Dos libros que honran y actualizan la figura de Alfonsina Storni.
Por Paula Jiménez España
No era decepción, ni anhelo por lo que no había elegido; no era el padre que su hijo no tuvo ni el marido que ella no quiso, segura de que todos los hombres le serían infieles. No era ese resentimiento, ni esa soledad, ni las formas falsas de la protección, sino la rabia. La rabia que impulsó en parte su escritura. La rabia de quien nace a contrapelo de su época y ve los valores más anquilosados oponerse al progreso, al cambio, a la liberación. Ni en su prosa ni en su poesía Alfonsina se ahorró, como le hubiera correspondido a una chica de su tiempo, los sentimientos de enojo y el gesto rupturista que se despliegan tanto en Un libro quemado, que reúne parte de su obra periodística (acompañada por las imágenes del pintor Pablo Lozano), como en Esta es mi Storni, la antología recientemente editada por Ediciones en Danza y curada por la poeta Diana Bellessi. Ambos libros le rinden –sin excusa aniversario– un merecido e inesperado homenaje en 2014.
“Odio tremendo, como nada fosco,/ odio que truecas en puñal de seda,/ odio que apenas te conozco,/ queda”, dice en el remate de su impresionante poema “Odio...” la Storni. Y sobre él, Bellessi explicará en el prólogo: “Son versos endecasílabos con su claro acento, claro como el odio, en cuarta y octava para quebrar el próximo y rematar, como un hachazo, con una palabra Queda; rimas finales y rimas asonantes le otorgan una pasión a este odio como pocas veces he visto”. Con Esta es mi Storni, la autora santafesina ha intentado recortar un perfil de Alfonsina que se aparte de aquel otro, un tanto tranquilizador, levantado alrededor de la “poetisa” (término peyorativo si los hay) romántica y sujeta en su escritura a las estructuras métricas convencionales. Esta Alfonsina, la de Diana, se revela aquí como una rara avis poética: en sus construcciones, en sus cortes de verso, en sus imágenes y temas. Un tono activo, o más bien agresivo –vengativo– gobierna algunos de estos poemas, mayormente de versos cortos y contundentes. El soneto “Amor” comienza con un reniego que contiene la perla del dolor y que recuerda aquel descarnado “Maldigo” de Violeta Parra; dice: “Baja del cielo la endiablada punta/ con que carne mortal hieres y engañas./ Untada viene de divinas mañas/ y cielo y tierra su veneno junta”. Intensamente amargos, estos versos muestran la imagen de una Storni biliosa, arrojada al mar desde las piedras de la escollera del Club Argentino de Mujeres y no la de la dulce mujercita que se deja sumergir entre las olas como en un sueño. El mito popular, que incluye una versión light de su muerte, sin duda buscó suavizar la estampa de esta guerrera tan cercana a las anarquistas de La voz de la mujer como a la lírica apasionada de Delmira Agustini.
Alfonsina periodista
La compilación de su obra periodística escrita entre 1919 y 1920 y recientemente publicada por Editorial Excursiones, toma su nombre de uno de los primeros artículos allí reunidos. Según Un libro quemado, la producción filosófica de Santa Teresa de Jesús inspirada en el Cantar de los Cantares, fue echada al fuego por fray Gerónimo Gracián y el motivo de tal incineración no es otro que el género de su autora (“Callen las mujeres en la iglesia de dios”, San Pablo). Y en consonancia con la lentitud histórica de la que en otro de sus textos la misma Alfonsina se queja en relación con el avance en las condiciones de vida de las mujeres, resulta curioso cómo sus escritos llegaron a ser publicados en medios masivos como La Nota y La Nación en los albores de la década del ’20.
Habían pasado cuatro siglos desde la literatura de Teresa y afortunadamente Storni tuvo más suerte que la religiosa, y que muchas: no solo porque su producción no terminó en cenizas, sino porque además esta poeta, periodista y narradora nacida en Suiza en 1892 y cuya familia se radicó en la Argentina cuatro años después, logró levantar su voz en medio de un silencio “femenino” generalizado. Y mientras el siglo XX se perfeccionaba en la creación de estereotipos domesticadores (amas de casa obedientes y laboriosas, trabajadoras de oficios, jóvenes modernas) apuntados en revistas para mujeres y de moda, Alfonsina, excusada en que quizás lo suyo era “demasiado personal”, deconstruía, de puño y letra, los caminos de la sujeción y criticaba duramente lo que la mayoría de las mujeres aceptaba con ojos cerrados. Tenía 28 años durante la publicación de estos escritos periodísticos –firmados con su nombre o con el seudónimo de Tao Lao– que si de algo carecen, felizmente, es de inocencia. Alfonsina lo supo: la trama es todo y de infinitas puntas está hecho el ovillo del sometimiento, principalmente –y en esta denuncia es reiterativa e implacable– de esa punta de la que tiramos las mujeres como reproductoras de los prejuicios contra nosotras mismas. Enmascaradas enemigas íntimas, las de comienzos del siglo XX, al igual que sus antecesoras seguían señalando con el dedo a cualquiera que rompiera el molde: una madre soltera, por ejemplo (condición que le preocupaba particularmente y que según algunas biografías terminó convirtiéndose en el tema de la paranoia que padeció en sus últimos tiempos). Para Alfonsina, la especie humana es, desde esta observación, “el único individuo zoológico” capaz de convertir a la maternidad en una “vergüenza”. “Si la virtud ha costado tanto para conservarla que endurece el alma y la cierra para comprender todo error, entonces tanto valía no tenerla”, dice en su artículo “La mujer enemiga de la mujer”. Es que la crudeza, la definición, la claridad en sus opiniones, distinguieron su escritura periodística como también lo hizo la ironía: procedimientos para vaciar en el terreno literario el peso de un alma atormentada por las injusticias.
Sin rodeos ni eufemismos, Alfonsina fue capaz de describir a las mujeres de su tiempo a través de estos artículos (“La irreprochable”, “La emigrada”, “La impersonal”, “La madre”, etc.) y de desentrañar en ellos los complicados mecanismos “femeninos” que a Freud, en la misma época, le resultaron misterios insondables. “Pero en la mujer sin más dotes que ella misma, su condición de sometido, económicamente, también aumentará su complejidad. Porque todo sometido es más complejo que el sometedor. Los servidores, pertenezcan a cualquier sexo, suelen tener idiosincrasia femenina”, dice en “La complejidad de la mujer”, uno de los artículos más deslumbrantes de este libro que arde, sobre todo, con el fuego de la disconformidad, la disidencia, y una bronca nodal, que lo torna sanguíneo y apasionado. Tal bronca es el resorte para el cuestionamiento de todo el orden cultural, no solo en lo que se refiere exclusivamente a las mujeres. Alfonsina disparó contra una estructura mayor. Buscó desnaturalizar el ritual de la muerte, poner en el tapete los convencionalismos que nos impiden como cultura acompañar los procesos vitales y expuso lo decadente de una institución matrimonial sobre la que pocas jóvenes de su tiempo osaron opinar: “Concibo el matrimonio como una alta institución del espíritu, cuyo único vínculo positivo es el fino amor, el hondo amor, el respeto profundo, la tolerancia delicada. Pero a mi alrededor he visto siempre pobres cosas, tristes negocios, incomprensión, ignorancia”. Esta tristeza que claramente Alfonsina experimentó ante el panorama reinante no pudo más que ir acompañada de una secreta sublevación; furia apresada en la hermética y armónica estructura de uno de los poemas más conmovedores de Esta es mi Storni; se llama “Frente al mar” y dice: “Vulgaridad, vulgaridad me acosa./ Ah me han comprado la ciudad y el hombre./ Hazme tener tu cólera sin nombre:/ Ya me fatiga esta misión de rosa// ¿Ves al vulgar? Ese vulgar me apena,/ me falta el aire y donde falta quedo./ Quisiera no entender, pero no puedo:/ Es la vulgaridad que me envenena”.
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