viernes, 2 de agosto de 2013

Fragmento de Dicha, un cuento de Katherine Mansfield*



    “(…) ¿Qué se puede hacer si uno tiene treinta años y, al doblar la esquina de la propia calle, se ve repentinamente invadido por una sensación de dicha… de dicha absoluta!… como si de pronto se hubiera tragado uno un brillante trozo de ese sol del crepúsculo y le estuviera quemando el pecho, esparciendo una lluvia de chispas en cada partícula, en cada dedo de la mano y del pie?...
     Oh, ¿acaso no hay modo de expresarlo sin que a uno lo acusen de estar “en estado de ebriedad o extrema agitación?”. ¡Qué estúpida es la civilización! ¿Para qué se nos da un cuerpo si hay que mantenerlo encerrado en un estuche como si fuera un violín único y valioso?
(…)
     El comedor estaba sombrío y bastante helado. Pero de todos modos Bertha se despojó del abrigo, no podía tolerar ni un momento más la sensación de sentirse oprimida, y el aire frío cayó sobre sus brazos.
     Pero en su pecho subsistía aún ese lugar brillante y reluciente –esa lluvia de chispas que emergía de su interior. Era casi intolerable. Apenas si se atrevía a respirar por temor de avivar el fuego, y sin embargo respiraba profunda, profundamente. Apenas si se atrevía a mirarse en el frío espejo… pero se miró, y el espejo le devolvió una mujer radiante, de labios sonrientes y temblorosos, ojos grandes y oscuros y un aire de estar a la escucha, a la espera de que sucediera algo… divino… algo que ella sabía que sucedería… infaliblemente.”.





*Del libro Dicha y otros cuentos. Publicado en Argentina en 1980, por el Centro Editor de América Latina



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