Sola entre
las suyas, sola defendiendo lo que todavía no se animaban a defender las
otras mujeres. Madeleine Pelletier es el símbolo del feminismo más
avanzado que tuvo la llamada Tercera República francesa. Como las
organizaciones feministas del mil ochocientos aceptaban la maternidad
como una misión natural de la mujer, los derechos ganados venían
acompañados por infalibles comensales: un marido y varios hijos. No era
difícil entonces que dichas organizaciones se opusieran al celibato de
las maestras, claro que no lo hacían porque eso violentaba sus derechos
sino porque las “privaba de manera antinatural de su función esencial,
la maternidad”. En medio de tanta exaltación familiar, abnegación y
fervor Madeleine desmitificaba la idea de ser madre como la esencia
misma de la feminidad y la mostraba como lo que es, una opción.
Nació en París, dejó la escuela cuando era muy joven (su madre la
había anotado en un colegio de monjas) y se unió a un grupo anarquista.
Tiempo después rindió libre las materias del bachillerato y se anotó en
la Facultad de Medicina de París. Interesada en un primer momento en la
antropología, ¿quién iba a convencerla de que el tamaño del cráneo tenía
que ver con la inteligencia?, eligió luego psiquiatría pero la Academia
le impidió entrar y cursar en el pabellón. No iba a ser por mucho
tiempo, casi sin demoras organizó una exitosa campaña de prensa
(promovida a través del diario feminista La Fronde) que no sólo le
permitió entrar en la especialización sino que la convirtió en la
primera mujer que logró en Francia recibirse en aquel pabellón de
psiquiatría y en una de las primeras en trabajar en hospitales
estatales.Militante febril, colaboraba en revistas anarquistas de educación (L’Idée libre y Libertaire) y formaba parte de La Solidarité des Femmes, una revolucionaria organización feminista de la época. Influida por las mujeres inglesas del Hyde Park, edita y dirige La sufragista (representando en Francia a las mujeres que luchaban por el voto femenino). Fue además una de las fundadoras del Partido Socialista Francés y obviamente médica de la Cruz Roja durante la Primera Guerra Mundial. Cautivada por el comunismo viajó en 1921 a la Unión Soviética y escribió Mi aventurero viaje por la Rusia comunista —publicado primero como relato en La voz de la mujer y luego editado como libro—, donde no sólo describe su mirada de viajera, sino que cuenta que se aleja y se desilusiona del comunismo por el rol que la mujer tiene dentro del partido. Pero como su militancia no terminaba en esa desilusión, decidió volver a su primer amor, el anarquismo. Autora de algunas novelas y de una autobiografía La mujer virgen (1933), se unió a mediados de los años treinta a un grupo pacifista.
La mujer de pelo corto y pantalones, la soltera vestida con traje de
hombre, la que formó parte de la masonería y la que pregonaba los
ideales del neo-malthusianismo (un movimiento iniciado en Inglaterra que
publicitaba varios sistemas de anticoncepción, defendiendo el control
de natalidad y el aborto) rechazaba de cuajo convenciones burguesas y
trabajaba para modificar en lo cotidiano el tradicional lugar de la
madre esposa.
Médica, defensora de los derechos de las mujeres —concibiéndolas
como sujetos libres y autónomos, un concepto absolutamente minoritario
en la Europa de finales del siglo XIX—, militante de la educación sexual
y la planificación familiar, Madeleine realizaba abortos —gratuitos— y
defendía su legalización a través de sus exposiciones y libros como lo
hizo en La emancipación sexual de la mujer (1911), El derecho al aborto
(1913) y La educación feminista de las niñas (1914). Una defensa llevada
a la acción por la que la detuvieron y encarcelaron en abril de 1939, a
los sesenta y cuatro años. Murió el 29 de diciembre hemipléjica y
presa, aunque por estar enferma la cárcel se había camuflado en
hospital.Por Marisa Avigliano
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