viernes, 30 de octubre de 2015

Fue víctima de violencia de género, la justicia la acusa a ella

Tras ser imputada por tentativa de homicidio, al defenderse de un ataque de su pareja, fue encarcelada y vivió la pesadilla de la prisión junto a su hija de dos años y su bebé recién nacido. Ahora espera el juicio en su domicilio.
Cintia Pérez es una joven madre de San Martín, víctima de violencia de género, que atraviesa por un largo calvario judicial. El año pasado, embarazada de seis meses, su pareja la sometió a una nueva paliza y ella intentó una defensa amenazándolo con alcohol y fuego, aunque no llegó a prenderle fuego.
La Justicia la imputó por tentativa de homicidio y desde ese momento fue confinada a un calabozo en la cárcel de Los Hornos, donde convivió con una hija de dos años y su bebé nacido bajo detención, rodeados de ratas, mientras sus otras dos criaturas más grandes quedaron a cargo del abuelo.
La Sala Sexta de la Cámara de Casación Penal de la Provincia de Buenos Aires falló ahora para morigerar la injusta situación de Cintia, otorgando una reclamada prisión domiciliaria, haciendo foco en los derechos de los niños. Esta medida se efectivizó en las últimas horas, luego que el Tribunal Oral de San Martín que la juzgará fijó las condiciones, que incluyen tobillera electrónica para monitorear a Cintia.
Mario Coroliano, defensor ante casación Bonaerense, colaboró en la presentación del recurso de “hábeas corpus” con la defensora oficial Mariana Kodric, que fue admitido por los camaristas. “Cintia venía siendo víctima de feroces golpizas por parte de su marido y padre de los cuatro chicos. En uno de esos ataques, ella se defendió y también defendió a su hijo, que llevaba en su vientre seis meses. El hombre terminó con lesiones. Ella le arrojó el alcohol mientras en una mano tenía un encendedor. Por ese episodio espera el juicio por jurados. El fiscal calificó el hecho como tentativa de homicidio y la mandó a prisión”, contó el defensor.
Desde un primer momento, se solicitó que la mujer aguarde el juicio en su domicilio, para estar cerca de sus hijos, y considerando el historial de violencia machista que padeció. Sin embargo, poco y nada pudo hacer la defensora Mariana Kodric, que incluso solicitaba la morigeración de la prisión preventiva basada en el superior interés del niño y lo que expresamente prevén las leyes para estos casos.
“Cintia y dos de sus hijos fueron alojados en el penal de Los Hornos en noviembre,conviviendo con roedores y otros peligros para su vida y salud. Los dos chicos más grandes de la mujer quedaron a cargo de su padre, anciano y enfermo. Fue inútil apelar, ya que la Cámara de Apelaciones de San Martín por dos votos, y largas demoras, confirmó el encierro de los tres. Por ello, se decidió presentar un recurso de hábeas corpus ante Casación, solicitando una audiencia, donde se concurrió con Cintia y sus hijos. La resolución de los camaristas la libera del encierro. El Tribunal Oral en lo Criminal 4 de San Martín se tomó un tiempo para resolver qué condiciones imponía. Ahora ya está en su casa con los nenes, monitoreada electrónicamente”, relató el defensor Coroliano.
En el marco del fallo de la sala Sexta de la Cámara de Casación bonaerense, los magistrados destacaron que se trata de un caso de “gravedad institucional”, verificado “en la emergencia arbitraria e inminente restricción a la libertad” en perjuicio de la mujer.
Asimismo, los camaristas dijeron que “lo valorado para denegar la morigeración es la pena en expectativa estimada por la fiscalía, cuando aún Pérez es inocente del hecho que se le imputa y se encuentra pendiente de realización el correspondiente juicio por jurados”.
“Hay otros 58 niños rodeados de ratas”
Mario Coroliano, defensor oficial ante la Cámara de Casación Penal bonaerense, explicó que “la situación de Cintia y sus dos hijitos es absolutamente injusta, y afortunadamente ahora se morigeró, pero las condiciones de encierro en la Unidad Penal 33 de Los Hornos continúan vulnerando los derechos de los niños, ya que actualmente siguen allí alojados 58 menores de cinco años, hijos de otras mujeres detenidas, por lo que abriremos una investigación sobre cada uno de esos casos, porque los argumentos son dudosos”.
“El lunes estuve en el penal. Cintia y sus hijos convivían con ratas. El más chiquito tuvo que nacer en estado de encierro. Es ilegal, además de inhumano. Pude saber que por la existencia de roedores, las autoridades colocaron veneno para combatirlas. El asunto es que un chiquito de cuatro años, jugando con otro, tuvo convulsiones y debió ser internado al ingerir veneno”, relató el defensor oficial. “La hija de dos años de Cintia estaba muy mal, el nenito nació bajo encierro.
Todo esto se pudo haber evitado. A partir del caso de esta mujer vamos a propiciar una investigación porque en ese penal hay 58 menores de cinco años detenidos junto a sus mamás”, dijo Coroliano.

martes, 27 de octubre de 2015

Sylvia Plath nacía un 27 de octubre de 1932



























Tres mujeres es un emocionante poema a tres voces que tiene como tema central la maternidad. Cada voz representa una forma de vivirla: la mujer que centra su realización en ser madre, la que sufre por no poder serlo y la que lo es a su pesar.

  

TERCERA VOZ: 

He aquí que soy montaña
entre mujeres-montañas.
Los médicos van entre nosotras
como si nuestra gordura
Espantara el alma. Sonríen como
imbéciles.
Son culpables porque yo lo soy,
y lo saben.
Cargan su vacuidad como un modo
de salud.
Y si los hubiera sorprendido, como a mí.
Se habrían vuelto locos.

¿Y si dos vidas fluyeran de mis muslos?
Vi la sala blanca y limpia
con sus instrumentos.
Es un lugar de gritos sin gozo.
“Aquí vendrá usted cuando
esté lista”.
Los vigilantes son lunas vacías y rojas,
empañadas de sangre.
No estoy lista para lo que pueda suceder.
Tendría q matar lo que me mata.



PRIMERA VOZ:

No hay milagro más cruel que éste.
Soy arrastrada por caballos
con cascos de acero.
Resisto. Tengo una herida. Desempeño un trabajo.
Este túnel negro por el que pasan en fogonazos
las pruebas,
Las pruebas, los síntomas, los rostros
perturbados.
Soy el centro de una atrocidad.
¿Qué sufrimientos, qué tristezas
habré de parir y amar?
¿Una inocencia tal, puede matar aún?
Ella se cría de mi vida.
Los árboles mueren en la calle.
La lluvia es corrosiva.
La siento en mi lengua, y los dolores
del trabajo,
Los horrores que se ensañan,
se aflojan, las indiferentes
parteras
Con su corazón prendido que golpea
y sus estuches de instrumentos.
Seré una pared y un techo que ampara.
Seré un cielo, un monte de bondad:
¡Déjenme vivir!
Una fuerza rota en mí, una antigua tenacidad.
Me agrieto como el mundo.
Esta obscuridad,
Esta ráfaga de obscuridad. Cruzo mis manos
sobre una montaña.
El aire es denso. Pesado por
mi trabajo.
Me usan. Me manipulan.
A mis ojos los atormentan la noche.
No veo nada.



SEGUNDA VOZ:
  
Soy acusada. Sueño matanzas.
Soy un jardín de agonías negras y rojas.
Las bebo,
Me odian, rencorosa y espantada.
Y ahora el mundo concibe
Su fin y se abalanza hacia ella, los brazos tendidos,
llenos de amor.
Es un amor de la muerte,
que todo envenena.
Un sol muerto destiñe el periódico.
Se torna rojo.
Pierdo vida tras vida. La tierra negra las bebe.

Ella es el vampiro de todas nosotras.
Nos mantiene.
Nos ceba, es buena.
Su boca es roja.
La conozco, la conozco íntimamente.
Vieja mendiga, escarchada y estéril, vieja
bomba de tiempo.
Los hombres la engañaron
Ella se los tragará
Los tragará, los tragará, sí, los tragará.
El sol ya se tendió. Yo muero.
Forjo una muerte.




Del libro Tres mujeres 

¡Cuidemos a nuestra Comunidad Mapuche!




Un jurado intercultural para decidir si Relmu Ñamku es inocente o culpable

Hechos de Zapala.-
La mujer está acusada de tirar una piedra que hirió a una auxiliar judicial en un conflicto por tierras en Neuquén. Ahora será juzgada por tentativa de homicidio. La mitad de los jurados populares serán indígenas. Y todo el juicio tendrá traducción simultánea en idioma mapuche.
Un juicio sin precedentes comenzará hoy en Zapala y podría llevar a quince años de cárcel a una mujer mapuche por haber resistido un desalojo (solicitado por una petrolera estadounidense).
A Relmu Ñamku se la acusa de haber arrojado una piedra que hirió a una auxiliar judicial. “Intentan amedrentar al pueblo mapuche y liberar la zona para mineras, petroleras y grandes estancieros. Soy inocente, lo vamos a demostrar y exigimos que el Poder Judicial racista no tenga doble vara y haga cumplir nuestros derechos”, reclamó Ñamku, principal acusada e integrante de la comunidad Winkul Newen. Será la primera vez en América latina que se ponga en práctica un jurado intercultural (la mitad será indígena).
La comunidad Winkul Newen vive en el paraje Portezuelo Chico, a 30 kilómetros de Zapala. Desde 2010 mantenía un duro cuestionamiento al accionar de Apache Corporation, que explotaba pozos en territorio mapuche sin respetar los derechos indígenas. El conflicto se agravó por una serie de derrames de hidrocarburos. En 2012 la comunidad cerró el paso a la empresa.
En abril de ese año una patota vinculada a la petrolera atacó a las familias mapuches. Hirió con un disparo de bala a un joven de la comunidad, desfiguró el rostro de una anciana y golpeó a la lonko, Violeta Velázquez, que estaba embarazada. La comunidad realizó la denuncia, pero la Fiscalía (a cargo de Sandra González Taboada) no avanzó en la investigación. Las amenazas y hostigamientos contra los mapuches se mantuvieron de manera reiterada.
El 27 de diciembre, la comunidad dio sepultura a una beba. Los integrantes de Winkul Newen afirman que, entre los factores del fallecimiento, estuvo la contaminación ambiental. Al día siguiente, la jueza de Zapala Ivonne San Martín hizo lugar al pedido de la petrolera y ordenó notificar a la comunidad que permita correr alambrados y tranqueras para el paso de la compañía. La comunidad aseguró que la auxiliar judicial Verónica Pelayes llegó con la notificación, con policías, guardias privados, empleados de Apache y una retroexcavadora.
Se produjo un entredicho y Pelayes habilitó a que la retroexcavadora avanzara. La máquina casi atropelló a una joven mapuche y la comunidad reaccionó arrojando piedras como forma de frenar el avance petrolero. Una de las piedras dio en el rostro de Pelayes y le ocasionó la rotura del tabique.
De inmediato presentó la denuncia el conocido abogado de la zona Julián Alvarez, famoso en la región por defender a los grandes estancieros (muchos de la Sociedad Rural) e incluso al juez de la dictadura militar Pedro Laurentino Duarte (denunciado por organismos de derechos humanos por complicidad con los militares).
La fiscal González Taboada dio curso a la denuncia de Alvarez y Pelayes. La caratuló como “lesiones” y pidió el procesamiento de Relmu Ñamku, Martín Maliqueo y Mauricio Rain. Pero luego, en acuerdo con el abogado Alvarez, cambió a “tentativa de homicidio y daño agravado”, responsabilizó del piedrazo a Ñamku y pidió una pena de quince años de cárcel.
Darío Kosovsky es el defensor de la comunidad mapuche y afirmó que “no hay antecedentes de un pedido semejante por lesiones”. Aportó como referencia que por homicidio simple puede corresponder una pena de ocho años de cárcel. “El Ministerio Público Fiscal de Neuquén pide el doble de cárcel por una lesión. Busca escarmentar a las comunidades y dar un mensaje de temor a los que defienden la tierra”, explicó el abogado.
El sistema judicial de Neuquén establece que para penas de quince años o más se debe realizar juicio por jurados. Por primera vez en la América latina se conformó un jurado intercultural, donde la mitad (seis) serán mapuches. Fueron seleccionados el martes pasado por las partes y el juez Raúl Aufranc. Otro hecho inédito: todo el juicio será con traducción simultánea en mapuzungun (idioma mapuche).
El Consejo Zonal Centro (de la Confederación Mapuche de Neuquén) presentó un recurso de amparo porque no se respetó el derecho a la consulta previa en la elección de los jurados. Aún no hubo respuesta y el juicio comenzará el lunes en Zapala.
Relmu Ñamku, madre de tres niños, espera el juicio consciente de que puede ser la primera indígena presa por un conflicto territorial. Remarcó la injusticia de que ninguno de los derechos de los pueblos originarios se cumple y detalló lo que hay detrás del juicio: “Este juicio implica garantizar a las empresas extractivas su accionar, poniendo el aparato judicial a su disposición para que los pueblos originarios no seamos un impedimento en sus proyectos extractivos”.
González Taboada enfrenta un pedido de jury por su accionar en la desaparición en 2003 de un estudiante (Sergio Avalos) a la salida de un boliche. La familia de Avalos acusó a Taboada por irregularidades y sospechas de haber favorecido a policías y militares retirados (acusado como responsables de la desaparición). El abogado Julián Alvarez llamó a los mapuches “delincuentes que viven en la ilegalidad”.
Foto: Confederación Mapuche de Nequén

Cosecha Roja

jueves, 22 de octubre de 2015

Abuelas de Plaza de Mayo conmemoran el Día de la Identidad: 38 años en busca de la verdad










Con una recorrida por su historia y con la participación de invitados especiales, la celebración llevará el nombre "38 años buscando la verdad" y comenzará a las 19 en la Ballena Azul del Centro Cultural Kirchner, Sarmiento 151, ciudad de Buenos Aires.



La historia de las Abuelas comenzó cuando en 1977, desde la ciudad de La Plata, Alicia "Licha" Zubasnabar de De la Cuadra y María Isabel "Chicha" Chorobik de Mariani, se encontraron y crearon "Abuelas Argentinas con Nietitos Desaparecidos", seis meses después de que un grupo de madres de desaparecidos visibilizaran su reclamo en la Plaza de Mayo, dando vida a las Madres de Plaza de Mayo.

Raquel Radío de Marizcurrena, Clara Jurado, María Eugenia Cassinelli de García Iruretagoyena, Celia Giovanola de Califano, Haydée Vallino de Lemos, "Licha" de De la Cuadra, Leontina Puebla de Pérez, Beatriz Aicardi de Neuhaus, Eva Márquez de Castillo Barrios, "Chicha" Mariani, Vilma Delinda Sesarego de Gutiérrez y Mirta Acuña de Baravelle fueron las doce madres-abuelas que iniciaron la tarea que hasta hoy permitió recuperar 117 nietos.

Veintiocho años después, el Estado nacional reconoció el trabajo de las Abuelas y promulgó en 2005 la ley 26.001 sancionada por el Congreso Nacional en diciembre de 2004, que establece el 22 de octubre como el Día Nacional del Derecho a la Identidad.
Por su parte, la Justicia demoró 35 años en reconocer formalmente la existencia de un Plan Sistemático de Robo de Bebés a mujeres secuestradas durante la última dictadura.

En el primer fallo histórico, el 5 de julio de 2012 el Tribunal Oral Federal 6 condenó a 50 años de reclusión, la máxima sanción prevista en la legislación nacional, al ex dictador Jorge Rafael Videla, a 30 años al ex marino Jorge "Tigre" Acosta, responsable operativo del centro clandestino de detenciones que funcionó en la ESMA durante la dictadura, y a 15 años al ex dictador Reynaldo Bignone, último presidente de facto.

La causa había sido iniciada por las Abuelas diecisiete años atrás y al leer el fallo, la jueza María del Carmen Roqueta dejó expresamente sentado que para el tribunal cada uno de los 36 casos que se ventilaron en ese juicio constituyen "parte integrante de un plan sistemático de robo de bebés" desarrollado durante el período del terrorismo de Estado.

El fallo fue clave para descubrir la trama civil que fue parte del delito de apropiación de niños, como médicos y parteras que colaboraron en el ocultamiento y entrega de los bebés nacidos en las maternidades que funcionaban en los centros clandestinos de detención donde se encontraban cautivas las embarazadas.

La tarea de las Abuelas de Plaza de Mayo en su búsqueda no puede desligarse de la Comisión Nacional por el Derecho a la Identidad (Conadi), creada en 1992, y del Banco Nacional de Datos Genéticos que permite obtener la información genética para establecer la filiación familiar.

Si bien la Conadi está asociada a la búsqueda y localización de niños desaparecidos, su función abarca también la tarea de recibir denuncias sobre robo y tráfico de menores, despojos a madres y adultos con identidad vulnerada, según los principios enunciados por el organismo.

Las primeras pericias para determinar la "abuelidad" y poder identificar a los menores secuestrados se realizaron en 1984 a pedido de Abuelas y en 1987 el Congreso Nacional sancionó la ley 23.511 que creó el Banco Nacional de Datos Genéticos, que funciona en el Hospital Durand.

El último logro en materia legislativa de las Abuelas fue en 2009 cuando se sancionaron las leyes que habilitan al juez a ordenar la extracción de ADN para identificar a hijos de desaparecidos y la que reconvierte el Banco Nacional de Datos Genéticos en un ente autárquico dentro de la órbita del Ministerio de Ciencia y Tecnología.


Con más de 300 nietos que aún siguen buscando, a fines de agosto pasado las Abuelas anunciaron por 117° vez la restitución de Claudia Domínguez Castro, hija de los militantes comunistas Walter Hernán Domínguez y Gladys Castro, secuestrados ilegalmente y desaparecidos por la última dictadura cívico-militar.








jueves, 15 de octubre de 2015

Donde estaba Diana Sacayán, había revolución



Julia Muriel Dominzain – Cosecha Roja.-
“Cuando yo, esta humilde trava, se vaya,
no me habré muerto…
simplemente me iré
a besarles los pies a la Pacha Mama”


Diana Sacayán se subió a una silla, se levantó la remera, mostró las puñaladas y heridas de su cuerpo y gritó:
- ¡Esto hace la prostitución! ¡No me digan que es un trabajo!
Lo hizo hace años, en un encuentro en Europa, frente a un grupo que defendía el trabajo sexual. Generar revuelo, para ella era normal: cada vez que hacía algo se encendía un torbellino. Revolucionaria, terrenal, rebelde, combativa, consecuente, guerrera y provocadora: así  definieron sus amigos y compañeros de militancia a la travesti que apareció asesinada a cuchillazos antes de ayer en su departamento de Flores.
Los resultados de la autopsia indicaron que Diana intentó defenderse y que murió de una puñalada en el abdomen. La descripción coincide con el cuchillo que encontró la policía en la escena del crimen. Durante todo el día, acompañados por la Dirección General de Orientación y Protección a Víctimas del Ministerio Público Fiscal (Dovic), sus conocidos declararon en la Fiscalía de Instrucción 4. A la noche la velaron en la Asociación Boliviana de Laferrere. En esa localidad bonaerense vivió desde que vino de Tucumán con pocos meses, hasta hace un año.
Siempre que podía, Diana denunciaba que la prostitución no podía ser la única opción para las personas trans. Nació en Tucumán en 1976 y a los 17 tuvo que irse de su casa en La Matanza y dejar la secundaria. Como no tuvo preparación para competir en el mundo del trabajo, durante mucho tiempo la única alternativa fue la prostitución. Estaba convencida de que había que construir otras alternativas.
En julio de este año viajó a Cuba, a la VIII Jornada Cubana contra la Homofobia y la Transfobia. Su discurso empezó así:
“Ayer me pasó algo: intentando acceder al yahoo veo que los fotógrafos buscaron la peor foto mía, como hacen los medios hegemónicos con las personas trans para presentarnos como desordenadas, psicópatas, viciosas, putas”
El humor, la referencia a sus raíces indígenas y su franqueza dejaron a todos con la boca abierta. Cuando volvió escribió en Página/12: “Las chicas me miraban extasiadas, ven a Argentina como paraíso travesti. Hay una diferencia grande entre las travestis argentinas y las cubanas. Estas últimas, aun sin nuestros avances, cuentan con una gran ventaja: tienen un nivel educativo maravilloso. Te discuten todo y de todo saben. Todas las travestis que conocí tenían el secundario completo”.
DianaSacayan III
A mitad de septiembre la cámara legislativa de la Provincia de Buenos Aires aprobó la ley de cupo laboral para personas trans: al menos el 1 por ciento del personal estatal local debe ser del colectivo. “El proyecto lo hicieron cien por ciento Diana y su Movimiento Antidiscriminatorio de Liberación (M.A.L), le ponía el pecho a lo que fuera”, dijo a Cosecha Roja Daniela Castro la primera mujer trans directora de la delegación de DDHH de Mar del Plata. La idea había surgido tres años antes.
- Che, ¿por qué no laburamos una ley de cupo? – le dijo a Emiliano Litardo, abogado de las organizaciones Abosex y Allita.
Él le dijo que sí y empezaron a trabajar, casi como si fuera un juego, un impensable, una utopía. Pero no: Diana se lo cargó al hombro en serio y no paró. “Era la maestra de poner amor en la política”, dijo aCosecha Roja Litardo. Él la había conocido casi 15 años antes, un día que ella estaba en la plaza de Laferrere enseñando a usar preservativos. “La suya era una militancia que no estaba solamente el cuerpo ni en lo político: se jugaba una cuestión amorosa tremenda”, contó. Diana era de dar besos en el cuello de sorpresa, de mimar a los compañeros y de ponerse seria cuando hacía falta.
- Peleá por esto. Va a salir – les decía.
Flavio Rapisardi -Doctor en Comunicación y militante LGBT- contó que Diana volaba entre la sorna y la crítica. Pero cuando estaba tranquila, hablaba como silbando. “Cerraba la boca, hacía como un piquito, te hablaba como un pajarito tierno y te levantaba el ánimo”, contó a Cosecha Roja. “En esos momentos había que leer que te estaba hablando Diana pero la Diana personaje, la que se separaba de sus dolores”, agregó.
***
Verónica Zapata es boliviana y era vecina de Diana en Laferrere. La conoce desde chiquita y fue testigo de cómo, a lo largo de los años, se bancó las puteadas del barrio. “Era cuestión de caminar unas cuadras que siempre -pero siempre- alguno la insultaba. Ella les contestaba, nunca se quedó quieta”, contó a Cosecha Roja. Muchos años después, cuando una doctoranda de Flacso estaba en la búsqueda de una definición de discriminación, Diana se la dio:
- Discriminación es esa pátina que recubre mi día, desde la mañana hasta en mis sueños.
Su amiga Verónica forma parte de la Asociación Boliviana de Laferrere, donde anoche la velaron. Ella militaba desde cerca. Una vez le dijo a Verónica:
- Nosotros tenemos mucho en común. Yo lucho por la identidad de género pero también por mi identidad de descendencia indígena. En definitiva nuestra lucha es la misma: que nos reconozcan nuestra diversidad.
Diana iba a las festividades de la colectividad y no se perdía cuando Evo Morales los visitaba. “Estaba fascinada por su discurso”, contó Verónica. Uno de sus proyectos era, alguna vez, ponerse el vestido y bailar caporales o morenadas, las danzas folklóricas bolivianas. También componía música y escribía canciones. “Una vez me cantó una de rap que me dejó sorprendida”, relató.
En su casa en Laferrere Diana y su hermana (Johana) organizaban reuniones políticas. Silvia Delfino -docente e investigadora de la UBA y la UNLP- y Rapisardi eran algunos de los que iban. “Ella y su hermana eran el alma de la casa, el sostén. Recuerdo cuando recibí la noticia de que estaban presas”, contó Delfino a Cosecha Roja.
DianaSacayan II
Las hermanas estuvieron más de cinco meses detenidas en el destacamento 20 de Junio. Aquel día de julio de 2004, cuando unos policías las subieron a las piñas a un patrullero, ellas acababan de denunciar un prostíbulo de la zona. Aunque no se les hacía fácil la entrada, los amigos les llevaban puchos y comida.
Desde allí, las hermanas escribieron un mensaje que se publicó en Indymedia: “Desde este oscuro e inútil lugar, que jamás en la historia de la humanidad ha logrado los objetivos con las que fue creado, les hacemos llegar nuestro más cálidos abrazos y profundo agradecimiento por la actitud de compañerismo y afecto que surge de ustedes. Queremos hacerles saber que podrán encerrarnos a uno, dos, tres o veinte años, pero no besaremos nunca sus botas. Diana y Johana Sacayán”.
El día que las liberaron, el 22 de diciembre, fueron a comer a una bodega sobre Avenida de Mayo. No era la primera vez que se enfrentaban con las fuerzas de seguridad. “La lucha contra la represión policial en los ‘90 era ineludible. Hay que tener en cuenta que, incluso hasta hace poco, había 17 distritos del país que criminalizaban la homosexualidad y el travestismo”, dijo a Cosecha Roja María Rachid, legisladora porteña por el FPV. Recién desde 2003, con el gobierno de Néstor Kirchner, las personas trans y el Estado comenzaron a dialogar. “La muerte de Diana habla de todo lo que se hizo por los derechos de las personas trans y al mismo tiempo de todo lo que falta”, dijo.
***
La ley de cupo no fue, ni por cerca, su primer logro. Antes había impulsado las resoluciones ministeriales de Salud y Educación que ordenaban al personal de establecimientos estatales a respetar el nombre de las personas trans, aunque en Argentina todavía no había sido sancionada la Ley de Identidad de Género. Y, todavía antes, Diana militaba.
Rodrigo Rotpando, compañero de militancia, la conoció en una fábrica recuperada, en 2002. Él tenía 20 años y estaba pensando en armar una agrupación LGBT. Ella se le acercó y le dio un volante, una fotocopia borroneada que informaba sobre una reunión. Él se tomó el bondi hasta González Catán y fue. Pasó a buscarla por una escuela en donde ella estaba terminando el secundario y fueron hacia un templo umbanda. Ahí se juntaron con diez chicas trans más: estaba naciendo M.A.L.
Ya en aquel momento el discurso de Diana era conciso. Hablaba de que la sociedad estaba mal, de que era machista, patriarcal, les decía a las compañeras que se merecían que las trataran bien, que reclamaran que las llamaran por el nombre que correspondía. “No tenía formación teórica pero tenía un sentido de la justicia visceral, impresionante. Tenía la viveza de la calle y sabía leer la doble moral, luchaba por todas las personas en situación de vulnerabilidad”, contó Rotpando a Cosecha Roja.
En esa época estaba dejando de ejercer la prostitución: hacía changas, se buscaba la vida, militaba en el Partido Comunista, trabajaba en el Mercado Central. Ahí fue que conoció a quien fue su pareja por una década. “Primero él era un chongo que la insultó pero después terminaron enamorados”, contó Rotpando.
Mientras tanto, escrachó al CEAMSE de La Matanza por contaminación, apoyó la lucha de los trabajadores, enfrentó a la Bonaerense. “En aquel momento no había ningún tipo de ayuda. A las pibas, la cana les pedía sobornos, les sacaba los paquetes de yerba de las bolsas de comida que recibían”, relató su compañero. También se movilizó frente al INADI para pedir que contrataran personas trans. Durante una de las Marchas del Orgullo se tiró en el piso delante de uno de los camiones para impedir que siguieran porque había compañeras detenidas. En otra de las movilizaciones terminó demorada en la comisaría de la calle Bolívar, con un grupo de anarquistas, por atacar la Catedral.
Diana se peleaba con el que se tuviera que pelear. Después se sentaba a dialogar. Si es que el interlocutor lo valía. Con los amigos, no había duda. Rapisardi contó la última discusión:
- ¡Che! La última vez que supe de vos fue cuando estuviste en Perio criticándome en una charla que organizó una agrupación estudiantil… – le dijo él.
Ella soltó una carcajada y le respondió:
- Vos sabés, loca, que yo te quiero.
***
El mes anterior al triunfo de la ley de cupo -su gran último logro- fue intenso. “Una senadora me mandó a callar la boca. Es como pedir milanesas de faisán. Cupo trans ya”, tuiteó el 26. Al día siguiente, cuando esperaba el colectivo para ir al debate con un grupo de amigas, la Policía Metropolitana las atacó. A Bianca Moreno le dieron piñas en el tórax, a Sonia Pamela Díaz le pegaron en la pierna izquierda y la revolearon sobre un patrullero y a Diana la tiraron frente a un taxi que circulaba por la calle. Diana hizo la denuncia en la Procuraduría de Violencia Institucional (Procuvin) y en los medios.
Juan Tauil trabajó con ella durante cuatro años, mientras filmaba su documental “T”. La definió como una militante de territorio que iba al frente, que pateaba la calle. “Todo lo que ella hacía estaba cargado de revolución. Era un nexo entre el barro del conurbano del tercer o cuarto cordón y el centro. Con su muerte, Diana deja huérfanas a un montón de chicas”.
Según la  Asociación de Travestis Transexuales y Transgéneros de Argentina (A.T.T.T.A), el promedio de esperanza de vida de las personas trans es de entre 35 y 40 años. Como si supiera, el 11 de mayo del año pasado Diana escribió:
“Cuando yo me vaya no quiero gente de luto. Quiero muchos colores, bebidas y abundante comida; esa que de niñ* me hacía falta.
Cuando yo me vaya no aceptaré críticas, más razonable y serio sería que me las hagan en vida.
Cuando yo me vaya desearía una montaña de flores, esa que l*s mil amores por los que he sufrido nunca supieron regalarme.
Cuando yo me vaya no quiero farsantes en mi despedida, quiero a mis travas queridas, a mi barrio lumpen a mis herman*s de la calle, de la vida y de la lucha.
Cuando yo me vaya sé que en algunas cuantas conciencias habré dejado la humilde enseñanza de la resistencia trava, sudaca, originaria.
Cuando yo me vaya quiero una despedida sin cruces; tod*s saben sobre mi atea militancia.
Y sin machos fachos porque también saben sobre mi pertenencia feminista.
Cuando yo me vaya espero haber hecho un pequeño aporte a la lucha por un mundo sin desigualdad de género, ni de clase.
Cuando yo, esta humilde trava se vaya, no me habré muerto… simplemente me iré a besarles los pies a la Pacha Mama”

Cosecha Roja

martes, 13 de octubre de 2015

Responder por una y por todas

En junio, apenas una semana después de la concentración Ni Una Menos, Celina Benitez se encontró con su hija agonizando en la cama cuando volvía de trabajar, tuvo que pelear con el agresor –su pareja– para que la dejara llevarla al hospital, escuchar una vez más sus amenazas, sobreponerse al miedo a los golpes para conseguir que la atendieran. La nena murió apenas llegó a la guardia. Dos días después, cuando el agresor fue encontrado ahorcado en su celda, se ordenó la detención de Celina por abandono de persona agravado sin que se tuviera en cuenta que ella también era víctima. Su caso no es único ni el primero: en las cárceles de la provincia de Buenos Aires hay un 2,9 de la población penal femenina que está condenada por delitos calcados en los que nunca se hace visible la violencia machista que estas mujeres sufren. Celina, sin embargo, encontró una red de activismos y voluntades feministas que la acompañan y que lograron, a través de presiones mediáticas e institucionales, que pudiera esperar el juicio en libertad. Su historia desnuda cuánto falta, cuánto se falla, cuánto se ignora desde las instituciones para prevenir y erradicar la violencia contra las mujeres.

Por Marta Dillon



Era su segundo día de trabajo en una casa nueva que le había recomendado su hermana. Celina Benítez estaba acostumbrada a la tarea y sabía cómo ordenarse. Todavía no había cumplido los 23 que tiene ahora pero sabía de que se trata ser empleada doméstica desde antes de terminar la secundaria, cuando todavía soñaba con ser obstetra para que ninguna mujer tuviera miedo de ir al hospital a parir, como le había pasado a su mamá en los cinco partos que siguieron al primero, cuando la habían maltratado tanto. Lo primero, siempre, es poner a andar el lavarropas. El zumbido del agua que se lleva la mugre ajena sería la música que iba a acompañarla mientras hacía las camas, fregaba los pisos, metía la mano en el desagüe para sacar los pelos que no dejaban escurrir el jabón con el que había limpiado la bañadera. Así, poco antes de terminar, podría colgar las prendas limpias en la terraza y dejar que el viento se lleve la humedad que el centrifugado no puede quitar. No tenía mucha confianza con su nueva patrona pero se animó a prender la televisión mientras no estaba. En todos los canales las imágenes se repetían: mujeres en la calle, mujeres en las plazas, mujeres con historias que contar que parecían asaltar a cualquier cronista que se animara a hacer una pregunta. Era miércoles 3 de junio y Celina se detuvo frente a la pantalla plana del dormitorio principal, sosteniendo el palo del escobillón con sus dos manos, apoyando sobre ellas la barbilla, absorta. No se había enterado hasta ese momento de lo que significaba esa consigna que se repetía en carteles impresos o fabricados con marcador sobre cartones: Ni una menos. Pero sabía, de alguna manera, que todo lo que escuchaba hablaba de ella. La furia le llenó el pecho de fuego, un ardor como de acidez, que quema y se traga lo mismo. “Son sólo cuatro horas” –se dijo– “en cuanto llego lo hago”. Pero no eran cuatro, había que sumar dos más de viaje entre Pablo Nogués y Derqui, ahí donde estaba su casa, en el barrio La Escondida; ahí donde estaba su hija Melina esperándola para tenderle los brazos y refugiarse en su cuerpo generoso. Tenía la piel lechosa como la de su mamá y el pelo igual de negro pero se animaba un poco más a la sonrisa; un año y nueve meses y era capaz de entrar en una habitación llena de personas desconocidas y darle un beso a cada una. Así la describe Celina, en presente, con un moño al costado de la cabeza y un vestido fucsia como el que luce en la foto que la madre muestra aunque ya haya nada de qué reírse. “Ese miércoles –dice– llegué a mi casa y le metí todas sus cosas en una valija, la tiré a la puerta. Se había ido apenas entré pero me olvidé de cerrar la puerta con llave. Volvió enseguida y me arrastró de los pelos para afuera, me obligó a entrar la valija, tuve que guardar otra vez toda su ropa mientras él me pegaba patadas. Meli se había dormido, creo que no se enteró. Cuando terminé me llevó de los pelos para afuera otra vez, me obligó a asomarme al pozo ciego, me dijo que la próxima que le hiciera algo así me iba a tirar. Lo único que pensaba era qué iba a ser de mi hija si él me llegaba a hacer lo que prometía. Qué iba a ser de ella si yo era lo único que Meli tenía”.
–Yo a vos te denuncio –se envalentonó Celina lo mismo cuando logró meterse en la cama y darle la espalda a ese cuerpo macizo, torneado en jornada de trabajo de albañil que había empezado a ablandarse por la falta de actividad. Luis Carlos Alonzo, 25 años y unos cuantos meses viviendo de arriba, no la dejó descansar. Apretándole el cuello con los dedos cortos, la obligó a apoyar la espalda sobre el colchón, se le subió encima. Celina apretó los dientes y ni siquiera se movió, sólo esperó a que él se descargara. Era el riesgo menor, a escondidas seguía tomando las pastillas de Nogestrel que le habían recetado en una salita. No iba a quedar embarazada de Alonzo, aunque él quisiera, ella no iba a dejar que eso pasara.
“En el diario de Pilar, la primera noticia sobre el asesinato de Melina estaba ilustrada con una foto de Celina sonriendo junto a su pareja; es la construcción del monstruo, como si esa foto hablara de algo más que de ese instante”, Sabrina Cartabria lo dice y se acomoda un poncho de lana que no alcanza para cubrirla del todo de un frío que desbarata una primavera demorada. Tiene 30 años, una locuacidad apabullante y una boca apenas pintada que más que hablar, dispara. Ella integra la Coordinadora Feminista Antirrepresiva, una colectiva que se formó poco después de haber conseguido la liberación de Yanina González, una joven con un leve retraso madurativo que estuvo un año y medio presa, acusada de abandono de persona contra su hija Lulú, que murió a causa de los golpes que le propinó su ex pareja, Alejandro Fernández. Aun así, el tipo fue uno de los principales testigos en la causa que tenía como imputada a Yanina y que organizó la titular de la fiscalía especializada en violencia familiar y de género de Pilar, Carolina Carballido Calatayud, aun antes de acusarlo a él como agresor. “Nuestra mayor capacidad es la movilización, el cuerpo en la calle y la agitación en los medios. Trabajamos en red y así le decimos a la Justicia: ‘fijate lo que hacés porque te estamos mirando’. Les marcamos la cancha”. Sabrina es abogada del Programa de Salud Sexual y Reproductiva de la Provincia de Buenos Aires y además asesora de la diputada del FPV, Lucía Portas, su teléfono suena insistente y cuando contesta es más enérgica todavía.
–Escuchame, si una piba de 13 años va a un consultorio por sus propios medios y demanda un método anticonceptivo se lo tenés que dar ¡Esa chica está haciéndose responsable de su cuerpo y de su vida!
Cuando corta, menea la cabeza en señal de hartazgo; no puede creer que haya cosas que no se entiendan tan fácil como ella las ve y enseguida retoma el diálogo. “El problema es que no se le da entidad a la violencia que termina en femicidios. El de Lulú, como el de Melina, son femicidios vinculados; es una violencia terriblemente aleccionadora y la falta de formación y compromiso de quienes imparten justicia refuerza la lección, revictimiza a las víctimas, no las ven pero las aplastan”. A Yanina, decían las pintadas en la calle el día en que finalmente fue absuelta y reafirma también Sabrina, la liberó el feminismo. Y son cientas las fotos que se pueden revisar en la que montones de mujeres cantan, gritan, pintan paredes y hacen guardia durante el transcurso de las audiencias de ese juicio injusto contra la joven. “Si la Coordinadora se llama también ‘antirrepresiva’ es porque nos propusimos trabajar para la libertad de las mujeres que reciben un trato injusto y misógino por parte de la Justicia”. Con Yanina lo consiguieron, a pesar de que la fiscal apeló enseguida la absolución, la procuración desestimó la apelación de inmediato por falta de consistencia en la acusación basada, sobre todo, en el arquetipo de la mala madre. “Si tocan a una, respondemos todas”, es uno de los lemas de la CFA, que además se propone acompañar a las víctimas hasta que logren empoderarse, vincularse con las instituciones que deben brindarles recursos, pararse otra vez sobre sus dos pies frente a la vida. En el celular de Sabrina hay una foto en la que está ella y dos compañeras más, las cabezas semi rapadas y la sonrisa radiante, junto a Yanina y Celina; todas irreversiblemente implicadas. Por el dolor, sí, pero también por la acción.
Había pasado una semana exacta desde el 3 de junio, miércoles de nuevo y la tercera vez que Alonzo quedaba al cuidado de Melina. No era lo que Celina hubiera preferido, ella solía contar con una vecina, Doelia, que le cuidaba a Melina cuando trabajaba en Grand Bourg. Ganaba 4200 pesos y 1300 los destinaba al cuidado de la beba. Era agotador, se levantaba a las cuatro de la mañana, preparaba a la beba, corría a lo de su vecina y después de nueve horas de trabajo, cuando caía la noche volvía a buscarla. “Por eso en abril de este año tuve que dejar, extrañaba mucho, necesitaba encontrar un laburo más cerca o de menos horas, para desayunar con Meli, al menos, o no encontrarla tan cansada”. No fue fácil dar con otra casa donde hacer las tareas domésticas, “trabajo hay, pero te quieren todo el día. O con cama”. Y casi nunca con aportes o seguridad social, a pesar de la ley que debería proteger a las empleadas domésticas. Menos si se ha migrado desde Paraguay y no hay días libres para tramitar los documentos. Celina cumplió ese régimen de vida enajenada durante cuatro años, a los 18 entró con la “señora María” y se retiró por un tiempo, el tiempo de parir y amamantar menos de los tres meses reglamentarios. “Cuando me embaracé me tuve que ir y entró mi hermana. Después, mi hermana se embarazó y entré yo de vuelta. Siempre es así, no te pagan licencia y encima tenés que encontrar reemplazo vos si querés volver”. Dejó la casa de Grand Bourg en abril, un mes después de mudarse con Alonzo. Él, se suponía, trabajaba en la construcción, en Ituzaingó, pero ni bien Celina dejó su trabajo, hizo lo mismo.
–Hasta ahí era un careta total, al principio todo bien. Pero cuando dejé lo de María empezó a tratarme de vaga, a ponerse agresivo, que necesitaba plata porque la suya la mandaba para su hija. Empezó con los golpes, un día le mostré los moretones a mi hermana…
–¿Y qué te dijo ella?
–Que no me tenía que tratar así, pero yo ya le había dicho lo mismo a ella. Un día lo tuve que parar al marido porque le pegaba también.
En La Escondida, tanto el trabajo doméstico como la violencia machista, son temas de los que las mujeres podrían dar cátedra.
–El primer día que volví a laburar, le dejé a Meli a Doelia, pero cuando volví se puso re agresivo, me amenazó con un cuchillo, me dijo que no podía tirar la plata. Y él tenía una nena, igual que Meli, habíamos salido juntos varias veces…
Celina llora, todo el resto del relato lo hará llorando, consolada por Mila, también integrante de la CFA, una estudiante que migró desde Chile con la esperanza de hacer cine pero encontró mejor camino en la enseñanza de yoga. Mila hablará bajito en el oído de Celina, le dará flores de Bach para que encuentre algún equilibrio en medio de la angustia, se ofrecerá para darle algunos ejercicios de yoga, “porque el dolor está en el cuerpo, no hay que olvidarse del cuerpo”, insistirá. Y Celina agradece, pero las lágrimas no ceden, cómo podrían hacerlo.
–Ese miércoles 10 de junio yo salí apurada de trabajar, había hecho doble jornada porque el lunes había sido feriado. Y no sabía por qué, pero sentía que tenía que llegar. Tenía un colectivo de Pablo Nogués a Derqui pero no llegaba nunca, así que me tomé otro a José C. Paz y de ahí el tren a Derqui. Tenía sensación de llegar, no podía más.
A las seis y media de la tarde entró en su casa, fue directo a ver a Meli. “Estaba tiradita en la cama pidiendo por mí. La toqué y tenía la ropa húmeda. Le dije acá está mamá, acá está mamá. Y ella me pedía upa. La abracé, le vi moretones en la pancita, le pregunté a él qué había pasado y dijo que se cayó. La envolví en una manta y me quise ir para el hospital pero él me frenó, me amenazó, me dijo que ya se le iba a pasar. Igual la voy a llevar al hospital, le dije y salí corriendo. Él salió atrás mío. Si hubiera sabido, lo mataba ahí mismo.
El viaje al hospital materno infantil de Pilar fue desesperante, Celina sentía cómo bajaba la temperatura de Meli, la abrigaba con su cuerpo pero nada, cuando consiguió un auto que la lleve porque el colectivo demoraba demasiado, sabía que algo no estaba bien. La entregó en la guardia, fue la última vez que la vio. Alonzo dio un par de vueltas por ahí, le pidió prestada la SUBE a Celina con la excusa de ir a buscar ropa para la nena. Cuando la policía lo fue a buscar, con la descripción de él que había hecho Celina, estaba saliendo con un bolso propio, listo para fugarse.
En la autopsia se comprobó el abuso sexual, los golpes en el torso, en el vientre, las mordidas, las quemaduras. Aunque en un principio se dijo en los medios que esas marcas eran de larga data, las pericias no están terminadas y sólo están en duda de ser antiguas las marcas de dientes. Alonzo fue detenido y antes de que pase el segundo día fue encontrado ahorcado en su celda de una comisaría. A Celina la fueron a buscar ese mismo día, no la habían dejado reconocer el cuerpo de su hijita, no la dejaron despedirse nunca más. Ni siquiera le dijeron por qué se la llevaban de su casa, lejos del cobijo de su mamá que había viajado de inmediato desde Ciudad del Este y fantaseaba con su hija con llevar los restos de Meli a la casa familiar. “Porque los angelitos se entierran en las casas, no en cualquier lugar”.
–Primero me llevaron a la comisaría de la mujer, una psicóloga me hizo preguntas pero nunca contestó las mías, nada me decían. Me hicieron firmar un papel que no leí, me dejaron en un patio y ahí ya empezaron a escupirme, a decirme “negra, paraguaya de mierda, volvete a tu país, hija de puta”. Después me subieron a un auto, de la comisaría de Villa Astolfi al hospital de San Isidro, todo ese viaje con una policía morocha y otro más que me mostraban en su celular las fotos del cuerpito de mi hija y las agrandaban para que viera las peores partes. Después me pegaban, me insultaban. Y yo no podía ver eso, no podía…
La lista de torturas a las que fue sometida Celina Benitez se fue acumulando durante dos días. Laurana Malacalza, coordinadora del Observatorio de Género de la Defensoría Pública de la Provincia de Buenos Aires la registró después de entrevistar a Celina en la cárcel de Melchor Romero. La red que había tejido la CFA se tensó rápido. Los medios, al menos aquellos que cuentan con periodistas que entienden de perspectiva de género, tenían los antecedentes de la fiscal Carballido Calatayud que acusaba a Celina, como antes lo había hecho con Yanina González, por abandono de persona agravado. Laurana y el OVG eran parte de esa red y rápidamente sacaron un comunicado alertando sobre las torturas sufridas por Celina y de la falta de compromiso y entendimiento sobre el modo en que opera la violencia machista de la fiscalía supuestamente especializada en violencia de género que tenía la causa a su cargo. Enseguida pidió una entrevista con Carballido y ahí se topó con el mismo método de ¿convencimiento? que la policía había usado para obligar a Celina a que declare en su contra: lo primero que hizo la fiscal fue mostrarle unas fotos verdaderamente crueles en su modo de encuadrar del cuerpo de la beba que nunca llegaría a cumplir dos años.
–“¿Digamé, doctora, qué quiere que haga con esto?”, me dijo la fiscal. Las imágenes eran tremendas, aun así, buscar una culpable porque sí, sin entender que Celina también era víctima, no es hacer justicia por la chiquita.
–¿Cómo puede ser que la titular de una fiscalía especializada en violencia de género se maneje reiteradamente de esa forma?
–Es que no hay ningún requisito formal para ocupar esas fiscalías que se crearon por orden de la procuradora general de la Suprema Corte de Justicia de la provincia, María del Carmen Falbo. Cada fiscal general de distrito arma, si quiere o puede, una fiscalía como esta, pero como no está clara la competencia se mezclan los casos que corresponden a la ley provincial de violencia familiar –que, como para mencionar una falla de inicio, prevee la posibilidad de mediación en casos de violencia machista– con aquellos en los que corresponde aplicar la 26.485 que es la ley nacional para prevenir y erradicar la violencia contra las mujeres. Y lo cierto es que sólo en 7 de las 19 jurisdicciones donde hay fiscalías generales se han creado fiscalías especializadas y no todas tienen la misma competencia. Algunas se dedican a delitos sexuales e intrafamiliares, otras sólo entienden en violencia familiar y alguna más sólo menciona la violencia de género. Esto quiere decir que dejar la competencia de crear estas fiscalías en manos de los fiscales generales no ha sido una buena política de Estado. Deberían crearse por ley, recortar y definir sus competencias y que haya personal idóneo a cargo.
Laurana tiene poco más de 40, una capacidad de trabajo que nunca llega a agotarla y también un gusto por la vida que la lleva a dejar limpias las tardes de viernes para estirar el tiempo propio aunque nunca deje de estar conectada. Para ella, historias como las de Celina o Yanina no son nada nuevo, en 2009 y en 2012 recibió casos similares de dos mujeres encarceladas desde hacía años, acusadas por abusos sexuales que cometieron sus parejas o ex parejas y tuvieron que asumir su defensa directamente después de encontrarlas en completo abandono dentro de la cárcel, sin contacto con el resto de sus hijos o hijas y estigmatizadas por el resto de la población penal. “Después de esos dos casos, en que conseguimos hacer visible el contexto de violencia y reconectar a las madres con sus hijos/as, revisamos las causales de detención de las presas en cárceles provinciales y nos saltó un número a la cara: 2,9 por ciento están por causas de abuso sexual que cometieron hombres aunque las condenan a ellas como co autoras o por supuesto abandono de persona. Es un número altísimo que da cuenta de cómo se invisibilizan los contextos de violencia, no se ve a las mujeres como víctimas, parece preferible condenarlas como malas madres”. En uno de los textuales que Laurana pudo fotografiar de la causa de Celina Benitez a la que nunca más le dieron acceso aunque es prerrogativa del OGV revisar las causas que impliquen violencia de género, la fiscal Carballido Calatayud escribe: “Al contrario de lo que debería haber hecho la Sra Benitez eligió realizar distintas conductas a la debida , ya que se iba a trabajar y dejar a la nena al cuidado de Alonzo, a pesar de darse cuenta del grave estado de salud de su hija quien presentaba lesiones en varias partes del cuerpo claramente visibles y que además le causaban dolor que hacían que no parara de llorar”. La causa de Celina, que apenas tiene 50 fojas y no se ha movido desde junio, no da cuenta de que las heridas sean efectivamente de larga data. Y como única prueba de ese llanto que no paraba, está el testimonio de una vecina que dice que una vez escuchó llorar a la niña mientras su madre estaba en la puerta de la casa. “Yo necesitaba plata para poder irme. El viernes, cuando cobrara, me iba a ir, me iba a volver a casa de mi mamá. Ya no aguantaba más”, dice Celina, aunque esas palabras no fueron registradas en la causa.
–¿Te gustaría conocer a Yani? Estamos ayudándola a terminar su casa, el domingo vamos a pintar, ¿querés venir? A lo mejor ayuda hablar con alguien que pasó por lo mismo –le dice Mila a Celina mientras la sostiene del brazo y le seca las lágrimas, en la casa de Tristán Suárez donde la recibió una prima para que pueda cumplir ahí su libertad condicional. Celina asiente, la reconforta hablar con alguien más, pasa sola la semana entera, junto al niño de 7 que su prima deja a su cuidado mientras trabaja cama adentro. La cita se arma para unas semanas después. Son tres las compañeras de la CFA que harán el recorrido entre Tristán Suárez, al sur del conurbano, y Moreno, al oeste, y de vuelta al sur para dejar a Celina. El encuentro las conmueve a todas, a pesar de las dificultades de Yanina para demostrar emociones y la ansiedad de Celina por compartir su inmensa pena; ella quiere aprender a vivir con el dolor, quiere saber si algún día volverá a sonreír. Rosario Castelli, también de la CFA, es la que va a romper el hielo leyendo para las dos una nota en la que se habla de sus historias y se denuncia a la fiscal Carballido Calatayud. Mientras escuchan, el agua empieza a anegar los ojos. La CFA se propone trabajar sobre historias particulares para hacer visibles los contextos de violencia hétero patriarcal que las provocan. Así fue con Yanina, así es con Celina y los nombres se siguen sumando. ¿Hasta cuándo? ¿Qué clase de relaciones se tejen entre las activistas y quienes son acompañadas? Castelli contesta abriendo un poco más sus ojos de agua. Tiene los dos costados de la cabeza rapados, un aro en la ceja y además de feminista, es parte de Antroposex, un grupo formado en la carrera de Antropología de la UBA:
–La red se va construyendo, creo yo, a través de las personas, mas que como coordinadora. La gente que se siente acompañada, en cierta forma se transforma, igual que lo hacemos nosotras en el proceso. Y después se interesa en las otras causas, se vuelve mas clara la linea en común entre todas. Unir tu historia irreversiblemente con la de otras, saber que lo que te pasó a vos derivó en una práctica política que luego hizo que la siguiente historia fuera distinta, un poquito menos tremenda quizás. Construyendo la historia-memoria cotidiana. Nuestra posibilidad es hacer puentes entre distintas organizaciones, espacios estatales, entre compañeras, entre distintas luchas, desde una ética feminista particular, que en el fondo es lo que nos une. Esto implica un trabajo sostenido en el tiempo, un poco cubriendo todos esos baches que deja la violencia institucional, pero también el desamparo de andar por este mundo sin esa red de afectos que naturalizadamente siempre es la familia. No hay un fin de la intervención, cada una se va armando en función de nuestras posibilidades, del contexto, de las necesidades de cada persona. Las relaciones que se sostienen tienen que ver con una práctica localizada, además de los afectos que se ponen en juego inevitablemente. 
Cuando la lectura de la nota que las nombra llega a su fin, Yanina y Celina se abrazan. Celina es la que llora más abiertamente, sus heridas todavía supuran, no sabe cuál será todavía su destino. Pero no está sola y Yanina quiere que lo sepa: “No te preocupes, ya vas a ver, nos vamos a vengar”. Y aunque no sea venganza lo que se se busca si no una “justicia distributiva, a cada cuál lo que le corresponde”, según las palabras de Cartabia, en esa promesa de Yanina a Celina se teje un nuevo nudo, un vínculo, una implicancia que hace la red cada vez más extensa.


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