Hace pocos días, el diario Clarín pretendía contar la historia de una
madre de seis hijos. Pero lo hizo desde una perspectiva sesgada, aplicando un
discurso estereotipado que aún se replica en la vida cotidiana doméstica y
laboral. Mariana Carbajal analiza el caso como un adelanto del Seminario
Periodismo, Género, Sociedad que dictará en Anfibia junto a Eleonor Faur.
Hace pocos días, el diario
Clarín destacó la historia de una joven que tuvo dos veces trillizos. “La supermamá de Lanús”. Así llamó a Andrea Pereyra, una mujer de 27 años, que
enfrentó la maternidad por primera vez a los 16 y ocho meses después volvía
a quedar embarazada. En las dos oportunidades de trillizos: cinco varones y una
niña.
El artículo está
plagado de estereotipos de género y prejuicios. Cuenta que la única niña de la
prole, de 11 años, está atenta a que sus cincos hermanos varones no se lastimen
entre sí. Para el diario, la pequeña muestra tener “un gran instinto maternal”.
La crónica destaca que entre los hijos arman un equipo de “fútbol 5 con
una porrista”. El relato gira en torno a anécdotas -menores- que ilustran la
cotidianeidad familiar: cuántas fuentes de patitas de pollo hay que preparar
para el almuerzo; cómo se traslada la familia de un lado a otro; qué sucede
cuando a los chicos los separan en los grupos escolares. Apenas, y con un dejo
de humor, se recupera la confesión de que “a veces te vuelven loca”. Pero todo
empieza y termina como una historia de “esfuerzo y amor”.
A lo largo del artículo no
hay ninguna reflexión sobre la edad –apenas 16 años—en que quedó embarazada por
primera vez la “supermamá”. ¿Estaba escolarizada? ¿Había accedido a información
sobre cómo prevenir un embarazo en la adolescencia? ¿Fueron embarazos deseados
y elegidos? ¿Tuvo oportunidad de optar por otro proyecto que la maternidad?
Responder estas preguntas nos mostraría la historia de Andrea Pereyra desde
otro enfoque, un enfoque de derechos. Pero Clarín prefiere la imagen de la
heroína, de la maternidad como destino ineludible para una mujer.
¿Cómo podemos abordar la
historia de Andrea Pereyra desde una óptica de derechos sin perder rigor
informativo? ¿Cómo mirarla desde una perspectiva de género?
El artículo pone el foco en
el “esfuerzo y el amor”, como pilares centrales de la relación entre la madre y
sus hijos. Ni se detiene en la edad que tenía Andrea Pereyra cuando dio a luz
ni pone la lupa en las posibilidades que tuvo para finalizar el secundario, ni
en cómo se las arregla para vivir, a cargo del hogar con su único ingreso como
empleada doméstica, mientras lucha para recuperar la cobranza de la Asignación
Universal por Hijo. Esa información apenas se desliza, cuando lo hace. “Yo
crecí con ellos”, señala la mamá. Ese texto, que podría ser dicho por muchas de
nosotras, en este caso, puede tener otros sentidos, pero apenas se enuncian.
Fiel a los designios de
género que suponen a las mujeres –ante todo- como madres, el relato avanza
omitiendo toda lectura de género y cualquier atisbo de perspectiva social.
Desconocemos, en verdad, cualquier información sobre el contexto socioeconómico
en el cual transcurre los días esta singular familia. No nos queda más que
adivinar cuáles son los malabares que desarrolla de forma cotidiana esta joven
mamá multípara. La impronta maternalista parece teñir cualquier interrogante. O
responderlo a media lengua, mucho antes de ser enunciado.
El maternalismo no es una
novedad en la sociedad argentina. Tampoco lo es en los medios de comunicación.
A pesar de las profundas transformaciones sociales, de la participación
política y económica de las mujeres, de la importante proporción de hogares con
jefatura femenina; a pesar de la ley de matrimonio igualitario, e incluso de la
posibilidad de elegir la identidad de género, las madres siguen siendo narradas
como personas “naturalmente” incondicionales y abnegadas.
En este caso, el mensaje es
acotado y sesgado. Presume la “naturalidad” como parte central de la
maternidad, el afecto como una disposición que “todo lo puede” y, en última
instancia, la reificación de la mujer, con atributos heroicos (“la supermamá”),
que armada de humor e infinita paciencia logra sostener a sus seis hijos.
Discursos que hacen parte
de la vida cotidiana en familias y en empresas, perspectivas que todavía
sustentan buena parte de las políticas sociales. Formatos que, aún en el
siglo XXI, se siguen multiplicando en “el gran diario argentino”. (...)
Fragmento de un texto de Marie Langer:
eso que llaman instinto maternal
eso que llaman instinto maternal
... “el amor en más” (L’amour en plus) de Elizabeth
Badinter, que demuestra que no siempre bastaba, tener hijos, para despertar al
instinto y amor maternal. Ella describe, como, desde el siglo XVII en delante,
hasta bien entrado el siglo pasado, la población urbana francesa solía
desembarazarse de sus recién nacidos mandándolos al campo, al cuidado de amas
de leche campesinas. El resultado fue una mortalidad infantil enorme y una baja
preocupante a la larga, para los gobernantes, del índice de aumento de la
población. Demuestra la autora, a través de su libro, como las madres de
entonces carecían totalmente de “instinto maternal”, pero también, como éste
fue creado, “el amor forzado” lo llama Badinter, con el tiempo por el desarrollo
de una filosofía y moral impuesta. Fue Rousseau, quien inventó a través de la
pareja ideal, Emile y Sofie, a la mujer suave, indefensa, de inteligencia
práctica y dedicada totalmente a la atención del esposo y a la crianza de sus
hijos. Sostiene que Freud y sus seguidores, especialmente Helene Deutsch,
Melanie Klein y Winnicott, serían los últimos herederos de la ideología
roussoniana. Predice una época nueva, en la cual ya no toda la responsabilidad
para la crianza y salud mental de los hijos, recaiga sobre la madre, sino donde
se estaría despertando el “instinto paterno”. Daré como ejemplo el éxito de
taquilla que obtuvo, unos años atrás la película Kramer vs. Kramer como también
una nueva modalidad en los divorcios. Hay madres que deciden “hacer su vida” y
padres que eligen quedarse con los hijos.”
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