martes, 26 de enero de 2016

Un 25 de enero de 1882 nacía Virginia Woolf

     El sol aún no se había alzado. Sólo los leves pliegues, como los de un paño algo arrugado, permitían distinguir el mar del cielo. Poco a poco, a medida que el cielo clareaba, se iba formando una raya oscura en el horizonte, que dividía el cielo del mar, y en el paño gris aparecieron gruesas líneas que lo rayaban, avanzando una tras otra, bajo la superficie, cada cual siguiendo a la anterior, persiguiéndose una a otra, perpetuamente.
     Al acercarse a la playa cada barra se alzaba, se amontonaba sobre sí misma, rompía, y se deslizaba un sutil velo de agua blanca sobre la arena. La ola se detenía, y después volvía a retirarse arrastrándose, con un suspiro como el del durmiente cuyo aliento va y viene de la inconsciencia. Poco a poco, la oscura raya en el horizonte se aclaraba, como si las partículas suspendidas en una vieja botella de vino hubieran descendido al fondo, dejando verde el vidrio. También más allá se aclaraba el cielo, como si el blanco poso hubiera descendido, o como si el brazo de una mujer recostada bajo el horizonte hubiera alzado una lámpara, y planas barras blancas, verdes y amarillas se proyectaban en el cielo, como las varillas de un abanico. Entonces, la mujer alzó más la lámpara, y el aire pareció devenir fibroso y apartarse de la verde superficie, chispeante y llameando, en rojas y amarillas hebras como el humeante fuego que ruge en una hoguera. Poco a poco, las hebras de la hoguera se fundieron en un resplandor, en una incandescencia que alzó el peso del gris cielo lanudo, poniéndolo encima de él, y lo convirtió en millones de átomos de suave azul. La superficie del mar se hizo despacio transparente, y estuvo destellante y rizada hasta que las oscuras barras quedaron casi borradas. Lentamente, el brazo que sostenía la lámpara la alzó más, y después más, hasta que la ancha llama se hizo visible. Un arco de fuego ardía en el borde del horizonte, y a su alrededor el mar lanzaba llamas doradas.
     La luz incidió en los árboles del jardín, y dio transparencia a una hoja. Y luego a otra. Un pájaro gorjeó alto. Hubo una pausa. Otro pájaro gorjeó más bajo. El sol dio relieve a los muros de la casa, y se posó como la punta de un abanico cerrado en una blanca persiana, dejando una azul huella digital de sombra bajo la hoja junto a la ventana del dormitorio. La persiana se movió lentamente, pero dentro todo era penumbra sin sustancia. Fuera, cantaban los pájaros su melodía vacía.



Un fragmento de Las olas, de Virginia Woolf.

Traducción: Andrés Bosch

Editorial Bruguera

lunes, 18 de enero de 2016

Heroína vegana

La Cenicienta que no quería comer perdices es el nuevo título de Madreselva para romper el esteotipo del amor romántico.
  

 Por Flor Monfort
“¿Hay algo más difícil y gratificante que nadar en contra de la corriente? Los libros de Madreselva se parecen mucho a eso”, dice el Facebook de la editorial que desgrana un catálogo de libros con temas que parecen tener punta, serrucho y filo, como el rechazo a las vacunas, el deseo lésbico o la ceremonia que supone dar la teta.
La Cenicienta que no quería comer perdices es el cuarto libro infantil que publican, con el signo de pregunta sobre la categoría en la cual se supone que entra porque la trama parece involucrarnos a todxs, sin caer en golpes bajos pero con el dramatismo que supone elegir bajo ese mandato automático que dice que con un varón al lado todo es mejor. La Cenicienta… no solo pone en duda esa premisa de “vivir felices y comer perdices” de los cuentos clásicos sino que hace una especie de relato invertido: en éste escrito por la cuentista aragonesa Nunila López Salamero, la boda es lo primero que ocurre y lo que empieza a poner en duda todo lo demás. Porque a diferencia de la historia oficial sobre las princesas, a esta le gusta divertirse, es “normal” desde el principio (no es una huérfana castigada ni una bruja malvada) y sin embargo, cae en la trampa del amor romántico.
Viendo el mundo desde unos incómodos tacos y obligada a cocinar perdices siendo vegetariana, esta cenicienta empieza a ver cómo sus pies se pudren en zapatos imposibles al ritmo que su alma se marchita en un hogar infeliz. Cuando lo cuenta es reprimida, de manera que las otras voces que aparecen, no son aliadas y el laberinto parece encarnar su mejor tesoro. De la soledad emerge la certidumbre: verse a si misma desde afuera, reírse de esa imagen “tacuda” y tener la piedad para perdonarse por tanta ingenuidad. Los hombres no son príncipes y nadie puede salvarte si no pensás profundamente en tus deseos.
A este punto La Cenicienta… emociona porque revaloriza el cuerpo (y la que se ilustra no es una mujer identificable con la imagen tradicional femenina), porque aclara que a veces lleva varios “príncipes” llegar a estas verdades y porque descubre en la danza su motor salvador. Y con la ayuda de la hada Basta (rebautizada en femenino), se siente vacía para volver a empezar. Al final LC se encuentra con muchas como ella y pone un restaurante vegetariano que se llama “Me sobra armonía” donde todas bailan con panza y los pies al aire, si tienen ganas.
La Cenicienta… fue presentado en Pañuelos en Rebeldía, en el Taller de Talleres y en un encuentro de feministas populares junto a Claudia Korol, que escribió un prologo precioso (“Yo soy esa cenicienta feliz en el final, en el principio, cuando descubrimos que el deseo es subversivo, y que puede derrumbar los castillos que nos resultaron fronteras y prisiones. Soy esa cenicienta que te cuenta que se puede cambiar, que se puede revolucionar nuestra propia historia y la historia de todxs, con imaginación, con alegría, con muchas iniciativas creativas –como este cuento– donde la belleza interpela nuestros sentidos, y nos invita a la aventura de la libertad” dice allí). “Como es español, muchas mujeres de los barrios que se llevaban el libro me contaban que lo conocían de fotocopias por haberlo trabajando en talleres de mujeres u otras lo llevaban con la idea de trabajarlo en su grupo. También lo vendimos en el Encuentro de los Pueblos que reunió a organizaciones de todo el país y varias lo llevaron a Jujuy, por ejemplo, con la idea de trabajarlo entre mujeres. Miriam Cameros Sierra es la ilustradora y la maga que hizo posible la edición en Argentina” dice Vero Diz, editora de Madreselva y remadora de sus proyectos.
Una hermosa manera de contarles a nuestrxs niñxs que las mujeres podemos estar sin pareja (nunca “solitas” o “solteronas”) y ser creativas, gozosas y felices, aunque descubrirlo nos lleve un buen tiempo.
Facebook: Madreselva Editorial