pero sos, jardinera y no
jardín. Desenterraste mi corazón de tu cantero.

Diana Bellessi




El 23 de abril, fecha en la que se recuerda el Día Internacional del Libro, la poeta argentina Diana Bellessi fue reconocida Ciudadana Ilustre de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, en un acto organizado por la diputada Diana Maffía.

Diana Bellessi nació en 1946 en Zavalla, provincia de Santa Fe. Luego de recorrer nuestra América, en Ecuador publica su primer libro de poemas “Destino y Propagaciones”, al que le siguen “Crucero ecuatorial”(1981), “Tributo al mudo” (1982), “Paloma de Contrabando” y “Eroica” (1988), entre otros.
Su obra, reconocida nacional e internacionalmente, la llevó a recibir el premio a la Trayectoria en las Artes de la Fundación Antorchas y el Diploma al Mérito en Letras por el quinquenio 1999-2003 de la Fundación Konex.



Fuentes:

http://www.vendavalsur.com.ar/d_bellessi/

http://www.agendadelasmujeres.org/