Entre la construcción de la propia imagen y la revisión del pasado, Muy
lejos de Kensington muestra la mejor versión de Spark, una escritora
fundamental que no sólo cuenta buenas historias, sino que se aleja de
los estereotipos femeninos para generar complicidad con sus lectores.
Muy lejos de Kensington
La Bestia Equilátera
254 páginas
Traducción de Maribel de Juan Guyatt
Muriel Spark es una de esas escritoras imprescindibles, con una obra
sólida que atraviesa el siglo XX (nació en 1918 y murió en 2006, a los
ochenta y ocho años), y que siempre cumple: escribe muy bien y cuenta
historias que motivan a seguir y seguir leyéndola. Después de Memento
mori, Los encubridores y La intromisión, todos editados por La Bestia
Equilátera, editorial independiente que la relanzó después de años de
injusto olvido, es el turno de Muy lejos de Kensington, una novela ágil,
fresca, divertida, ingeniosa. Narrada por la ácida e insomne señora
Hawkins (alter ego de la autora), la historia se centra en la vida
cotidiana en una pensión londinense de la década del ’50 y en la
psicología de los personajes que la habitan, como si se tratara de una
familia ensamblada disfuncional, pero cómplice: una costurera polaca
paranoica y fácil de influenciar, un matrimonio silencioso, Milly, la
dueña y administradora, y William, un estudiante de Medicina, secundan a
Hawkins, una viuda de guerra joven, de 28 años, que luego de la muerte
de su esposo tuvo que empezar de nuevo y se convirtió en editora y
asistente. Hawkins es también una mujer gorda que no aparenta la edad
que tiene sino algunos años más, y sus percepciones, conscientes de
esto, alcanzan una sutileza y una sinceridad a prueba de prejuicios,
como cuando aclara que gracias a su “musculatura fuerte, con un busto
inmenso, caderas anchas, fornidas y largas piernas, vientre abultado y
trasero gordo” consigue que la gente confíe ciegamente en ella: “Yo
tenía un aspecto cómodo. Más adelante, cuando decidí ser delgada, noté
inmediatamente que la gente no me contaba tanto sus pensamientos, ni los
hombres, ni las mujeres”.
La historia de Hawkins tiene varios niveles que se imbrican: la
relación de ella con su pasado (el pasaje en que narra cómo conoció a su
marido y sus breves encuentros con él durante la guerra es imperdible) y
cómo consigue reinventarse física y afectivamente (decide bajar de peso
en secreto); sus juicios literarios ante jefes aprovechadores y
escritores oportunistas sin talento; y sobre todo los vínculos que
establece en la pensión, que dan pie a una intriga pseudo policial en
torno de una serie de mensajes anónimos que recibe Wanda, la costurera
polaca, y una seguidilla de equívocos, con prácticas radiofónicas
sospechosas y una muerte incluida. Pero de todos esos niveles, lo que
importa es cómo el personaje se hace fuerte a través de la experiencia y
la autocrítica: la señora Hawkins transmite seguridad hasta cuando se
muestra más vulnerable, y es intuitiva, pero también solidaria,
infalible y tozuda.
Parte del encanto de Muy lejos de Kensington reside en que está
apuntalada por una serie de consejos que se ofrecen “gratis con el costo
del libro”. Esa cercanía de Spark con sus lectores alcanza grandes
momentos (“aconsejo a cualquiera que vaya a casarse que, antes de
hacerlo, vea a su pareja cuando está borracho”), que avivan un eco que
permanece después de la lectura. En la novela hay claves para
concentrarse (conseguir un gato), para bajar de peso (comiendo todo,
pero la mitad), para conseguir trabajo, y para empezar a escribir, como
si la literatura también pudiera ser útil para vivir mejor.
Sin caer en sofisticaciones innecesarias y a la vez con un uso
poderoso de la observación, Spark nunca quiere demostrar algo que no es.
Eso se agradece, esa sinceridad de sus personajes, entre la complicidad
y la confesión. Da la impresión de que toda su maestría está ahí, a la
vista de quien quiera disfrutar de leerla.
Por Malena Rey
http://www.pagina12.com.ar/diario/suplementos/las12/13-7502-2012-09-15.html
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