Silvia Federici estuvo la semana pasada en Barcelona. Ella cree que hace falta un nuevo movimiento feminista, no necesariamente compuesto sólo por mujeres, que vuelva a poner en el centro los trabajos reproductivos. Tras Calibán y la bruja, la obra que la catapultó a la fama internacional, ahora publica Revolución en punto cero.
Federici nace en Parma, Italia, en 1942. Allí da sus primeros pasos en el activismo. En 1967 se traslada a Estados Unidos, donde participa activamente en el movimiento estudiantil, las movilizaciones contra la guerra de Vietnam, el movimiento por los derechos civiles y, sobre todo, el movimiento feminista. En los ochenta vive en Nigeria, dando clases en la Universidad de Port Harcourt y participando en organizaciones de mujeres en lucha contra las políticas de ajuste estructural. Hoy es profesora de Filosofía Política en la Universidad Hofstra de Long Island, Nueva York.Su pensamiento está poderosamente influido por el marxismo operaísta, si bien siempre ha sido crítica con los autores más relevantes del mismo como, por ejemplo, Toni Negri o Paolo Virno. Mientras ellos consideraban central la transformación tecnológica y el trabajo inmaterial, ella ha desarrollado su obra en torno al mecanismo de acumulación por desposesión desde una perspectiva de género.
Hablamos con ella mientras tomamos un café que, para su desgracia, no es un verdadero capuccino.
Sí, la deuda es un instrumento de gobierno, un instrumento de disciplina y un instrumento que instituye relaciones de clase disgregantes. Yo creo que este tercer aspecto de la economía de la deuda no ha sido suficientemente subrayado. Por ejemplo, Maurizio Lazzarato, en su trabajo La Fábrica del Hombre Endeudado, no destaca este aspecto. A lo que me refiero es a que, cada vez más, la deuda es una relación de clase en la que desaparece el trabajo, parece desaparecer la explotación (si bien la deuda es en sí un tremendo método de explotación) y desaparece la propia relación de clase porque instituye una relación individual con el capital, con la banca, en vez de una relación colectiva. Desaparece la cara reconocible del patrón, que ahora es el banco. Es un mecanismo que crea sentido de culpa en vez de empoderamiento.
Para mí ha sido muy importante entender cómo se pasa de una primera fase ligada a los planes de ajuste estructural, en la que la explotación se organiza a través de la deuda externa nacional, a una segunda etapa en la que el estado es sobrepasado y la deuda se convierte en una relación directa con la banca a través de la financiarización de la economía. La financiarización significa la crisis del modelo de estado del bienestar y supone que todo momento de reproducción es ya un momento de acumulación.
Las he conocido estos días. He podido ir a sus asambleas y me parece una experiencia muy interesante. Igual que la PAH no sólo lucha sólo contra la deuda hipotecaria sino también por el acceso a una vivienda digna, no basta estar contra la deuda. Liberarse de la deuda necesita un complemento: el acceso a los bienes comunes. Si eliminamos la deuda pero no se crean relaciones sociales diferentes, la deuda vuelve a aparecer. Luchar contra la deuda requiere luchar a favor de una sociedad no mercantilizada.
Eso es. A partir del movimiento antiglobalización hemos extendido el discurso sobre los bienes comunes como discurso antagonista al desmantelamiento del estado de bienestar. Entendimos que la lucha no debe limitarse a defender el mantenimiento de los actuales servicios públicos. El sistema del welfare de las décadas pasadas es profundamente discriminatorio. Fue pensado para reforzar la ética del trabajo, la ética de la explotación. Por ejemplo, el trabajo doméstico queda excluido del tipo de garantías que ofrecía el estado del bienestar. Ha sido ideado como complemento de la explotación salarial, no como garantía de derechos independientes del empleo. Las luchas contra la privatización tienen que ir más allá de la simple defensa de los servicios públicos: deben defender lo común. Porque lo público no es común, lo público es una forma de privatización en la que el propietario es el estado, que nosotros no controlamos.
Todo el discurso de Marx sobre la reproducción de la clase obrera es completamente naturalista. No ve la procreación como un terreno de lucha. No se da cuenta de que, en la sociedad capitalista, hombres y mujeres tienen intereses diferentes. Las mujeres tienen intereses específicos, existe una relación específica de explotación entre las mujeres y el estado, entre las mujeres y el capital. Marx afirma que el capital “deja en manos de la naturaleza” la reproducción. Naturaliza un proceso que, en realidad, siempre ha estado en el centro.
¿No es un proceso natural, sino una relación de clase?
Sí. Una relación de clase porque el capital trata de apropiarse del cuerpo de las mujeres y transformarlo en una máquina para producir las nuevas generaciones de trabajadores. Por eso los que mandan tienen tanto interés en regular la natalidad. ¿Por qué, si no, tienen tanto interés en condicionar la capacidad de las mujeres para decidir cuándo quieren parir? No estamos hablando del pasado, basta ver la reforma de la ley de aborto del PP. Las reformas de la ley del aborto se acompañan de procesos de esterilización forzosa en otras partes del mundo, gestionadas por el Banco Mundial, las agencias internacionales… Existe un interés internacional para impedir que las mujeres puedan decidir. Lo último es la obsesión por encontrar medios reproductivos de laboratorio; intentos que parecen de ciencia ficción de hacer nacer in vitro a personas sin necesidad de una madre. El cuerpo de las mujeres es la gran barrera que el capital no ha sido capaz de superar.
Exacto, pedir “renta para todos” desdibuja el derecho a una renta por el trabajo doméstico. Extiende un velo y dice “todos somos iguales”, relegando la reivindicación específica de las mujeres.
Cuando hablamos de las luchas ligadas a la reproducción nos encontramos con el problema de que no hay un instrumento equivalente a lo que para el movimiento obrero ha sido la huelga.
Este es un tema crucial que, sin embargo, apenas ha sido desarrollado por el feminismo. Ha habido voces, sobre todo en Italia y España desde los años 70, que han dicho “no hay huelga general si las mujeres ese día deben trabajar igual” o “si el trabajo reproductivo se para, toda la sociedad se detiene”. Pero no ha ido más allá de las declaraciones. Sí que ha habido luchas en sectores de trabajo feminizados que han planteado esto, por ejemplo las enfermeras. No se pueden aplicar a los trabajos de cuidados los mismos eslóganes que al trabajo productivo. Cuando nos dicen “si rechazas los trabajos reproductivos te niegas a cuidar de tus seres queridos” en realidad nos dicen que tenemos que aceptar nuestra explotación y la del resto.
El punto de partida es constatar que en el trabajo reproductivo contiene dos planos: la reproducción de la vida y la reproducción del capital. Estos dos procesos imbricados entre sí deben ser separados. La lucha empieza por separar ambos aspectos, comprobar que no se puede hablar del rechazo total del trabajo reproductivo. Hay que aprender a separar la reproducción para el mercado de trabajo de la reproducción fuera del mercado de trabajo o, incluso, contra el mercado de trabajo. El capitalismo ha subsumido estos dos aspectos y yo creo que es fundamental desgajarlos.
La alternativa que ofrece el mercado a las mujeres de clase media o alta que rechazan los trabajos reproductivos es que otras mujeres, normalmente migrantes, los hagan por ellas.
Esto tiene relación con un tipo de feminismo creado en los años 80 para desactivar los aspectos subversivos que contenía el feminismo. Lo han domesticado y parte de esta domesticación ha sido equiparar la emancipación de la mujer al éxito laboral, siendo para ello necesaria la reorganización de los trabajos reproductivos, que recaen en las mujeres expropiadas de África, América Latina, etc. Aunque ciertamente, en estas nuevas dinámicas se han creado movimientos muy interesantes como las organizaciones internacionales de trabajadoras domésticas asalariadas que han dado continuidad a la reivindicación de un salario digno para las trabajadoras domésticas. Es decir, han continuado aquellas luchas que las feministas europeas habían abandonado. Esa nueva realidad de millones de mujeres que hacen trabajo doméstico asalariado plantea nuevas formas de organización y nuevos retos. El mayor de todos pasa por unir en una misma lucha a quien realiza labores domésticas pagadas y a quien las realiza sin cobrar por ello.
Las conclusiones de todo ello son varias. Uno: que el capitalismo es un sistema que debe ser abolido porque es un sistema que debe desvalorizar los trabajos reproductivos. Dos: que el proceso de lucha debe ser ante todo un proceso de reorganización de estas tareas en el sentido de eliminar el sentido capitalista de la reproducción. Debemos crear una nueva forma de cooperar, de habitar, de urbanizar, de cocinar, de compartir el barrio… Y tres: yo hablo siempre de la revolución feminista inacabada. Hace falta un nuevo movimiento feminista, no necesariamente sólo de mujeres, que vuelva a poner en el centro los trabajos reproductivos.
Fuente: http://www.playgroundmag.net
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