Por Sonia Tessa
FOTO: JOSE NICOLINI
Más de 90 mil
mujeres, unas 45 cuadras de movilización. La consigna que se prendía y ardía
durante cuadras y cuadras, para apagarse y volver a prenderse poco después a lo
largo de todas las columnas era “Aborto legal”. La marcha fue encabezada por
una Comisión Organizadora que trabajó durante once meses, de manera incansable,
y que dijo en el acto de Inauguración: “Esperamos vivirlo con intensidad,
cuidarlo, que nos cuidemos entre nosotras, porque sabemos que el Encuentro
molesta y que es posible que intenten provocarnos para perjudicarlo, difamarlo
y quebrarlo”. ¿Qué molesta del Encuentro? ¿Será la potencia de 90 mil voces
pidiendo la autonomía sobre nuestros cuerpos? Y haciéndola realidad. Los
pañuelos verdes, una vez más, tiñeron toda la marcha con el reclamo que hoy
unifica al movimiento de mujeres. La escena estaba preparada: el PRO había
presentado en el Concejo un pedido para que hubiera “un operativo de seguridad”
durante el fin de semana “ante probables desmanes”. Qué paradoja, las
asistentes al Encuentro se sintieron más seguras que nunca en una ciudad tomada
por las mujeres. Pocos metros antes de terminar la marcha más multitudinaria de
la historia de los Encuentros, en la Catedral, unos 20 hombres esperaban
rezando, y la policía estaba agazapada detrás de los fenólicos que cuidaban la
iglesia mayor. Apenas cedió una de las vallas, que pudo levantar una sola
manifestante, los efectivos salieron con sus cascos y escudos, a pegar palos y
tirar balas de goma. La palabra represión quedó afuera de la agenda
periodística masiva. “Iban a quemar la Catedral”, arguye el ministro de
Seguridad Maximiliano Pullaro, como justificación a un accionar policial que,
según consideró la abogada de Cladem, Analía Aucía, fue “ilegal y
desproporcionado”.
Durante los últimos meses, la
política santafesina vive bajo el fuego cruzado de los reclamos de más
seguridad y pedido de mayor presencia policial, por la vía de las fuerzas
federales. En Rosario, el índice de homicidios duplica al nacional, con 224
asesinatos en 2015. En el mismo año, hubo 274 víctimas de violencia
institucional por parte de fuerzas de seguridad. Quienes claman por la
presencia de Gendarmería forman parte de ese coro que también se indigna por
las mujeres “con los senos al aire” que manifiestan frente a la Catedral. Desde
el PRO agitan la “ineficacia” del Partido Socialista, que gobierna Santa Fe en
una coalición con la UCR, a la vez integrante de Cambiemos. El pedido que los
unifica es la mano dura. Desde el partido gobernante creen que la estrategia es
esmerilarlos, dejarlos sin aire. Sin embargo, cuando se trata del Encuentro
Nacional de Mujeres, las fuerzas políticas coinciden en que había que parar a
las “hordas feministas”. La variante del gobernador Miguel Lifschitz comparando
a las “inadaptadas que atacaron la Catedral” con los barrabravas de un club de
fútbol abona en un sentido parecido. Nadie se cuestiona que de un lado había
policías armados y del otro, mujeres furiosas pero desarmadas.
Las balas de goma fueron
muchas. De eso dan cuenta las denuncias de dos chicas de Córdoba, que
recibieron impactos a varios metros de distancia. Una de ellas marchaba por
Santa Fe. La otra estaba en la plaza 25 de mayo, lejos de la policía. Hubo
además varixs periodistas heridos. No sólo Johana Coronel, fotógrafa de la
Garganta Poderosa, también Sebastián Ortega, que estaba free lance, José
Granata, de la agencia Télam y Alberto Furfari, de Canal 5 de Rosario. La
fotógrafa de este diario, Jose Nicolini, recibió un disparo de goma en el
brazo. “Es curioso que haya habido tantas heridas con balas de goma y ninguna
persona detenida. Eso deja al descubierto que el objetivo era la represión”,
subrayó Aucía. Con este escenario, además, las más de 40 cuadras quedaron
uniformadas bajo el estigma de la violencia, la diversidad de las miles de
voces por el aborto legal se cristalizaron en la única foto repetida al
hartazgo. ¿Y las deudas de la democracia con las mujeres? Bien, gracias.
Antes de las andanadas de balas
de goma, hubo en el frente de la catedral unos pocos rezadores de la
ultraderecha católica. Flavio Infante, columnista de la revista Cabildo, era
uno de los 20 que llegaron hasta allí, enojados con los gobiernos socialistas y
con el obispo Eduardo Martín, porque no convocó a los fieles a defender el
templo. Infante, que vive en un pueblo cercano a Rosario, exclama en su blog
In-exspectatione: “Pedimos por último, para honor de las palabras, que no se
pretenda ya descalificarlas con términos de dudosa y reciente acuñación, como
el de ‘feminazis’. Cumple el de ‘feministas’, no más, que es suficientemente
oprobioso. Al nazismo no puede acusárselo, en verdad, de haber alentado el
filicidio, la inversión sexual y la ‘muerte al macho’”. Justamente, esos machos
se retiraron corriendo rápidamente, cuando algunas mujeres se acercaron a
mostrarles sus tetas. Ahí nomás, comenzó a salir la policía desde la casa
parroquial de la Catedral. Y las primeras que salieron fueron mujeres policías
sin ninguna protección. En ese momento, llovían piedrazos y botellazos de un
puñado de mujeres que llevaban su bronca a la puerta de la institución icónica
de la opresión a las mujeres. También se vieron a algunos hombres,
encapuchados, que tiraban objetos. Cuando una de esas policías cayó, salieron
los efectivos del Cuerpo Guardia de Infantería, y empezaron las andanadas de
balazos. Más tarde, cayeron unas pocas bombas molotov provenientes de la plaza,
frente a la Catedral. De eso se valió Pullaro para asegurar que “los heridos
más graves eran de la policía”.
“A mí me parece que esto fue
una provocación, la comisión organizadora había hablado para que no hubiera
nadie en la Catedral, pero había personas rezando y eran militantes de la ultra
derecha. Había también policía, cuando habíamos acordado que no hubiera. Nos
extraña y nos sorprende enormemente que Pullaro haya dicho que íbamos a quemar
la catedral. Esto se une con un hilo muy fuerte con la ultraderecha, y es muy
peligroso. Para justificar la represión dice que queríamos quemar la catedral
¿De dónde sacó esa información? Jamás dijimos eso, al contrario. Lo último que
dijimos fue cuidémonos”, dijo Mabel Gabarra, una de las 200 integrantes de una
comisión organizadora que trabajó denodadamente para garantizar el alojamiento
de 35 mil mujeres en escuelas, las viandas para todas las que las necesitaban y
hasta el papel higiénico en las escuelas donde se hicieron los talleres. “En
vez de ahondar en nuestras diferencias hay que apuntar a quiénes realmente
tienen el poder y son nuestros enemigos en nuestra lucha”, agregó. Por eso, la
mayor parte de las columnas había decidido pasar de largo de la Catedral para
evitar esa provocación.
Después de la represión en Mar
del Plata, en Rosario había expectativas de una escena distinta. Los gobiernos
provincial y municipal se habían mostrado amigables con la organización del
Encuentro. También hubo quienes apostaron a caldear el clima. Desde muchos días
antes, afiches anónimos agitaron la consigna “Así no”, con una foto de mujeres
desnudas frente al vallado. La violencia quedaba de este lado de las vallas, y
así se empezó a construir la imagen del Encuentro que se machaca ahora, en cada
minuto, desde los medios de comunicación y las redes sociales. “Esas mujeres no
me representan”, dicen aquellas que se quedaron en sus casas. “Con violencia no
se puede pelear por los derechos”, arengan periodistas desde sus programas
masivos. El argumento se repite en redes sociales pero también en las paradas
de colectivo y en los bares. Así se invisibiliza la escena armada para emboscar
a la manifestación popular más plural, heterogénea, federal y masiva desde la
vuelta de la democracia. Y hay otro mecanismo de neutralización: es encomiable
lo de los talleres, donde se debate, pero no pueden pintar paredes ni salir a
la calle sin control. En un contexto de criminalización de protesta social, la
intención es circunscribir los reclamos feministas al rincón de la barbarie.
Con esos mecanismos, se resta
la potencia movilizadora de miles de mujeres dejando sus casas por tres días y
mostrando sus deseos en la calle. Una movilización heterogénea con espacio para
el disenso. Un grupo de chicas con las caras tapadas, que iban al costado de la
manifestación, rompiendo vidrieras, recibían como respuestas de otras
manifestantes la consigna: “Sin violencia, organización”.
Lejos de eso, en distintos
balcones, algunas mujeres saludaban con aplausos el paso de la marcha. En
Corrientes y San Juan, a una de las que agitaba los brazos efusiva, cientos
desde abajo le cantaban “mujer, que escuchas, sumate a la lucha”. La mujer se
emocionó, su llanto contagió a las miles que la esperan el año que viene, en
Resistencia, marchando contra el patriarcado.
La ciudad que fue una fiesta de
mujeres por dos días, encontró la forma de exorcizar a las brujas. Desde antes,
hombres progres se horrorizaban por la “prohibición” de participar. Era
necesario demostrar que las mujeres no pueden hacer su propia fiesta, solas. La
discusión pública se centra en el punto de una equiparación: “Empezaron ellas”,
dicen los periodistas de los medios masivos, y entonces se trata de las tetas
al aire, los aerosoles de pintura, los piedrazos, como el origen del mal. El
estado queda justificado en su represión, porque el cuidado del orden de las
fachadas se convierte en la premisa fundamental.
“Lo que se intenta a través de
la represión es instalar que somos nosotras las violentas, y eso es lo que
históricamente instala el patriarcado, que nos merecemos lo que nos pasa, las
balas y que nos maten en nuestras casas. Y si bien nos queremos cuidar, no
tenemos miedo. Porque esto no se para más, la potencia de la movilización es
enorme”, analizó Dahiana Belfiori, integrante de Socorristas en Red, colectivo
que acompaña a mujeres que abortan en todo el país. Belfiori le dio una vuelta
de tuerca al tema que capitalizó la agenda periodística de Rosario durante los
días posteriores al Encuentro, como fueron los graffitis que quedaron
diseminados por toda la ciudad. “No molesta la suciedad, sino lo que se dice.
Detrás de esos graffitis hay muchas manos, muchos cuerpos”, expresó la
activista. Y no es casual que uno de los temas de debate propuestos por Canal 3
de Rosario, dos días después del Encuentro, fue “¿cómo le explicamos a nuestros
hijos las pintadas?”. Lesbianizate, la vida es corta hacete torta, muerte al
macho, pija violadora a la licuadora, comer carne es heterosexual, machete al
machote, aborta por si sale policía, Pare de parir, fueron algunas de las
cientos de consignas que se pintaron en las paredes de la ciudad, con el claro
objetivo de interpelar a quienes transitan por las calles sin cuestionar los
mandatos del patriarcado.
Enseguida, desde la Intendencia
salieron a calcular el “costo” de reparar los frentes de las casas
“vandalizados” por los graffitis. Será la Municipalidad quien los limpie. Al
gobierno local le tocaba también recibir el velado reproche de varios
periodistas por haber sido complacientes con el Encuentro. Del movimiento
económico que significaron las 70 mil mujeres llegadas a la ciudad, ni una
palabra. Nadie lo calculó. Y aunque no conviene difundir este tipo de iniciativas,
rápidamente quedó al descubierto la verdadera razón de la reacción orquestada.
Una página de facebook se creó “por la prohibición del 31 encuentro nacional de
mujeres autoconvocadas”. La foto del perfil dice “no al aborto, sí a la vida” y
en la portada se ve a una mujer pintando con un aerosol el piso frente a la
catedral. Si todo esto tiene un objetivo es justamente silenciar a las miles
que salen de sus casas, dejan su rutina, viajan muchas horas en un micro,
duermen en una escuela, sobre una bolsa de dormir, se abrazan con otras,
debaten y se transforman durante tres días. Para que nunca se escuche que son
miles de todo el país las que piden “aborto legal”, las que corren los límites
de lo tolerable en violencia machista hasta llegar a cero, las que también
saben que la autonomía sobre sus cuerpos y sus decisiones sólo es posible en un
marco de derechos.
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