viernes, 16 de diciembre de 2016

Griselda Gambaro: "La libertad no hace daño"


"Los que reniegan de la política son más políticos que los otros, más perversos" dirá en esta conversación la dramaturga y escritora argentina a sus 88 años. "Para un escritor lo más importante que uno puede hacer en la vida es escribir".


Por Luciano Lamberti.
Griselda Gambaro nació en 1928, en Buenos Aires. Autora narrativa de gran trayectoria, proclamada dramaturga, se exilió en Barcelona en 1977 a raíz de la censura de su novela Ganarse la muerte en un decreto que la definía como "contraria a la institución familiar y al orden social". Participó del teatro abierto con obras que analizaban los dilemas políticos desde las relaciones interpersonales, y es merecedora de muchísimos premios nacionales e internacionales. En el 2005 fue la primera mujer en inaugurar la feria del libro de Buenos Aires.
En la siguiente conversación telefónica hablamos a raíz de la publicación de sus Relatos Reunidos en Alfaguara.

―Quería preguntarle acerca de sus orígenes. Sé que su familia era humilde y no, digamos, culta.
―No, eran de origen inmigrante como tantas familias en ese momento, del barrio de La Boca. Eran realmente muy humildes de condición. Mi padre hizo varios trabajos, pintor de paredes, viajó al Brasil como marinero en un barco de cabotaje. Y mi madre era ama de casa, mucho más no pudo hacer con cinco hijos.
―¿Y en qué momento empieza a escribir?
―Yo creo que siempre tuve una inclinación ciega, inconsciente, desde muy chiquita, al acto de escribir. En la escuela primaria la composición para el acto de despedida era siempre la mía, lo mismo me pasó en el colegio secundario. Así que bueno, aún sin saberlo de manera consciente había una inclinación fuerte hacia la escritura.
―¿Recuerda cuál fue el primer cuento que escribió?
―No, no recuerdo. Lo habré roto. Escribí cuando era muy joven un libro de cuentos, pagado por mis amigos, pero después lo saqué de mi bibliografía. Creo que había alguna punta pero muy lejana. Recuerdo con mucha gratitud en una revista de tipo femenino, creo que se llamaba Maribel, hablando de que en ese librito había posibilidades de que hubiera una escritora en ciernes. Fue un aliento importante. Pasaron diez años antes de que volviera a publicar. En el medio leí muchísimo. Escribí un libro que se llamaba Madrigal en la ciudad, lo mandé al Fondo Nacional de las Artes y el premio era la publicación. El estilo todavía mostraba influencias, pero no es un libro que me avergüence aunque nunca quise volver a editarlo. Después publiqué Una felicidad con menos pena, que tuvo una mención en un concurso de Primera Plana y Sudamericana, donde estaba Gabriel García Márquez como jurado, que también me alentó mucho. Y un tercero que se llamaba Nada que ver. Recién después vino Ganarse la muerte que fue la novela prohibida por la dictadura.
―¿En qué momento se acerca al teatro?
―Me acerco porque más que verlo, había leído mucho teatro. Uno de mis libros, que se llamó El desatino, premio Emecé, era una serie de cuentos y dos novelas cortas. En un momento pensé que esos temas podían ser interesantes para llevarlos al teatro. Y bueno, hice no una adaptación de la novela ―porque suprimí personajes, agregué personajes, cambié también el final― pero sí que de ahí surgió Las paredes, que fue mi primera pieza de teatro.
―Ante una idea, ¿usted ya sabe a qué género pertenece?
―Sí, lo sé. Tal vez no tanto cuando empecé a escribir. Porque recuerdo, por ejemplo, una pieza de teatro ―Los siameses―, que fue mi tercera pieza; la empecé como una novela, pero escribí doce páginas y me di cuenta que no, que ganaría si la pasaba de género. Pero eso me pasó al principio. Después ya supe con mucha certeza que una idea o una imagen es para una novela, un cuento, o una pieza de teatro.
―Y al publicar estos Cuentos Reunidos, ¿los releyó, los corrigió, les hizo modificaciones?
―Sí, un libro de ese tipo siempre se arma. Se organiza, mejor dicho. Hay una especie de ritmo interno que tiene que tener un libro y uno no sabría precisarlo racionalmente, pero que de cualquier modo existe y hay que respetar ese ritmo, ese fluir de los cuentos que tienen que ser de determinada manera y contar determinadas cosas. Organicé ese libro, lo dividí en tres partes, por ejemplo. Y después siempre uno mira, está observando, es mejor publicar porque, si no, no se termina más un libro. Una siempre atraviesa distintas circunstancias; eso modifica la mirada y eso va al libro, a la frase, etcétera. Siempre se está corrigiendo. No corrijo más cuando lo publico.
―Lo que me llamó la atención de los cuentos es sobre todo la cuestión de género, el hecho de que sean inclasificables.
―Bueno, por suerte. Eso no es buscado, de ningún modo. Hay algunos que se acercan más a una especie de ciencia ficción, o de otros países, otras épocas. Es completamente ajeno a un propósito deliberado; creo que no se puede seguir un propósito, aunque ciertos autores lo hagan. Pero esa no es mi intención. Y creo que esos autores también ponen algo más, no se quedan ahí. Sino sería muy aburrido y muy previsible. A mí me resultaría muy difícil seguir a determinado autor. Pero también es inevitable que todos los cuentistas que he leído estén en lo que escribo. Ciertos climas, ciertas palabras, ciertas frases perduran. Uno roba de eso. Nadie es enteramente original, ¿no? Y eso está bien porque es la larga cadena de los tiempos y la literatura.
―En sus cuentos hay planteamientos políticos a partir de lo pequeño, de lo familiar. ¿Usted se considera una escritora política?  
―Yo creo que uno no puede alejarse de la política. Todos somos animales políticos, y la política nos tiene agarrados porque es el modo de gobernar, es el modo en que vivimos en sociedad, y es inútil querer alejarse de las determinaciones y decisiones que hacen a la política. Yo no reniego de eso, así como no reniego de la ideología. Son circunstancias, filosofías que no se pueden rechazar. Los que reniegan de la política son más políticos que los otros, más perversos.
―Quería preguntarle a partir de la censura que usted sufrió, si la censura le sirve a la literatura para encontrar formas de escape, si la libertad total no es, en cierto sentido, perjudicial.
―No, yo no soy masoquista. La censura no sirve para encontrar formas de escape, sirve para expresar algunas cosas de otra manera. Nunca se puede escapar de lo que está prohibido. Se lo ataca, la literatura lo ataca de otra manera. Yo creo que depende todo de cómo se haga, de cómo se escriba. La libertad no hace daño. Por supuesto que los excesos inútiles, la cosa gratuita, la literatura que no tiene sentido, todo eso es pesado de leer y de soportar. Hay cosas más importantes. O el hablar por hablar, o el escribir por escribir. Es lo que pasa en la televisión cuando uno ve tanta gente que habla sin ningún reparo, tanta gente que opina sin detenerse un segundo a pensar en las incertidumbres posibles, en cómo tener hasta una certeza más digna. Es todo muy banal. Yo creo que es eso lo que tiene que preocuparnos y no la libertad. Nunca se tiene exceso de libertad.
―Le quería preguntar por un cuento en particular que es “Examen de consciencia” (sobre el caso Barreda). ¿Lo considera un cuento feminista?
―No pensé tanto en las mujeres. Pensé más en ese hombre. Me interesaba ese personaje. Igual no suelo reflexionar a posteriori sobre los cuentos. No me detengo a pensar ni qué quise decir ni en qué categoría se insertan. Lo que más me interesaba ahí era la auto justificación, como tema. Esa disculpa hacia uno mismo. Uno nunca se reconoce malvado, siempre son los otros, entonces merece ser perdonado. Lo podemos asociar fácilmente a cualquier torturador de la época de la dictadura.
―Para terminar, ¿qué consejo le daría a un joven escritor?
―Uno muy simple y muy viejo: que lea y escriba mucho. Yo creo que no hay otra. Los talleres literarios por supuesto ayudan, pero hay una etapa interna de la escritura que es lo que uno vive, cómo uno se relaciona con el mundo, cómo uno vive el mundo. Los talleres pueden enseñar en la parte técnica. El oficio, que también tiene otra cara, que es la soledad y la obstinación. Para un escritor lo más importante que uno puede hacer en la vida es escribir. Si no hay esa sensación, mejor no.