Maira Jalil se reinventó como Tita Print. Sentía
que su nombre estaba manchado por la Justicia. Ella denunció que su hija, ahora
de seis años, fue abusada sexualmente por su progenitor. Pero obligaban a la
niña a seguir con las visitas hasta que ella decidió frenarlas, cueste lo que
cueste, y la procesaron por impedimento de contacto. Tita es una de las muchas
mamás que se nombran como protectoras, aunque eligió un propio camino para
luchar a través de la felicidad y no enfermarse de tristeza. Lidera su propio
grupo de cumbia, toca el keytar y acaba de lanzar su primer disco Encuéntrate.
Aunque tengo montones de amores tengo tu perra locura mordiéndome los talones –canta Tita Print. Canta y agita las manos. Canta y las piernas marchan. Canta y las caderas empujan el aire que desaira a los costados. Canta y repite amor, amor, amor. Canta y el canto al amor, al cuerpo, a la música hace de ella su voz aullando por no desvanecer ante los arrebatos. Canta y reprocha. Canta y no llora. Canta y toca el keytar, mitad piano, mitad guitarra, colgado como un instrumento gigante y poderoso sobre su cuerpo pequeño y aguerrido. Canta y se reinventa hasta el nombre. Canta y no entrega ni la palabra amor. Ni el cuerpo. Canta y el amor se agita desde sus manos en alto. El pelo ondulado se le amontona al costado. Los shorts la calzan sin engatuzarla. El Gauchito Gil la protege, desde su propia fe, en la camisa que le cuida las espaldas. La parranda se hace lugar entre las palabras que aúllan la irreverencia de la alegría desafiante como el cuerpo que se aquieta para cadererar de nuevo, con más ímpetu que nunca, cuando el sonido recomienza. La cumbia –nena– no permite rendirse.
–Deja de llorar, levanta, ponte a bailar que todos los corazones van
guardando sufrimiento, hay que encontrar la forma de poder ser feliz para poder
revivir –canta y el cuerpo se mueve por la pasión de la inercia cumbiera con
repiqueteos que saltan el cuerpo desdomado de la sedación de la inercia. Nada
permanece quieto cuando la cumbia enciende la esperanza de la piel despabilada
de la pasividad del miedo. Las manos arriba y arriba, arriba, arriba, como un
eco de huellas dactilares que huyen de la tinta pringosa de la Justicia
deshilvanada en burocracia.
Maira Jalil tiene 36 años. A los 33 años enterró su propio nombre
ahogado en los expedientes judiciales que la incriminan por el delito de
impedimento de contacto y que ella defiende como una Robin Hood que no reparte
panes en el bosque sino resguardos donde la ley es el miedo. Su hija R. tiene
seis años. Maira Jalil denunció que fue abusada por su progenitor. Pero la
Justicia la obligaba a seguir revinculándonse con su papá. Hasta que un día
Maira decidió poner el cuerpo ella y no su hija. Con las fojas anudadas sobre
su cuello decidió no sólo poner el cuerpo por su hija en tribunales, también
ponerlo en el escenario. Así optó por rebautizarse Tita Print y hacer cumbia
como forma de lucha para ser feliz. La pelea contra la violencia de género y el
abuso sexual es cuerpo a cuerpo. Pero no desde cuerpos vencidos. Con las manos
arriba, el dolor impregnado en la rabia y el desconsuelo sepultado por la furia
reconvertida en alegría, Tita Print presenta su primer disco Encuéntrate. Tita
toca el keytar que, en Argentina, es conocido por ser el instrumento emblema de
Pablo Lescano, ex líder de Damas Gratis. Ser dama no le salió gratis a Tita. Y
por eso le sube el precio a la posibilidad de tomar las riendas y ponerle el
pecho a la música. “Es un elemento de lucha, para plantarse firme. En la cumbia
en general las mujeres solamente cantan, y el controlador es algo de varones.
Así que yo dije: voy a tomar el control”, explica.
Ella lidera una banda compuesta por nueve músicos que hacen sonar la
trompeta, el trombón, las congas, el timbal, el güiro, dos guitarras, el bajo eléctrico
y también a la fuerza rapera de Moskito. La cumbia se puede volver salsa,
reggae, reaggeton o hip-hop. Pero nunca dejar aplastarse en la silla.
“Ante el dolor muchas veces te paralizás y yo pude usarlo de motor para
armar mi banda y grabar un disco. No es ni siquiera que no estoy triste en el
cotidiano porque lo que me pasa es muy grave y lo que le pasa a mi hija más y
lo veo en profundidad. Pero no me pasa a mí porque tengo mala suerte. El abuso
sexual está silenciado, las mamás que denunciamos estamos silenciadas y en esa
desesperación las mamás se enferman. Y enfermarse a veces es que no tenés más
vida. En cambio, ya el ritmo de la cumbia invita a seguir caminando, no a
sentarse y llorar”, desafía Tita Print a una lucha activa, con las piernas y manos
arriba.
¿Cómo decidiste que tu lucha contra el abuso sexual
fuera a través de la cumbia?
–Las mamás nos aterrorizamos viendo cómo a otras mamás (como Andrea
Vásquez) les sacaron a sus hijos. Las mamás se enferman porque es una situación
tremenda. Es vivir todo el tiempo con el terror de que tu hijo sea abusado.
Esta situación se cobra la vida de nuestros hijos y nuestra vida. Yo no quiero
mirar para atrás y darme cuenta de que si logré que mi hija no fuera
revictimizada en un abuso sexual, igualmente, nos arruinaron la vida y no
fuimos felices. Hay mamás de mi edad que tienen cáncer. Mi discurso cuando toco
es “luchemos, pero que no nos roben la alegría”. Luchar está bueno, pero hay
que encontrar la manera, también, de ser feliz. A las mamás nos pasa algo que
pone en riesgo lo que más queremos y tenemos el común denominador de que
queremos a nuestros hijos y que nuestros hijos nos contaron lo que vivieron. Es
un valor ser valientes y enfrentar la situación.
¿Cómo hiciste para llegar a decidirte por esta
forma de lucha feliz?
–Sublimé. Estuve deprimida, entristecida, pensaba que la vida no valía
más la pena. Y pasé por situaciones de angustia súper profundas. No es que no
me entran balas.
¿Cómo saliste?
–Con la música. Por suerte yo tengo ese lenguaje y esa posibilidad de
expresión y pude transformar el dolor. En una de las letras canto: “El bravo
mar de mis emociones revuelve el odio y el odio se convierte en mil canciones”.
Yo pude por suerte. Una cuando se deprime no quiere hacer nada. O no comés o te
ponés gorda como una foca.
¿Y qué te dio la energía de la cumbia?
–Yo soy de familia cumbiera porque mi familia es del Bajo Flores, donde
se escucha mucho la cumbia norteña. Toda mi vida escuché mucha cumbia norteña
pero, después, la vida me llevó –en la adolescencia– a ser rockera. Hice la
carrera en la Escuela de Música Popular de Avellaneda y toqué mucho música
latinoamericana. Hice coros y toqué el acordeón en el disco de Axel y toqué el
piano y canté en Las Blacanblus. Pero la cumbia es algo que me acompaña muy
genuinamente desde que nací y cuando decidí arrancar con mi proyecto solista de
Tita Print me di cuenta de que tenía que preservar una parte mía y que tenía
que agarrar todo lo bueno y positivo que tengo. Necesito rescatar la garra para
atravesar las tristezas bailando.
¿Por qué te cambiaste el nombre?
–En el juzgado mi nombre era usado para decir barbaridades. Mi nombre ya
no era mi nombre. Las cartas documento con mi nombre me daban rechazo. El
nombre de una empieza a tener otros usos. Sentí que tenía que proteger mi
esencia y guardar en Tita Print el tesoro de mis cosas más valiosas.
¿Por qué elegiste Tita Print?
–A mí me venían diciendo Tita y Print es por imprimir a Tita. Imprimir
esa parte de mí que es valiente, positiva, que lucha y baila. Así nació Tita
Print. Y la cumbia era lo más genuino que había aprendido de la cuna y además
tiene esa magia de transitar la tristeza bailando. Ya el ritmo invita a seguir
caminando, no a sentarse y llorar.
Los abusos muchas veces hostigan a las mujeres y niñas
en la posibilidad de disfrutar el cuerpo. ¿La cumbia implica la rebelión de no
dejarse arrebatar la sensualidad?
–Yo, en general, toco con zapatillas y con una camisa. No es que estoy
en top. Yo planteo una belleza desde el empoderamiento y con un instrumento
(keytar) que sólo tocan los hombres porque es un instrumento re poronga. Yo fui
la villa 11-14 a tocar y las nenitas no podían creer que fuera una mujer la que
estuviera tocando ese instrumento. Me siento una mujer bella que a veces me
quiero arreglar y, a veces, estoy en jogging y a veces en lentejuelas, pero
quiero trasmitir la belleza del empoderamiento. Igual el tema del abuso no
tiene nada que ver con la feminidad. Trato de que no me condicione ni
condicionar a mi hija por esta situación.
¿Es difícil meterte con la cumbia que es un
ambiente machista?
–La cumbia sola no, la música y la sociedad son machistas y en la cumbia
se ve reflejado, pero está bueno el desafío y mover. Yo siento que no nos queda
otra que luchar. Por suerte.
¿Qué les puede aportar Tita Print a las madres
protectoras que deciden denunciar el abuso de sus hijas e hijos?
–No queremos hacer grupos de autoayuda para regocijarnos en que otra
está peor. La unión tiene que ser porque estamos luchando por algo que es re
noble y nos tenemos que poder regalar ser felices.
Madres protectoras silenciadas y perseguidas
Tita Print le pone la voz y el cuerpo a un problema que está, por ahora,
en un callejón sin salida a la vista para la Justicia: las niñas pequeñas que,
en este momento, le cuentan a su mamá que son abusadas por sus progenitores y
no sufrieron al punto del acceso carnal o poder demostrar lesiones físicas. No
hay una muestra genética para comprobar el abuso sin peros de la parte acusada.
La prueba es la palabra de la niña o el niño. La palabra está en acción porque
las niñas son enseñadas por la escuela y sus madres a cuidarse de que nadie las
toque en sus zonas íntimas. Y, además, porque hay madres dispuestas a escuchar
a una hija con síntomas o con palabras explícitas sobre un abuso. Pero la
palabra es puesta en jaque por la sospecha –explícita o implícita– del Síndrome
de Alienación Parental (SAP), que quiere decir, en criollo, que ante las
denuncias lo primero que se sospecha es que la mamá le llenó la cabeza a su
hija para que denuncie a su papá. La Justicia, entonces, responde con la nariz
fruncida ante la madre denunciante, con la revictimización de las pequeñas
víctimas y no sólo con la impunidad penal sino con la amenaza latente –o
concreta– de que la niña tiene que volver a ver o a encontrarse con quien ya
contó que la abusaba. ¿Qué hacen las madres? ¿Qué deberían hacer? ¿Hacer caso a
la Justicia que no les cree a sus hijas? ¿Confiar más en un tribunal que en la
palabra de sus niñas? ¿Dejar ver a sus hijas con la persona a la que le tienen
miedo? Tita Print dejó que R. volviera a ver a su progenitor hasta que sintió
que la nena que volvía no era la misma que la que se iba. Pero el precio de su
decisión es alto. Ahora está procesada por impedimento de contacto.
El representante legal de R. es el abogado Juan Pablo Gallego, el que
llevó a cabo el proceso que encarceló al cura Julio César Grassi por abuso de
dos chicos y autor del libro Niñez maltratada y violencia de género, y él
enmarca: “El caso de la niña R. muestra un verdadero laberinto judicial, en
cuyo marco lo único que no se hace es oír a la niña, como lo venimos exigiendo,
incluso acompañados de un notario. La respuesta del juzgado civil es que no la
van a recibir a la niña y que lo que deciden es vincularla contra su voluntad
con su progenitor y su abuela paterna. Es un claro avasallamiento a los derechos
de la niña, con violación del artículo 12 de la Convención de Derechos del
Niño. Las cosas no terminan allí. Silenciada la menor, y pese a que existe una
investigación penal por posible abuso sexual de la niña, se criminaliza a su
mamá y se la pretende elevar a juicio oral por Impedimento de Contacto (ley
24.270) pese a que su conducta, lejos ha estado de ser obstructiva, sino
dirigida a cumplir su obligación legal de proteger a la niña. El juicio oral
por impedimento de contacto es impulsado por el Juzgado Correccional Nº 13 de
la Justicia Nacional. Paralelamente, el juez Diego Iparaguirre, titular del
Juzgado Nacional Civil Nº 7, que debiera tutelar a la menor, ignora las
denuncias de violencia y los relatos de la niña que indican a su padre en situaciones
abusivas e impulsa una revinculación forzosa a todas luces contraria al interés
superior de la niña. En las condiciones descriptas, la niña está en un estado
de grave indefensión ante el desconocimiento palmario de sus derechos”.
Tita Print estuvo en pareja sólo diez meses con el padre de su hija. Se
separó porque fue víctima de violencia. “Era adicto a la cocaína y al alcohol.
No sabía que se drogaba. Me quise quedar para ayudarlo y fue lo peor que pude
hacer. Fue una convivencia que estuvo sumergida en la violencia de género. Me
la hizo pasar tremendamente mal”, relata. “Yo decidí separarme y ya separados
él tenía un régimen de visitas en un pelotero. El venía con toda la nariz
ensangrentada y se quería llevar a R. Ahí, cuando mi hija estaba en peligro y
no daba para más, es que yo hago la denuncia. El tenía que estar, por orden
judicial, acompañado por su mamá en las visitas. R. viene de las visitas a los
dos años, casi tres, y ella relata que él la echaba a la abuela. Un sábado
vuelve del encuentro. Se pone en el marco de la puerta, se hace una bolita. Yo
vivía con mi mamá, todavía, y le decimos: “¿Qué te pasa?” y nos contesta: “No
te puedo decir, es un secreto”. Ahora uno más uno es dos, pero, en ese momento
una no piensa, yo creía que si era adicto y se mejoraba estaba bueno que la
viera. Al rato se tapa la boca con las manos y empieza a decir como en susurros
“putita, putita, putita” como compulsivamente. Le pregunto: “¿Qué estas
haciendo?” y me contesta: “Un secreto”. “¿Quien te dijo ese secreto?”, le
pregunto. Y me dice: “Papá”. Al otro día la baño y le digo “Nadie te tiene que
tocar salvo que la abuela o mamá te estamos bañando”. Ella se enoja y me dice:
“Papá si y yo me tengo que tocar hondo, hondo, hondo”. Hice la denuncia en la
Oficina de Violencia Doméstica (OVD) y me dan un mes de prohibición de
acercamiento. Si vos tenés una denuncia de violencia piensan que es mentira el
abuso. Está instalado en la Justicia el prejuicio de que las mujeres somos
capaces de hacer denuncias por despecho. Cuando hacés la denuncia por abuso sos
tratada como una mentirosa y la mayoría de las denuncias por abuso son ciertas.
Es un prejuicio muy profundo que tiene que ver con los reclamos de Ni Una Menos
sobre cómo somos miradas las mujeres a la hora de ir a declarar con una mirada
completamente machista y misógina”, define Tita Print.
¿Cómo fue cuando la obligan a revincularse con el
progenitor denunciado?
–Me dijeron “¿Qué quiere que les digamos, que el
padre murió?”. Te corren. Vos decís que la lastimó. Y en el juzgado te dicen
“Para eso está la asistente social” y la asistente social te dice: “Yo no soy
un superhéroe, hay un margen de error”. Y la que garpa es la nena. Mi hija
venía diciendo: “Papá me dice que del secreto me tengo que olvidar”. Se hacía
pis y ni registraba nada mirando al infinito, babeando. Me di cuenta de que se
estaba enloqueciendo. Yo siempre quise que mi hija tuviera a su papá. Pero ver
sufrir así a una hija y tener que mandarla de carne de cañón y verla volver
rota no era tolerable. Tuve que elegir si defender a mi hija de verdad o no. Si
no lo ve el juez es su tema. Pero yo no puedo hacer como que no lo veo.
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